El proceso constituyente en marcha en el país fue la respuesta de la clase política a la crisis de octubre. Aun cuando se elaboraron las peores sospechas sobre el acuerdo del 15 de noviembre, y unos a otros se acusaron de traidores, el hecho es que todos celebraron igualmente el triunfo del Apruebo. Era que no. Un hecho histórico de tal magnitud hace olvidar las reyertas del pasado reciente.
Luego de la jornada electoral, vale la pena proyectar con serenidad el futuro inmediato que arrecia, porque la experiencia histórica ha demostrado, una y otra vez, que luego de la expectativa viene la desilusión.
Aunque conforme al curso de los acontecimientos parezca inevitable, los incautos ya han sellado su destino y hasta los más pesimistas podrán llevarse una sorpresa.
Y es que, esta hiperinflación de expectativas que ha generado el proceso constituyente, o que nosotros, los mismos ciudadanos hemos provocado, es la antesala de la desilusión porque cuando se haga la luz, la promesa no habrá sido cumplida.
Que la Convención Constitucional será una instancia cuyos delegados son puros, castos, cargados de virtudes civiles y avezados constitucionalistas del sentido común. Todos ellos, claro está, independientes. Esa idea quimérica se vendrá al suelo cuando veamos a los ex diputados, ex senadores, ex ministros, ex concejales, y un sin número de “ex” entrando a una impoluta cocina constituyente.
Y es que la gente vota por la gente que conoce, y deplora a “los políticos” - en tanto clase más menos abstracta - pero valora a “su” político, por el que ha votado toda la vida, y al que ve en televisión y siente un cándido orgullo por lo que hace, dice o promete. El anhelo por los “independientes” se desmorona por su liquidez conceptual, y por su resultado práctico.
En efecto, el independiente, ese nuevo ser que ha surgido desde las cenizas de las barricadas de octubre, solo se define por su no pertenencia a una organización política, y una buena parte de ellos proviene de los mismos partidos. Es un fetiche que, en cualquiera de los casos, pudiera ser incluso más peligroso que el militante conocido, caído en desgracia, pero del cual sabemos que es y cómo piensa.
Cómo efecto práctico, sospecho que no muchos independientes “puros” lograrán un escaño en la Convención. Más posibilidades tiene el que va dentro de un pacto en una lista, menos el que va en una “lista de independientes” - que es un horror conceptual - y nulas opciones tendrá aquel que va solo.
Que la Nueva Constitución va a resolver casi todos los problemas. Hay que reconocer el éxito comunicacional que ha tenido la derecha inculpando a la izquierda de hacerle creer al pueblo de que la nueva constitución es nuestro propio paraíso en la tierra. Ni por cerca. No solo por la barrera de los dos tercios, sino sobre todo por las dificultades de entendimiento dentro de la oposición. Los dos tercios pueden terminar siendo el instrumento que utilice la izquierda para que la derecha no nos empuje a una constitución igual o peor que la anterior.
Yo no soy pesimista, porque resolver el problema de la ilegitimidad de origen de la Constitución vigente no es poca cosa. Que la lógica política que se imponga en el proceso de la Convención sea lo más parecido a la “cocina”, que se produzcan y desarrollen negociaciones, pactos, acuerdos, encuentros, desencuentros y el sin fin de todas las desprestigiadas situaciones y prácticas que produce la política, es un “costo” muy menor si se piensa que nos estamos jugando algo mucho más importante como para ceder al prurito discursivo de unos cuantos infatuados.
Más valdría pensar en la estrategia ideológica para enfrentar a la derecha, que también tendrá entre sus filas nuevos rostros muy conservadores e independientes muy cómodos con el stato quo.
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