La academia, una esfera conocida por su formalidad y tradición, sufrió un verdadero "renacer" este 27 y 28 de septiembre. Y es que esos días, dos académicos, científicos ambos, lograron una hazaña de esas que son dignas no sólo de destacar e incluso imitar, sino además de ofrecerlas como exportación nacional no tradicional hacia otras latitudes ¿Qué lograron Alexia Nuñez (UChile) y Fernando Ortiz (USACh) con Neurofest 2024?, pues nada más y nada menos que transformar el conocimiento científico en una celebración abierta, democrática y cercana al público.
Lo anterior, bajo ningún precepto se ofrece como una exageración, por el contrario, prodigar algunas alabanzas a su planificación e impecable organización es, ante todo, un acto de justicia académica, no solo para mis pares, sino además para esas 300 personas que estuvieron tras esta hazaña científica trabajando sin descanso ni remuneración alguna.
Salir del laboratorio, democratizar el conocimiento científico y pensar y repensar lo que hacemos junto a una comunidad ávida de conocimiento, son todos actos que se enmarcan en el mejor espíritu de nuestras casas de estudios, ambas públicas y con gran historial de colaboración por décadas. Este acto nos enseñó que la ciencia no le pertenece a unos pocos, es de todos y para todos sin distingo alguno.
Neurofest 2024 nos debería hacer pensar en un abanico de buenas ideas, pero por sobre todo, reflexionar acerca de la función de vinculación con el medio que cumplen nuestras casas de estudio, es decir, de cómo la comunidad completa se beneficia directamente de nuestro trabajo en los laboratorios y en las salas de clases. Y por qué no, de cómo cada uno de nosotros científicos y académicos recibimos el tan ansiado reconocimiento de parte de niños, adultos y abuelos, todos asistentes con genuina curiosidad. A todas luces, como es evidente, un círculo virtuoso entre ciencia y comunidad local.
En un momento donde la transparencia del uso de recursos públicos está bajo la lupa, Neurofest 2024 se convirtió en un acto de resistencia. En un contexto donde un escándalo académico reciente reveló sueldos inflados de profesores universitarios, esta actividad fue una bofetada, no buscada por cierto, a esos excesos. El festival no tenía afán lucrativo ni proselitista; fue una muestra sincera de gratitud hacia la comunidad que, a través de sus impuestos, hace posible nuestro trabajo. Nos dio la oportunidad de devolver a la sociedad lo mejor de nuestro conocimiento, con humildad y generosidad. Pues gracias al pago diario de esos impuestos nosotros nos formamos, salimos a congresos, tenemos una oficina, un laboratorio y en definitiva nos remuneran por hacer lo que más nos gusta: hacer preguntas científicas y tratar de contestarlas. La comunidad, además nos privilegió con su asistencia, con su solemne respeto, con sus preguntas y por si fuera poco, nos confió a sus hijos.
Quienes asistimos junto a nuestras familias, recibimos a borbotones paciencia y empatía de parte de cada responsable de las estaciones científicas que abordaron ciencia básica y aplicada en neurociencias; desde alumnos de doctorado hasta científicos seniors consolidados dedicaron explicaciones y demostraciones de relojería para explicar aspectos neurocientíficos áridos y complejos, colocando al servicio, especialmente de niños, lo mejor de sus dotes pedagógicos. La expresión que más se repetía en los rostros de los asistentes no fue el asombro, fue la gratitud, y en los niños, la sonrisa cómplice de quien comprende cuando un neurocientífico frente a una multitud, contesta acertadamente el funcionamiento de las neuronas y sus casi inconmensurables magnitudes. Todo este ambiente, bajo un entorno limpio, seguro, bien distribuido, acogedor, musical y con estaciones de comidas que no quisieron profitar del bolsillo del asistente.
En el discurso del sábado se dijeron dos cuestiones claves para Chile: La ciencia, y el conocimiento son de ahora en adelante, y más que nunca, herramientas que nos sirven para elegir mejor; elegir no sólo un mejor tratamiento de salud, un mejor barrio o una mejor carrera universitaria, sino además, para elegir mejor a nuestras autoridades, esas mismas que deberían ver en Neurofest 2024 el poder de la ciencia para transformar, unir y enriquecer a una sociedad que demanda, silenciosa pero insistentemente, que dejemos atrás la mezquindad, por el bien común, el de nuestros hijos y de las generaciones futuras.
Esta fiesta del cerebro no solo fue una celebración del conocimiento; fue un llamado de atención. Nos enseñó que cuando el conocimiento se comparte sin reservas, las verdaderas beneficiarias son las personas. Y eso, en estos tiempos, es revolucionario.
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