La urgencia de construir una nueva DC

No cabe duda que la Democracia Cristiana se encuentra en una profunda crisis, ¿la más grande de su historia?, no lo sabemos, pero sí una crisis que puede ser terminal si no somos capaces de dar respuesta a los desafíos que nos plantea el nuevo Chile.

La gran mayoría de los militantes y dirigentes demócrata cristianos permanecemos hasta hoy en el partido. Por cierto en esta decisión hay mucho de sentimiento y afecto hacia una institución que ha representado parte importante de nuestras vidas, en algunos casos de varias décadas; pero también y más relevante, porque consideramos que la Democracia Cristiana continúa siendo un instrumento válido  para hacer realidad nuestro proyecto de sociedad y porque estamos convencidos que nuestro pensamiento humanista socialcristiano permanece vigente para transformar una sociedad donde el neoliberalismo intenta transformarse en pensamiento único.

¿Cómo el humanismo cristiano no va a tener nada que decir en este momento de la historia?

En este escenario la DC vive una doble crisis. Por una parte vivimos evidentemente una crisis en nuestras ideas, por otra, una aún más compleja, de convivencia. Ambas se complementan y profundizan.

La crisis de las ideas se evidencia de múltiples maneras. La DC se ha acostumbrado a vivir de las glorias pasadas. Me refiero no sólo al legítimo derecho de homenajear a lo mejor de lo nuestro y de nuestra historia, sino al abuso de volver una y otra vez a cobijarnos de manera irracional en lo que hicimos y no pensar en lo que debemos hacer.

Al mismo tiempo un sector importante del partido se volvió temeroso de las reformas y los cambios sociales emprendidos, al punto de ser muchas veces el actor político que intentaba dejarnos en el mismo lugar en el que estamos, donde dominaba el “sí, pero”, el partido de los “matices”.

Nuestros técnicos parecen más preocupados de “administrar bien el modelo” que de contribuir con innovadoras alternativas a solucionar los problemas que la sociedad nos plantea y carecen de capacidad innovativa para proponer nuevas respuestas a viejos problemas, califican de populista cualquier propuesta que escape de lo aceptado en la teoría neoliberal.

Seamos sinceros ¿qué nuevas ideas hemos planteado como Democracia Cristiana en los últimos 10 o 15 años?

¿Qué grandes reformas le hemos propuesto a los chilenos y chilenas? Reformas de verdad hablamos, las nuevas reformas agrarias y promociones populares, ¿no era acaso la utopía una construcción permanente?

O ¿alguien pretende hacernos pensar que ya llegamos a la meta, que no queda nada nuevo por construir, que solo debemos administrar bien lo que existe?

Efectivamente algunos creen que ya no tenemos nada nuevo que proponer y solo debemos dedicarnos a administrar. En la histórica definición de la Falange era estar más allá de izquierdas y derechas; la verdad  es que esa izquierda a la que se refería la falange, marxista y totalitaria ya no existe; mientras el liberalismo se ha fortalecido y bajo distintas formas y discursos avanza con poco contrapeso.

Pareciera que nuestro partido o al menos algunos, han decidido renunciar a nuestro proyecto, renunciar a tener un derrotero. Han renunciado a ser protagonistas del futuro. Creen y nos hacen creer el cuento que nuestros grandes ideales se han cumplido, que la democracia es aceptada por todos o casi todos como sistema político; que los derechos humanos son un principio universal y que el mercado se humanizó.

Sin embargo, la verdad es que se entregaron a administrar las políticas neoliberales y a explicar las leyes del mercado,  justificando el sistema en vez de proponer la superación de las desigualdades y abusos, que a nivel mundial se han incrementado, con nuevas políticas de inclusión social y desarrollo sustentable.

Para eso no está la Democracia Cristiana. No podemos renunciar a tener ideas; no podemos renunciar a tener un proyecto con el cual concursar y que podamos proponer a las personas. Y ese proyecto no es neoliberal, es profundamente humanista y personalista.

Sin un nuevo proyecto político-social y económico de futuro nuestra convivencia interna seguirá deteriorándose. Hay una ausencia preocupante de debate de ideas, la que es suplida por la competencia despiadada por el poder. El debate se confunde con el conflicto, la desconfianza y falta de respeto, la rencilla pequeña se ha transformado en la mala manera de convivir.

Desde su fundación, primero la Falange y después la Democracia Cristiana, la unidad se construyó en el debate honesto en base a nuestra diversidad, por cierto sobre principios y bases comunes, pero siempre fuimos un movimiento y un partido diverso en clases sociales, profesiones y oficios, orígenes e intereses.

Esa diversidad siempre tuvo como sostén el respeto y la fraternidad, la aceptación del otro como un legítimo. La mullida frase de “hemos salido fortalecidos” después de las juntas nacionales no era solo un decir. Era una realidad que se construía después del más democrático ejercicio del diálogo y la aceptación mutua de las ideas.

Hoy reemplazamos la aceptación de la diversidad por la condena. Como nunca en nuestra historia, algunos pretenden en erigirse como los dueños de la verdad y la ética, de la supuestamente única identidad partidaria; buenos y malos; los que están conmigo y los que están en contra mía; los éticos y los traidores.

Nada más alejado de la idéntica y la ética humanista cristiana.

Esta decadencia y mediocridad la disfrazan algunos culpando a otros de nuestros problemas, llegando a niveles casi ridículos de escondernos en la realidad cubana o venezolana para justificar un camino propio que nos llevó a uno de los fracasos electorales más grandes de nuestra historia.

Y cuando la derrota se hizo evidente culpamos a la ciudadanía de no entendernos, o en una reacción casi patológica pretenden hacernos creer que ahora si logramos un triunfo, con más identidad y preparados para representar a las grandes mayorías.

Lamentablemente la realidad es otra, tenemos nuestra convivencia interna destruida, sin proyecto de futuro que proponer, como un partido del montón, con el que algunos quieren ser “bisagras”, quintos en las presidenciales, con menos diputados y senadores e intrascendente para las nuevas generaciones. Esta es la realidad de la DC.

¿Qué hacer en esta realidad?

Lo primero es concordar que estamos dispuestos y queremos salir juntos de esta crisis, que nuestro pensamiento y nuestros ideales humanistas son necesarios en la sociedad actual; que la sola competencia por el poder debe dejar el espacio al debate por las ideas.

Lo segundo es asumir que nuestro partido como instrumento, sufre por cierto un agotamiento en su forma y estructura, que requiere adaptarse a los cambios de todo tipo que ha sufrido el mundo y nuestro país en estos más de 60 años de historia.

Y lo tercero, es que el camino alternativo al neoliberalismo lo debemos construir junto a otros humanismos y no solos, que el camino propio como alternativa política, no solo no es viable, sino que es perjudicial para el país. La identidad propia es totalmente compatible con  la unidad con otros.

Sobre estas bases y más allá de los nombres, la próxima elección de mesa directiva de la DC será la oportunidad, quizás la última, de forjar un acuerdo mayoritario sustentado en ideas y posiciones de fondo, que permita reconstruir una nueva Democracia Cristiana, adaptada  al siglo XX, que aun caminando por una sociedad distinta a la que nos vio nacer, sigue vigente porque la utopía de construir una sociedad de mujeres y hombres libres resulta igual de urgente.

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