La urgente necesidad de un hablar veraz

La esfera pública de este país lleva años de deterioro. Carecemos incluso, en sectores completos de la industria de las comunicaciones, de fuentes plurales de información. La espectacularización de la vida social se extiende incluso a la política. Su impacto en la selección de las élites políticas - ya no solo en la agenda pública y su tematización - hará que pronto podamos también hablar de una “bancada de la farándula”.

Las esperanzas puestas en el desarrollo tecnológico y su enorme potencial para democratizar la información, parecen a estas alturas una ilusión. Ello, porque lo que se nos aparece día a día es más bien su lado negativo y sus peligros: tribalización de la comunicación, donde fanáticos de un lado y otro sólo están en contacto entre sí; crecimiento exponencial de las mentiras y de la información falsa; efecto perverso de radicalización, casi hasta la histeria, sobre medios y políticos de la trampa del “activista intenso”, vociferante pero muy lejano al sentir y pensar del ciudadano común; potenciamiento hasta la náusea del viejo fenómeno de la demagogia política y, al límite, el riesgo de la pulverización de la esfera pública, donde desaparece, no solo la veracidad, sino que el sentido de lo común.

Al problema anterior se suma la dolorosa constatación que, pese a la tragedia que significó la pérdida de la democracia en 1973 y los 17 años de dictadura, en los dos grandes bloques políticos la posibilidad de la alternancia democrática no solo no es aceptada como algo probable y legítimo, sino que radicaliza las posiciones en parte importante de sus integrantes.

En efecto, si la política es solo obtener y mantener el poder, y no también saber dejarlo, la competencia por el voto, el estilo de gobierno y la manera de hacer oposición, hace inviable el mínimo de amistad cívica necesario para construir una democracia de calidad.

Se da incluso la paradoja que, mientras nos planteamos la posibilidad de un rediseño institucional hacia el semi presidencialismo, tipo de gobierno que contempla como algo probable nada menos que la cohabitación en un Ejecutivo dual de los dos grandes bloques de un sistema político, normalmente de centroderecha y de centroizquierda, los fanáticos de ambos lados consideran que converger en una decisión legislativa común es traición o entreguismo. Y ello al margen de juzgar la decisión convergentemente adoptada en su propio mérito.

¿Qué tiene que ver lo anterior con el hablar veraz y de su necesidad para la república democrática? Releyendo a Pierre Rosanvallon, nos parece evidente su vínculo.

En efecto, en su libro El Buen Gobierno este intelectual francés nos señala la imposibilidad de que democracias desafiadas por la desconfianza y la desafección puedan enfrentar dichos desafíos cuando la palabra pública gira en torno a un hablar falso o hueco.

Nos recuerda que la parresía, la libertad de palabra, en la Grecia democrática, remitía a un “imperativo de franqueza, de palabra directa, de ausencia de cálculo en la expresión y en el diálogo con el otro” y que nada menos que el mejor orador de la antigüedad, Demóstenes, encarnó esas características de quienes buscan la persuasión racional contra los sofistas que solo quieren seducir, halagar y manipular al demos. Rosanvallon nos señala también que un destacado periodista y revolucionario del siglo XVIII, Camille Desmoulins, escribió que lo que caracteriza al republicano es la franqueza del lenguaje.

Según Rosanvallon, la batalla por el hablar veraz se libra hoy en tres terrenos

1) En el rechazo de la mentira y la sanción de los impostores, cualquiera sea su signo ideológico. No es necesario relevar la pertinencia de lo anterior en una época en que ya se comienza a hablar de pos verdad, y no solo en Estados Unidos.

2) La crítica del monólogo, que lleva a la guerra de trincheras que promueven los fanáticos de un lado y otro del espectro político. También pertinente para nosotros lo chilenos, dada la incapacidad creciente de escucharnos, condición previa para poder comunicarnos a través de la palabra, eso significa dia logos.

3) No caer en el lenguaje de las intenciones, que es puro voluntarismo e irresponsabilidad política pues niega la realidad, con los límites y restricciones que ella siempre impone a los decisores, sean ellos de derecha, de centro o de izquierda.

Lo anterior, en un año electoral, nos debiera obligar a estar atentos, particularmente, a los futuros programas de precandidatos a primarias y/o candidatos a la presidencia y al parlamento. Ello porque en política no basta con la buena voluntad, si es que se quieren enfrentar de verdad los complejos problemas de una sociedad que, contra lo que se diga, tiene hoy día un per cápita, calculado por poder de compra, que es el más alto de América Latina.  Destaco que con lo anterior seguramente habrían concordado nada menos que Carlos Marx y Max Weber.

El primero cuando alertaba a la izquierda contra los “alquimistas de la revolución”, que eran puro voluntarismo y ninguna consideración a  las condiciones objetivas. El segundo, cuando en la Alemania derrotada de la primera posguerra, le recordaba a los jóvenes universitarios de la época “lo decisivo no es la edad, sino la educada capacidad para mirar de frente las realidades de la vida, soportarlas y estar a la altura”.

Escribo esta columna mientras el fuego se expande en el centro sur de la República en la peor catástrofe de este tipo que hemos conocido.

Los estragos dejan a su paso muertos,  tierras yermas y poblaciones empobrecidas, mientras sigue floreciendo la farándula, el espectáculo, el hablar falso y hueco en toda nuestra esfera pública, promovidos por variados usuarios de las redes sociales,  muchos  medios de comunicación  y,  más lamentable aún, por muchos políticos de todos los sectores.

Otra prueba más, por si alguna faltaba, de la ausencia del hablar veraz en nuestra Patria.

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