La izquierda: certidumbres e interrogantes (III)

¿Qué o quién es el rey?

Me siento orgulloso de ser de izquierda, de haberlo sido, de seguir siéndolo y nunca he rehuido, cualquiera haya sido el momento de mi vida política, autodefinirme como “de izquierda”.

Nunca he inventado otros nombres para esa postura para hacerla más llevadera, restarle carga simbólica e histórica o favorecer la mera conveniencia electoral.

Es decir, si hubiera vivido en 1788, cuando tuvieron lugar los Estados Generales en Francia, me habría sentado a la izquierda del rey. Allí nació la denominación “izquierda”, para referirse a aquellos que eran opositores a la monarquía. Pero, ¿cómo se es de izquierda hoy? No hay una oficina de patentes que otorgue un certificado, más grave aún no hay un rey. ¿O lo hay?

Una posible respuesta es que sí y que ese rey es el estado. Las aguas, pues, se dividirían en torno al estado.

Este criterio me parece altamente dudoso y creo que valida el planteo neoliberal que presenta a la izquierda como parapetada siempre en el estado, contra el ciudadano, mientras la derecha aparece como amiga de la libertad.

Lo que ocurre es que la derecha encubre que aquella libertad a la que se refiere es la libertad económica.

En cuanto a la política, la posición neoliberal, por ejemplo en un país como Chile, ha sido favorecer el crecimiento del estado en su cara represiva y disciplinaria: más armamentos, más policía, más cámaras de vigilancia, más carabineros, más cárceles, más gendarmes, más aparato judicial, penas más altas, leyes más represivas de la protesta social.

Para mantener su orden la derecha necesita más estado. Debemos hacer, entonces, una excursión conceptual algo más profunda.

El mundo actual se caracteriza por la difusión casi planetaria de dos instituciones: el mercado, que llega hasta la China, y la democracia, que si bien no alcanza aún a esos territorios, es una aspiración declarada, un proceso en curso o una realidad, aún imperfecta, en gran parte del planeta.

Entonces, la pregunta que es preciso formular es si mercado desregulado y democracia se conjugan naturalmente, si calzan como piezas de bordes lijados y suaves de un rompecabezas infantil, o si, por el contrario, presentan contradicciones, asperezas, roces, que sólo un soberano y permanente ejercicio de toma de decisiones puede conciliar.

La respuesta es clara: no, no son naturalmente complementarios. La explicación es que sus fundamentos básicos discrepan.

El mercado sin regulación explora, registra y valora las diferencias económicas, lenguaje final al que traduce las de raza, sexo, posición social, sin siquiera preguntarse por sus orígenes.

Fuera del tiempo histórico y del marco social, opera con las dotaciones dadas de recursos de cada sujeto individual.

La democracia postula la abolición de las diferencias no naturales y en uno de sus momentos estelares, el sufragio, nos considera iguales a todos, lo que ciertamente es un supuesto literario, una fantasía, ya que no hay iguales absolutos en el género humano, al menos mientras la clonación no alcance un estado diabólico de perfeccionamiento.

Esta ficción, sin embargo, constituye una de las grandes conquistas de los últimos doscientos años. Un negro es “igual” que un blanco. Una mujer que un hombre. Un pobre que un rico. Es una conquista civilizacional.

Si bien mercado libre y democracia ofrecen al sujeto una virtual libertad de elegir, que no se realiza precisamente cuando el propio mercado la interviene, lo predominante es que nuestro universo cotidiano esté atravesado por la contradicción entre estas dos instituciones.

La contradicción entre la razón mercantil, que nos reconoce diferentes y trabaja para hacer efectivas esas diferencias con implacable eficacia, y la razón democrática que, voluntariosa, nos reconoce iguales. Ambas razones, ambas éticas, se proyectan con la aspiración de ser rectoras culturales de la vida colectiva.

El mercado ha existido siempre porque está relacionado con una noción básica para la convivencia humana: el intercambio. Pero el eterno y viejo mercado adquirió en la segunda mitad del siglo XX una fuerza inusitada y sin control que ha tendido a avasallar la democracia.

Aunque ambas instituciones son expansivas, el mercado posee un mayor automatismo en su capacidad de reproducirse. Si bien ambas tienen un carácter “pervasivo” -uso un anglicismo para significar capacidad de penetrar, de infiltrar - también en la intensidad de este rasgo ha triunfado el mercado.

En nuestro país son particularmente ilustrativas las relaciones del mercado desregulado con el ejercicio de la política y con los circuitos de información. La vinculación entre negocios privados y política, lobismo mediante, es un área aún no regulada.

Educación, salud, seguridad social, parecieran áreas ya ganadas por el mercado, si bien la razón democrática aún libra sus batallas. Otro fenómeno que ya está consolidado en la vida nacional es la relación entre política y farándula, que es una faceta de la invasión de la democracia por el mercado.

Los medios, particularmente los audiovisuales, pero también muchos escritos, han convertido al ciudadano en un espectador-consumidor.

La construcción de un imaginario colectivo centrado en la idea de la “entretención” ha obligado a los políticos a realizar cada vez más “actuaciones”, muchas veces asociándose a los personajes del jet set, a las estrellas del deporte, la teleserie o el programa estelar, so pena de convertirse en seres invisibles.

No justifico a los líderes o proyectos de líderes que adoptan esta conducta, tan solo trato de explicarme un comportamiento que nunca termina de sorprenderme.

Los foros entre políticos o sobre política desaparecen de los horarios televisivos estelares, de manera que un alto “rating”, es decir una alta exhibición, requiere un compromiso con animadores, bataclanas y humoristas, todos ellos ciudadanos con oficios respetables, pero que actúan en un rubro distinto de la política.

De esta manera el mercado desregulado y con el la razón mercantil desplaza a la razón democracia como rectora de los asuntos públicos, se hace pilar central de la cultura predominante y relega a un lugar secundario el concepto de igualdad, fundamental para la democracia.

Vivimos entonces una monarquía, la monarquía del mercado sin control.

El divisor de las aguas no es mercado sí o mercado no. En el mundo moderno ambas instituciones son inevitables, pero requieren una conciliación, un ajuste que no hace una mano invisible, una compatibilización. Y el modo de hacerla es clave: la razón democrática debe primar sobre la razón mercantil.

Seguimos allí, donde estábamos hace más de dos siglos, a la izquierda del nuevo rey, a la izquierda del mercado.

Líneas finales

Este libro es una recopilación de textos breves, de batalla, que problematizan la izquierda y abordan sus principales preocupaciones. Es necesariamente incompleto y también parcial.

Aunque entre los autores hay personas que adhirieron a las tres candidaturas presidenciales de 2009 que no eran de derecha, la mayoría apoyó la mía.

Por otra parte, con muchos de ellos comparto en estos días la tentativa de un nuevo proyecto político, mientras con otros transitamos por carriles diferentes aunque no necesariamente confrontados.

Agradezco a todos su disposición, particularmente a los que no concuerdan, por razones legítimas, seguramente distintas entre ellos, con el proyecto que hoy convoca mi energía.

Hay algo que nos une y que nos seguirá uniendo, incluso a pesar de nosotros mismos: queremos ser de izquierda.

Nota del autor. Este texto es parte de la recopilación de escritos políticos breves La (Re)vuelta de la Izquierda, Editorial Ocho Libros, Santiago, publicada en mayo de 2011. La editorial me ha autorizado para circularlo en formato digital indicando su procedencia. Si bien fue escrito hace siete meses, sus principales contenidos pudieran seguir siendo de interés.

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