El desgaste es un fenómeno que en política puede afectar a todos por igual, pero no del mismo modo. A la Concertación, por ejemplo, la desgastó el largo ejercicio del poder. En cambio, a la derecha lo que la ha desgastado es el no ejercicio del poder. Lo primero permite regenerarse, lo segundo es más complejo de tratar.
Como algunos pudimos experimentar desde muy cerca, el desgaste suele producirse por la absorción casi completa en los retos de la coyuntura. Preocupados de administrar nos olvidamos de prever. Los administradores del momento comienzan a considerarse imprescindibles, de allí que no preparen el relevo. La lenta desadaptación a lo nuevo se hace imperceptible.
El problema de los que ejercen bien el poder no está en la falta de efectividad, sino en envanecerse por el éxito inmediato. No es el caso de la derecha. Su opción obtuvo el triunfo en Chile, no por evocar un sueño de país, sino por la promesa de un presente más próspero y con menos problemas. Pidieron ser juzgados por los resultados y es eso mismo lo que se está haciendo.
La campaña de derecha era bastante simple, consistía en replicar, a cada logro de la centroizquierda, con una misma monserga: "claro, está bien, pero yo lo puedo hacer mejor. No hay que conformarse con lo alcanzado". Y ahora hemos visto a dónde nos llevó una autoimagen de injustificada suficiencia. El juicio sobre la administración Piñera estaba formado desde antes que comenzara la pandemia.
Cuando Piñera se aprestaba a cantar por el continente las virtudes del modelo chileno fue interceptado por la crisis social. Desde entonces se quedó mudo, aunque siguió hablando mucho, sin decir nada que valiera la pena.
Se trata de un fracaso con ramificaciones. No sólo un líder político en particular mostró no estar a la altura de las circunstancias, sino que se desfondó una oferta política. La opción de ofrecer más y mejor de lo mismo quedó cancelada. Se pueden conseguir líderes menos intragables, pero no se cambia de la noche a la mañana la opción de fondo que se representa.
El decepcionante ejercicio del Poder Ejecutivo desgastó lo que antes fue una ordenada coalición política. Cuando una familia se disuelve sus bienes pueden salir a remate, también se llega a ventilar los recuerdos y secretos familiares.
Lo que acaban de hacer Jacqueline Van Rysselberghe y Mario Desbordes es de aquellas confidencias que únicamente se pueden escribir en las memorias, pero no se pueden hacer durante el ejercicio de un mandatario sin trapear con lo que queda de su prestigio. Lo que señalan es que, en plena crisis, Piñera fue abandonado por todos y que los partidos de su coalición le pidieron que dejara el cargo. Una cosa es saberlo, pero igual es una pena escucharlo.
No hay intimidad ni confianza cuando todo se cuenta. Conozco 18 millones de chilenos más simpáticos que Piñera, pero estas declaraciones son un exceso. Hasta el peor gobernante tiene derecho a la reserva de sus cercanos. El deterioro de las relaciones no deja ver algo tan simple. Así no se sostiene una opción presidencial sólida. Si se termina con este desgaste en las relaciones y se ha fracasado en cuatro años ¿para qué pedir más?
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