Hambre cultural

Este año se lanzó en Chile el libro "Josué De Castro y la diplomacia del hambre" (Fundación Alexandre de Gusmão), compuesto por diversos capítulos que retratan el trabajo incansable de un intelectual brasileño que reflexionó sobre el hambre a nivel global. Médico, político, geógrafo y nutriólogo, De Castro contribuyó a posicionar la inseguridad alimentaria como un problema de urgencia, el cual se presenta como una expresión biológica de males sociológicos. El hambre, entendida de esta manera, trasciende causas episódicas o fenómenos naturales, y se posiciona como el resultado de problemas estructurales y sociales.

La presentación del libro estuvo a cargo de uno de sus editores, José Graziano Da Silva, otro intelectual brasileño que ha aportado enormemente en la agenda global contra el hambre. En su presentación mencionó lo siguiente: "Las cosas simples son difíciles de medir. El hambre es una de ellas". Esta síntesis incluye los problemas metodológicos presentes al conceptualizar el hambre y cómo abordarla desde políticas públicas diversas e interrelacionadas. Asimismo, integra una reflexión sobre la necesidad de escuchar de manera permanente las formas en que ésta se manifiesta.

De acuerdo con datos de FAO del año 2023, el hambre afectó al 6,5% (43,2 millones de personas) de la población de América Latina y el Caribe, siendo los pueblos indígenas una población de especial foco en este segmento. Por ello, uno de los puntos centrales en un encuentro organizado por Rimisp sobre sistemas alimentarios en mayo de este año, donde participaron 10 pueblos indígenas de América, desde Canadá hasta la Amazonía peruana, fue el hambre.

En ese espacio se discutió sobre el carácter político y económico del hambre, y las complejidades para capturarla en un concepto y políticas que puedan abordarla. En el cruce de ambas problemáticas apareció una conceptualización particular, el hambre cultural.

Lynn Blackwood, representante del pueblo inuit y encargada del Programa de Seguridad Alimentaria del gobierno de Nunatsiavut, Canadá, planteó este término para representar un problema en las dietas indígenas que no está asociada únicamente a temas nutricionales o de acceso a los alimentos, sino también a las transformaciones culturales de las dietas de múltiples comunidades. Ese tipo de hambre aparece cuando se dejan de consumir alimentos que son parte de la definición identitaria de los pueblos.

En sus palabras, "nuestra principal fuente de proteínas es el caribú y ahora se encuentra en peligro, así que hay una prohibición de su caza. Yo comí caribú la semana pasada y me sentí tan satisfecha nutricionalmente. Ahora bien, mi hambre cultural también fue satisfecha. Esta hambre cultural es un concepto que tenemos que posicionar, más allá de hablar solo de los nutrientes".

Hambre cultural, algo que resonó en representantes náhuatl y maya q'eqchi' de Norte y Centroamérica, con respecto al aumento del consumo de trigo en detrimento del maíz, alimento tradicional de esa zona. Lo mismo que replicaron pueblos andinos al referirse al menor consumo de quinua y ciertas variedades de papa.

Al dejar de comer alimentos tradicionales hay años de experimentación biológica y acuerdos sociales que también se van difuminando, como formas de cultivar y procesar los alimentos, la transición de recetas, entre muchos otros. No se trata solo de las dietas, esas transformaciones son también la expresión de sociedades sujetas a la explotación y el cambio alimentario forzado. Por eso, en el debate entre los distintos pueblos, el comer alimentos sentidos como propios sacia un hambre no solo biológica, sino también cultural. Esta es una contribución directa de los pueblos indígenas al debate sobre el hambre, una agenda donde América viene aportando desde principios del siglo XX y en la cual tiene toda la autoridad para demandar respuestas urgentes a un problema permanente.

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