Cuando se escucha y/o se leen las palabras desertificación y sequía, automáticamente nos imaginamos el gran Desierto del Sahara en el norte de África, o en su efecto el Desierto de Atacama en el norte de nuestro país. Sin embargo, este concepto es mucho más complejo que pensar en una zona en particular y es que la desertificación es una degradación constante de los ecosistemas de la tierra provocada tanto por la variabilidad climática, el crecimiento demográfico y en gran medida a los irresponsables modelos productivos de la actividad humana. Es por ello que recientemente se conmemoró el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, el cual tuvo como foco principal este año la gestión de tierras coincidiendo con el aniversario de los 30 años de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD).
En el contexto global la lucha ha sido ardua, por cierto sin contar con los negacionistas que ven esto como una ilusión, desconociendo que la desertificación va acompañada de la sequía y aumentando significativamente la aridez de los terrenos, estimándose que 40% de la superficie terrestre se encuentra degradada quedando de manifiesto el peligroso tránsito desde las llamadas "tierras sostenibles" hacia las llamadas "tierras secas".
La degradación y la sequía están afectando a más de 2.340 millones de personas a nivel global y se prevé que para el año 2050 el 75% de la población mundial se vea afectada por esta soterrada sociedad (desertificación-sequía) que hoy por hoy se han convertido en un problema real y sistémico.
En Chile, la desertificación y la sequía no son temas lejanos, ya que la desertificación avanza a pasos agigantados de norte a sur sin importar que hace menos de una década existían tierras fértiles capaces de llevar un equilibrio en la preservación ecosistémica, dando en muchos casos seguridad alimentaria, en los cuales hoy existe un deterioro irreparable en los suelos, así como también una afectación tanto en la actividad agropecuaria como en la calidad de las aguas subterráneas como superficiales. Por otro lado, la sequía cada vez genera mayores estragos desde el punto de vista de la disponibilidad del recurso hídrico tanto para el consumo humano, consumo productivo, riego, servicios sanitarios y de higiene, lo que ha implicado que muchos territorios se han visto obligados a cambiar su modelo de desarrollo productivo y en algunos casos migración de su población.
No obstante, la ciudadanía no es indiferente a estos temas, ya que al revisar un estudio (mayo 2024) de la agencia Tu Influyes, realizado antes de la Cuenta Pública del Presidente, en cuyo ítem de prioridades legislativas y ciudadanas la tendencia indica que 52% de una muestra total de 1.001 casos cree que dentro de los próximos 10 años la situación hídrica de su región empeorará, 32% estima que se mantendrá, 11% estima que mejorará y 5% estima la inexistencia de la crisis hídrica, lo que claramente no es un indicador muy esperanzador. Sin duda alguna, es una buena radiografía de la concientización de un problema existente, que primeramente llegó para quedarse y en segundo término identifica al cambio climático (19%) y a la sobreexplotación de las fuentes de agua (19%) como los grandes responsables de dicha crisis, entre otros factores.
Si bien es cierto este invierno en nuestro país ha dado una tregua en las macrozonas norte, centro y sur respecto a los niveles pluviales y nivales, marcando un superávit en comparación con datos históricos han mitigado en parte los embates de la desertificación y la sequía ayudando a la recarga natural de acuíferos, mejorando ostensiblemente la calidad de los suelos, aumentando la capacidad de llenado de las infraestructuras de acumulación de aguas aun cuando faltan muchas por hacer y aun es tarea pendiente por parte del Estado y por cierto mejorando las condiciones ambientales. Sin embargo, también ha dejado de manifiesto la vulnerabilidad para enfrentar las emergencias ante riesgos de desastres climáticos provocados por la soterrada sociedad desertificación-sequía, ya que los afectados por inundaciones son muchas familias en especial las de bajos recursos que viven la falta de una planificación hidrológica y gobernanza por parte de las autoridades que desconocen cómo gestionar los territorios y los recursos hídricos, ya que en un futuro muy cercano no es de extrañar que gran parte del país pierda parte importante de su biodiversidad no solo a causa del cambio climática sino que a partir de la intervención humana.
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