Votos marcados, la mentira

Pedro Rodríguez Carrasco
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Dicen que para movilizar hordas en contra de un adversario político es más importante comunicar una apariencia de verdad que la verdad propiamente tal. También se ha dicho que cuando en la convivencia ciudadana la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación se desconectan casi totalmente de la política pública y legislativa, en su esencia, quiere decir que está interviniendo la “posverdad”. ¿Es la apariencia de verdad, en realidad, una mentira?

Entre verdades filosóficas y verdades políticas hoy parece haber un abismo. Para la política actual importa la apariencia de verdad, una pseudo verdad, un engendro de discurso que logre capturar la atención ciudadana en desmedro de otros discursos hechos también de apariencia.

A esto hoy se llama “posverdad”. Extraña palabra. ¿Querrá decir que nos encontramos en el clásico acertijo que dice «estás delante de dos caminos y en cada camino hay una persona, una dice la verdad y la otra dice mentira?, ¿cómo saber cuál es el camino correcto?»

En nuestro caso, el acertijo es aún más complejo, pues todos mienten, saben que tienen que mentir, pues de mentir se han hecho una posición en la política. El problema es saber quién miente calculadamente, qué mentiras son más peligrosas y seductoras.

Más allá de anécdotas, el espectáculo actual es penoso. Candidatos y partidos políticos, con toda una organización humana y profesional, dicen debatir ideas pero debaten verdades aparentes, para que ciudadanos adopten uno u otro discurso como hegemónico. El supuesto es que el ciudadano promedio, el que irá a votar, alimentará su imaginario con estos falsos relatos.

Las estrategias son innovadoras, incursionan en las redes sociales, inventan personajes o suplantan identidades de políticos de otros países… la cuestión es instalar determinadas condiciones de relato que favorezcan un tipo de voto. Pues es eso, capturar un voto más que construir la polis.

Dejemos los neologismos y eufemismos. Hablemos de la mentira y partamos por la simple pregunta ¿qué es mentir? Si los griegos, nuestros orígenes en el pensar, entendieron la verdad como un proceso de desvelamiento, pues “a-letheia” significa eso, mentir consiste en el ocultar cubriendo o tapando aquello que busca emerger como fenómeno para ser reconocido.

Lo oculto no es la mentira, lo que oculta puede ser mentira, dado que la verdad permanece oculta en la medida que nosotros como observadores no hemos podido detenernos en el fenómeno, de tal modo que éste queda fuera de nuestro campo de observación. Pero, ocultar verdades intencionalmente, para que la observación ciudadana se “distraiga” con otros fenómenos, corresponde a la mentira propiamente tal.

Sin embargo las dos posiciones acontecen contemporáneamente, pues el que oculta y el que se distrae con otros fenómenos se requieren el uno al otro. Lo cual nos puede llevar a la siguiente conclusión inicial: podríamos esperar que los políticos fuesen honestos y, como ello no depende de nosotros sino de ellos, antes pasarían muchas generaciones.

O bien asumimos lo que sí depende de nosotros, podemos, como en el mito de la caverna de Platón, salir a la luz y no permitir distractores, para ver por nosotros mismos, sin dejarnos engañar por relatos que solo sirven para ocultar los fenómenos que sí debiéramos reconocer en su verdad. Esta es la tarea del ciudadano mayor de edad, la de pensar por sí mismo.

¿Es posible un relato sobre la verdad en política?, ¿o será que nos hacemos una ilusión sobre algo que no admite verdad, sino oportunidades para relatos hegemónicos? Todo lo que podemos con la verdad es relato, palabra. No posesión de la realidad, ni de la verdad. La verdad nos supera, nos posee en la palabra.

En la palabra tiene oportunidad todo lo que existe para que comparezca, no para ser posesión. Los relatos hegemónicos no hacen comparecer lo que existe, sino que hacen comparecer el interés de quien quiere hegemonizar el poder.

El problema no son los relatos, sino la auténtica aproximación del que relata para con lo que existe.

La metáfora de todo relato, lo narrativo, permite la posibilidad pensante del ser humano de habérselas seriamente con su destino, como destino común de la humanidad. Las hegemonías no se interesan por el destino de los pueblos, sino por el destino del poder.

Esta es la diferencia entre unos y otros políticos. La verdad aparente de algunos políticos consiste en lo trabajoso y a veces confuso que les resulta hacer un relato que integre seriamente todas las aproximaciones al fenómeno que está en observación. Porque eso trabajoso es el proceso no posesivo de hacer ciudadanía.

En tanto que la verdad aparente de otros políticos consiste en relatar audazmente una distracción, una ficción que suele incluir los horrores y cataclismos que significa el candidato adversario, en contraste con el paraíso que va a emerger con su propio triunfo desde las urnas hacia el palacio de gobierno.

El mentiroso profesional, aparte de siniestro, es genialmente hábil para provocar el temor de las multitudes que terminan haciendo suyo este relato una vez que han dejado de pensar por sí mismos.

Para el ciudadano adulto no está en juego votar o no votar, esperar tiempos futuros con políticos mejores o hacer cálculos de “posverdad”.

El ciudadano que piensa por sí mismo sabrá discernir los intereses mentirosos, aunque seductores de éxito y prosperidad, del arduo camino de la “a-letheia” cuyo destino es el bien y la dignidad humana.

Sabrá de paciencia para construir convivencia en la verdad.

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