"Así que te crees influencer. Dime qué vas a hacer con los 500 seguidores que tienes ¿Un sorteo de likes?", nos dice un meme de Willy Wonka.
Instagramers. Youtubers. TikTokers. Bloggers. Las identidades en el medio digital ya no son simples "NN" que comparten en las redes sociales sus momentos felices o pensamientos. Sus otrora contactos, aquellos amigos, excompañeros de estudios o familiares, fueron desplazados por los seguidores, una masa de personas (reales o no) que miden el éxito de los nuevos narcisos posmodernos, más conocidos hoy como influencers, cuyo auge fue total en 2022 donde las búsquedas globales de profesiones en Google dieron en primer lugar en Chile a "cómo ser un youtuber" y en el resto del mundo a "cómo ser un influencer". La necesidad de pavoneo mundial es grande.
La sociedad del espectáculo ha sucumbido ante la sociedad de consumo donde la exhibición del yo en las pantallas dejó de ser un fin en sí mismo. Hasta hace poco, todos respondían al paradigma del ser-tener-parecer, pues no bastaba con ser "algo" ni tener "algo", ello debía ser exhibido para que existiera. "Si viajas y no lo publicaste ¿Acaso viajaste?", era la frase en el inconsciente de muchos.
Hoy sin embargo, compartir la foto en la cima del cerro que subiste, lo bien que lo pasaste en un concierto o tu reencuentro con amigos para esperar likes es francamente de losers. Se necesita mucho más: obtener personas que te sigan simplemente porque les gustas, y aunque no te conozcan, que disfruten y consuman tu identidad. Si lo logras, la sociedad de consumo te embauca con una bella falacia, dar el paso de monetizar tu poder seductor influenciando, inspirando o convenciendo a una comunidad para que siga a una marca, compre un producto o pruebe un servicio. Sólo porque tú lo avalas.
Era esperable que el capitalismo sacara provecho de su creación, y esperó con paciencia que los inocentes floggers que subían una foto al día en Fotolog para solamente expresar quienes eran y cómo se sentían, décadas después promocionaran un destino turístico o una crema facial. Tal vez sea cosa de tiempo para que, con la IA, los influencers ofrezcan también su conciencia para ser habitada y así brindar una novedosa experiencia de servicio.
Ante tantos "NN" que nos invaden con sus reels en búsqueda de más audiencia, o más bien de consumidores, los narcisos comienzan a colapsar nuestras pantallas buscando el reflejo de su propia imagen sin descanso, la que se torna cada vez más difusa con la mezcla de más y más narcisos que, en conjunto, van transformándose en la ninfa Eco repitiendo las voces e imágenes de otros.
Con todo este acople de identidades, ha surgido un personaje que intenta trascender este eco: el creador de contenido es el héroe del momento, y ha venido a salvarnos de los narcisos que nos invitan a morir ahogados en sus pantallas, asumiendo como responsabilidad el elaborar material de valor para su audiencia en el ambiente digital.
"Crear valor". El cliché light de este siglo. Es uno de los imperativos del mercado que ha penetrado hasta en nuestra psique pues no sólo las empresas deben crear valor, también las personas lo deben crear en sus vidas. Los más prodigiosos lo demostrarán en las redes distinguiéndose de los básicos narcisos aspirantes a influencers que sólo hacen muecas con la boca ante la pantalla: "Yo creo contenido porque pienso, desarrollo, informo, educo y además entretengo. Soy más que una cara bonita y un cuerpo perfecto ¿OK?", es su mantra.
Influencer o creador de contenido, da igual, ambos personajes están igualmente expuestos al castigo de Némesis, pues el culto a su personalidad es el mismo y nos recuerda a decimonónicos personajes que también buscaban el reconocimiento, una búsqueda que subyace en cada uno de nosotros:
"Me parece indispensable decir quién soy yo (...) La desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera. (...) Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Hay que estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el peligro nada pequeño de resfriarse", nos advertía Friedrich Nietzsche.
Usted que respira esta columna -de aire tibio no más- y tiene su grupito de contactos en redes sociales, es también influencer y creador de contenido si se valora a sí mismo dentro y fuera del medio digital. El problema de los narcisos posmodernos es el problema de cualquier narciso en cualquier época de la humanidad, busca afuera lo que debe encontrar adentro, anhelando en otros lo que desconoce ya posee sin darse cuenta de su verdadera identidad.
El yo se realiza sin mercantilizarse, no necesita transarse ni medir su éxito por un contador de likes, seguidores o monedas, ya que realmente influencia si se expresa con autenticidad. El alma es seductora, inspira y convence, cuando se reconoce a sí misma y sabe que el valor de su contenido es su conciencia en amor y humildad.
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