No parecía entender lo que estaba sucediendo con su hijo. Años atrás, era el orgullo de la casa: buenas notas, deportista, siempre dispuesto a ayudar. Pero, de pronto, comenzaron las ausencias al colegio, los silencios prolongados, las respuestas esquivas. El punto de quiebre fue una fiesta escolar: "Prueba un pito, no pasa nada", le dijeron. La primera vez se asustó, le dio vuelta la cabeza y juró no repetirlo. Pero con el tiempo, entre la presión social y los mensajes normalizadores, lo anormal se hizo rutina.
"Relaja", "es natural", "hasta se usa como medicina". Argumentos que sonaban convincentes, especialmente en un entorno donde incluso los adultos parecían desorientados. ¿Cómo reaccionarían sus padres si lo veían fumar? ¿Acaso no escuchaban a algunos políticos hablar de legalización con tono moderno de libertad cívica? "No debe ser tan malo", pensaron. Y callaron, tanto por comodidad, como por ignorancia. Y, aunque la evidencia es contundente, ocupa menos tribuna que la que debiera para convencer del grave daño que significa en la niñez.
Hoy sabemos que el cannabis no es un juego inocuo, sobre todo en adolescentes. Numerosas investigaciones científicas han demostrado que el consumo temprano afecta directamente el desarrollo neurológico y, por ende, afecta la capacidad cognitiva y emocional. El cerebro sigue madurando hasta, al menos, los 25 años. Interferir en ese proceso altera funciones críticas como la memoria, la atención, la regulación emocional y la motivación. La evidencia es clara: el consumo cannabis de forma regular y temprana tiene un mayor riesgo de afectar seriamente la salud mental, desarrollar trastornos psiquiátricos, catalizar cuadros depresivos, de ansiedad e incluso psicosis en dependencia problemática.
También numerosas investigaciones sugieren pérdida de coeficiente intelectual en un rango de entre ocho y 12 puntos, perpetuando ciclos de exclusión social en los sectores de mayor vulnerabilidad. Lamentablemente, la discusión de la legalización del cannabis invisibiliza nuevamente a la niñez. Ellos pagan el costo de las decisiones que no miran la evidencia. Jóvenes que cambian su destino por una falsa sensación de control.
Legal o ilegal, solo medicinal o recreativa, acá la clave no es si la marihuana es buena o mala en términos absolutos. Es si somos capaces y estamos preparados para enfrentar sus consecuencias en las etapas más frágiles del desarrollo humano. Cuando vemos la crisis en la protección de la niñez, con listas de espera históricas, sin acceso a salud mental, con un fuerte aumento en la explotación sexual infantil, con las tasas más altas de homicidio infantil y un sin número de indicadores que dan cuenta de una de las peores crisis de la niñez en décadas, la respuesta, al menos por ahora, parece ser no.
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