Sobre la crisis de racionalidad

Dentro de los tres grandes problemas de la humanidad, a los cuales ha hecho referencia el destacado filósofo Noam Chomsky en el marco del Congreso del Futuro desarrollado en Chile, hay uno de ellos merece especial relevancia, sobre todo porque es el más invisible, el más larvado: la disminución de los espacios para la discusión racional.

Esto se ha ido haciendo evidente en el país, sobre todo cuando realizamos una mirada retrospectiva del desempeño de la Convención Constitucional 2022: discursos carentes de evidencia científica, expresiones carnavalescas y desprecio por el trabajo realizado por el Estado de Chile, en múltiples áreas, desde los inicios de la transición a la democracia en adelante.

El estrepitoso desenlace del trabajo de la Convención Constitucional, en el plebiscito del 4 de septiembre, parece haber dado inicio a una nueva fase, que colabora con el necesario propósito de volver a poner en valor la racionalidad de los juicios que emiten diversos actores del sistema político. Diríamos que es, ante todo, la base para la re-construcción de proyectos políticos colectivos, de cualquier lugar del aún vigente, aunque debilitado, clivaje izquierda-derecha, cuya pretensión sea permanecer en el tiempo.

Aunque los llamados "discursos irracionales" fueron predominantes en la Convención, no fue un atributo exclusivo de ella: aún tenemos expresiones del mismo tipo en el Parlamento y en las redes sociales. Poco o nada importa "la verdad" o la "evidencia científica", ante el rédito de popularidad que importan las declaraciones catastrofistas, las fake news o las ofensas a quien se cruce por delante. Todo este despliegue de irracionalidad, que se hace por cierto en nombre del pueblo, tiene la derivada más exótica, que es potencialmente más peligrosa aún, como los movimientos terraplanistas o anti vacunas.

Sin embargo, el propio desprestigio de la Convención, su categórico resultado, así como la tendencia pendular de los ciudadanos hacia la necesidad de volver a valorar el orden público y la seguridad, hace que esta tendencia irracional pudiera ir en declive. Ahora hay que empujarla. Todos los protagonistas del sistema político tienen el deber de colaborar en el esfuerzo para generar las condiciones de un nuevo espacio de debate público racional y democrático, sobre la base del respeto a las ideas ajenas y a la evidencia científica respecto de los problemas vigentes.

Para que el sistema político pueda remecerse de este "sueño embrutecedor" es necesario pensar que la democracia pende de un hilo. Creer que la democracia es algo dado, como si fuera un atributo permanente de la sociedad, como asumen las nuevas generaciones, lleva a la frivolidad y a la desidia: genera las condiciones óptimas para que líderes populistas y/o autoritarios se hagan fácilmente del poder.

No es una tarea fácil en un cuadro de liquidez e incertidumbre extrema. Habrá que trabajar más y tener un poco de esperanza, que como dice Aristóteles, "es el sueño de los despiertos".

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