Recuperando confianzas

Alexis Ceballos
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La recuperación de la confianza debe a todas luces prometer en esa nueva etapa, en ese nuevo mensaje, la voluntad de empezar a construir una sociedad que nos acoja a todos para soñar un nuevo país, para levantar una nueva Democracia inclusiva y desprejuiciada.

¿Por qué es necesario modernizar la política? ¿Cómo recuperar la confianza de la ciudadanía? Dos preguntas aparentemente tan obvias desde la teoría, se han vuelto extremadamente complejas en la práctica. Ciertamente el desprestigio de la política se encuentra en un punto crítico de la historia moderna. No es un fenómeno local. Se repite en cada país y se extiende por los cinco continentes. 

Hay quienes señalan que dicho desprestigio se debe no al hecho de que existan malas prácticas en el ejercicio político, en el ejercicio de gobernar. Asumen que aquello ha existido toda la vida. La gran diferencia es que hoy, gracias al fenómeno de Internet y su interconexión (que cambió nuestras vidas para siempre) somos conscientes de su existencia. Siempre existió, dicen. Lo diferente es que ahora somos lúcidos respecto a ello, todos los días y a cada momento. 

La modernización política requiere necesariamente (por no decir obligatoriamente) recuperar de alguna manera aquella confianza perdida por parte de los ciudadanos y votantes, especialmente en países que han optado por el voto voluntario. ¿Por qué?

Porque la desafección de la población hacia la política por esa confianza herida, provoca la relativización del sufragio, y esa misma relatividad se convierte en un auténtico peligro para la Democracia, pudiendo dejarla peligrosamente a merced de lo peor del populismo, presa fácil de formas autoritarias como el fascismo, dictaduras o autocracias. 

Ciertamente esa franqueza tan indispensable, que haga creer en el valor de la política, de su ejercicio, de quiénes y cómo la ejercen, debe estar enfocada en los ciudadanos y en el énfasis de su educación cívica que permita la apertura a una discusión pública.

Hoy miramos a una población que ha sido engañada muchas veces seguidas, demasiadas, por algunos políticos.

En su epidermis esa población ha desarrollado una suerte de capa protectora, defensiva, que le impide creer en la palabra de alguien, incluso en la de aquellos que nunca le han mentido.

Sencillamente las personas desconfían de los políticos en general y están en su derecho, normal por lo demás. 

Dicho esto, no debiese ser necesario decir que a una ciudadanía engañada hay que acercársele de a poco, paso a paso, prudentemente, con mucha paciencia. También con mucha cercanía pero de forma muy respetuosa.

El primer paso para lograr esa aproximación sea quizá (el más importante) pedir disculpas de una manera muy humilde.

Pedir perdón por las mentiras de otros, de la degradación de la nobleza que debe devenir siempre del ejercicio de la política, cuya principal misión es el servicio público y la honorabilidad que conllevar su práctica. La traición percibida por los ciudadanos de parte de la clase política acarrea un duelo, un tiempo largo que hay que saber respetar y no avasallar imprudentemente. 

El tiempo de duelo que necesitan los ciudadanos, debe también serlo para los nuevos políticos o los viejos políticos quienes aspiren a un nuevo ciclo en el poder. Ambos grupos deben reflexionar seriamente cuáles deben ser los nuevos mensajes que deben lograr la recuperación de esa confianza perdida. Esos mensajes deben ser fuertes, coherentes, claros y directos, sin medias tintas. Deben convencerlos de la aspiración a un cambio real, porque no aceptarán la continuidad de un modelo fallido, que a ellos no les funcionó. Si pretendemos perpetuar un modelo que no contemple cambios, los votantes no confiarán y por consiguiente es muy probable un futuro fracaso electoral. 

Cabe la pregunta también de como deben ser esos cambios, porque ciertamente la sociedad cambia, y a pasos agigantados. La misma forma social hiperconectada, donde es posible desmentir una aseveración en instantes, a una rapidez asombrosa, conlleva también pensar detenidamente una estrategia para un efecto real de aquellas propuestas de cambio.

¿Deben cambiar las personas? ¿Deben cambiar el estilo en que hacen política? ¿Debe cambiar la forma de la comunicación política? Quizá sea una mezcla de las tres, o no. Lo cierto es que en esa planificación la población debe percibir un cambio, pero también una coherencia en ese cambio.

Un votante no le creerá una “nueva forma de hacer política” a un candidato que sepan tiene un prontuario detrás (entiéndase imputaciones judiciales, fraude al fisco, violencia intrafamiliar, delitos o procesos pendientes). La probidad y la decencia deben ser percibidas por las personas, por los antiguos y nuevos votantes como un cheque a fecha, como un crédito al candidato de coherencia entre palabra y realidad. Importante palabra es la realidad, porque aunque se intente fabricar a un candidato “a medida”, si realmente aquel producto político no es realmente como dice ser, los votantes lo percibirán y volverán a sentirse nuevamente engañados. 

No existen fórmulas para garantizar el éxito de un candidato, porque depende de muchos factores. Sin embargo, lo importante es saber que nos encontramos en un punto de inflexión donde la pérdida de confianza en la política hace imposible que los países sigan creciendo y desarrollándose si no generamos cambios profundos como clase política. En esa tarea de transformaciones es imprescindible aventurarse sin miedo con propuestas políticas, constitucionales, culturales, educativas y socioeconómicas, más aún hoy cuando la realidad crónica medioambiental ya no es un perfume pintoresco del discurso, sino una exigencia real tanto de la ciudadanía como de la misma tierra donde vivimos. No logra ser sostenible, por la grave crisis de sostenibilidad de nuestro hábitat, aquella famosa frase que sostenía “avanzar en la medida de lo posible”. Hoy ya no hay elección ni camino alternativo. 

En el caso chileno, tras las manifestaciones estudiantiles del año 2006 y especialmente en las del 2011, comenzó a exteriorizarse un malestar profundo en la sociedad chilena hacia un crecimiento disparejo, glacial, de concentración en lo económico, en lo meritocrático y en lo educacional.

Esa inquietud reventó de alguna manera a partir del 2015 con los casos Penta, Caval y Soquimich como una onda expansiva al resto de las instituciones del país alcanzando al parlamento, a las Fuerzas Armadas y las Iglesias destrozando sus tejados de vidrio, dejando tras de sí un ambiente enrarecido de absoluta desconfianza popular, de sospecha constante en la sociedad chilena, en una constante sed de aporía. 

La recuperación de la confianza debe a todas luces prometer en esa nueva etapa, en ese nuevo mensaje, la voluntad de empezar a construir una sociedad que nos acoja a todos para soñar un nuevo país, para levantar una nueva Democracia inclusiva y desprejuiciada. Sería, a juicio personal, la única manera de recuperar confianzas hoy perdidas.   

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