¿Por qué en Chile no se planta?

Una de las principales razones para que en Chile ya no se plante, es el término del apoyo que el Estado entregaba a aquellos que deseaban plantar. El año 2012, es decir hace cuatro años, expiró el fomento forestal y desde esa fecha las tasas de forestación han caído drásticamente: 17.000 hectáreas el año 2012; 6.000 hectáreas el año 2013 y 4.000 hectáreas el año 2014. Muy probablemente el año 2015 no superará las 2.000 hectáreas, lo que es una vergüenza para un país que se considera forestal.

¿Por qué ocurre esto? Nadie debería oponerse a que en Chile se planten árboles. Es una de las tres acciones que deberíamos hacer en la vida (plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo). Basta realizar una rápida encuesta entre la gente para darse cuenta que todos reconocen los beneficios de plantar y la afinidad que la población tiene con los árboles. Sin embargo, no es tan sencillo.

El apoyo del Estado para plantar hasta el año 2012 se verificaba a través de Decreto Ley 701. Una vez que se lo nombra, el análisis se distorsiona y la acción de plantar, que parecía positiva y deseable, adopta solo atributos negativos. Los árboles plantados con el D.L. 701, al ser mayoritariamente exóticos y plantados por empresas, generan repudio. El rechazo a plantar “pinos y eucaliptos” ha tomado en los últimos años el carácter de cruzada ambiental y los infieles a los que se debe combatir seríamos aquellos que reconocemos que plantar, independiente de la especie, es positivo.

Claudio Donoso Zegers, ingeniero forestal, académico y referente de todos quienes defienden el bosque nativo, señaló en una entrevista el año 1992: “Hablar de que el pino radiata es una mala especie es una barbaridad, un absurdo, y ningún forestal, ninguna persona que tenga espíritu ecológico y que conozca la naturaleza puede hablar mal de una especie. Lo mismo es válido en gran medida para el eucalipto”. Luego afirma, “cuando el hombre hace las cosas mal le echa la culpa al pino o al eucalipto. El problema está en las personas, en las empresas, en el país en general, que no impide el monocultivo. Ese es todo el asunto: la masificación de plantaciones con una sola especie”.

Ya hace más de veinte años, Claudio Donoso, apuntaba a una separación del análisis, en el que no se estigmatizará a las especies, como se hace frecuentemente, sino más bien se apuntará a los aspectos del manejo: revisar la extensión de los cultivos de una sola especie y apuntar a la diversificación, en el caso de Donoso, con énfasis en especies nativas.

Este matiz en el análisis está ausente en la actualidad, principalmente porque es tal la odiosidad hacia las especies mencionadas, que muy pocos levantan la voz para confrontar con la necesaria energía está cruzada por la eliminación de los pinos y eucaliptos.

Particularmente las organizaciones de pequeños y medianos empresarios madereros, quienes dependen de las plantaciones para abastecerse, no han sido enérgicos en destacar la urgencia de retomar el impulso forestador, no con cualquier especie, sino con pino radiata que constituye más del 90% de su materia prima. Lo mismo se aplica a las autoridades, las que se han restado, no de una defensa, sino de un debate ordenado que permita balancear los pro y contra de las plantaciones.

Por otra parte, y dado que plantar es innegablemente bueno, la solución de compromiso de quienes se oponen al pino y al eucalipto, es plantar especies nativas. Es recurrente escuchar entre parlamentarios, periodistas, ingenieros forestales (Donoso, por ejemplo), activistas ambientales y público en general que, si vamos a apoyar económicamente la forestación, ésta debe ser exclusivamente con especies nativas. 

No cabe duda que, desde el punto de vista de las aspiraciones individuales, muchas personas pueden sentir que es más beneficioso plantar especies nativas. Yo mismo no lo pensaría dos veces y plantaría en mi jardín un quillay, un peumo o una patagua en vez de un pino o eucalipto. Pero desde el punto de vista de las políticas públicas ¿por qué sería deseable fomentar la plantación exclusiva de especies nativas? ¿Tienen acaso estas especies un valor ambiental más elevado?

¿Entregan más beneficios económicos, sociales y ambientales?

¿Qué objetivo de política ambiental cumplirían las especies nativas que no puedan cumplir especies introducidas? En el contexto de diseñar un instrumento de fomento forestal para medianos y pequeños propietarios, no parece existir una explicación clara de porqué una especie nativa debería ser más deseable que una introducida. Y si en efecto fueran más deseables, como muchos afirman, serían los mismos propietarios, beneficiarios del apoyo del Estado, quienes orientarían sus decisiones hacia esas especies, sin necesidad de políticas excluyentes.

Sin duda hay una explicación intuitiva. A pesar de que estamos siempre hablando de plantaciones (formaciones artificiales establecidas por el hombre), el hecho de que sea con especies nativas supone, para la gente que las promueve, una suerte de reivindicación. La plantación vendría a cumplir un objetivo de restauración ambiental de territorios degradados por el hombre.

Bajo esta suposición, una plantación con especies nativas permitiría restaurar la biodiversidad perdida y, por lo tanto, todos deberíamos apoyar económicamente esta medida. Sin embargo, la restauración ecológica de bosques degradados y el fomento forestal para cubrir suelos desnudos, son dos objetivos distintos y confundirlos en un solo instrumento es un error.

Las plantaciones con especies nativas no son necesariamente una estrategia de restauración ecológica de bosques degradados y pueden no ser la mejor estrategia para proteger suelos desnudos con una cubierta que al mismo tiempo busque generar recursos económicos para sus dueños. Por otra parte, si la biodiversidad amenazada fuera el objetivo que se busca, sería más eficiente diseñar instrumentos específicos que reviertan la pérdida o degradación de bosques y no ajustar un instrumento de fomento que no fue diseñado para ello.

La confusión en que nos encontramos en estos momentos respecto a la función que debiera cumplir el fomento forestal y la ausencia de una defensa decidida de las plantaciones por todos los actores del sector (en el rol que a las plantaciones les toca desempeñar y no en otros), nos ha llevado a esta triste realidad: en Chile ya no se planta.

Y pareciera que no se plantará por un largo período, lo que impactará en el mediano plazo al abastecimiento de materia prima de las pequeñas y medianas empresas; impactará en la captura de carbono lo que a su vez afectará el balance nacional de emisiones y continuarán erosionándose miles de hectáreas de suelo, que a muy pocos parecieran importarles.

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