Aunque el Transantiago se viste de Red, Transantiago queda

Más allá del gasto de los 550 millones de pesos que significó la asesoría para cambiar la marca Transantiago por Red, es necesario evidenciar aquellos pilares que sostienen  el sistema de transporte de la capital y que, lamentablemente, no se remueven  solo cambiando el nombre de la marca. 

Una cuestión casi de sentido común, era que, después de 12 años de funcionamiento, la flota de buses debía modernizarse atendiendo  las condiciones de traslado de los millones de usuarios  que a diario viajan en buses.

Sin embargo, el reemplazo  de flota anunciado, solo alcanza al 20 %  del total de buses del sistema. Y, lo peor es que tampoco este recambio será de inmediato pues tendrá un retraso, producto de  la decisión del actual Gobierno de modificar las bases de licitación que hasta el día de hoy, aún descansan en algún cajón del escritorio del ministerio de Hacienda

Tampoco el Plan de Transporte aborda los millonarios subsidios estatales al Transantiago que, en casi doce años, ha percibido (los dueños de las flotas) cerca de 12.000 millones de dólares.

A ello, se suma la desigual repartición de la tarifa técnica entre la empresa del Estado Metro (que recibe $420 por pasajero transportado) y los buses perteneciente a la empresa privada ($790).

Muy por el contrario, Red al igual que el Transantiago, se limita a mantener la estructura de propiedad del sistema basada en propietarios privados y fuerte, no incorpora la centralización de la operación con propiedad pública como se realiza en las metrópolis donde el sistema de transporte publico genera altos niveles de satisfacción  de la ciudadanía. 

Después de tantos recursos invertidos por parte del Estado, resulta casi irresponsable desde el punto de vista fiscal, no estatizar este servicio que solo es posible que funcione con los millonarios subsidios a la operación que éste otorga. 

Y demás está decir la intención de pintar los nuevos buses con colores corporativos del Metro en la idea de transferir la buena percepción del servicio del tren subterráneo que existe en la ciudadanía.

Medida decorativa intrascendente, dado que no se le otorga al Metro el estatus de empresa con mayores responsabilidades en la planificación y operación del sistema del transporte público. 

También llama la atención que  no hay ni una palabra, en la puesta en escena de la ministra de Transporte y del Presidente, sobre las condiciones laborales de los trabajadores de los buses de Red ni tampoco sobre la alta tasa de subcontratación de los trabajadores y trabajadoras del Metro de Santiago. 

Pero lo que resulta más frustrante para la ciudadanía es que, con el  cambio de marca, no se perciban efectos concretos que impacten en lo que realmente importa a la hora de trasladarse en el transporte público: tarifas asequibles y certeza en los tiempos de espera y de viaje. 

Por eso, aunque el Transantiago se viste de Red, Transantiago queda.

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