Terror

Manuel Riesco
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Vivimos días de espanto. Chile bajo las llamas y el mundo enfrentado a la crisis política más peligrosa desde la Segunda Guerra Mundial. Resulta comprensible que se haya extendido una sensación de terror. Para evitar que alcance dimensiones peligrosas, es urgente apelar a lo mejor de todos nosotros. Para recuperar la esperanza hay que enfrentar sus causas profundas con valor, lucidez, responsabilidad, amplitud y unidad, pero esencialmente con resolución. Al mismo tiempo, reprimir implacablemente a quienes lo promueven de modo inconsciente o deliberado.

Hay pocas experiencias más aterrorizadoras que un incendio. Si a lo largo de semanas arrasa o asfixia el territorio donde habita la mayor parte de la población de un país, se transforma en un fenómeno dantesco. La sensación predominante es de impotencia, al comprobar que cuando coinciden mucho material combustible, calor y viento, simplemente no hay forma de pararlos. Una vez desatados, los incendios forestales generalmente se extinguen porque se agota una de esas condiciones.

Por cierto se puede luchar contra los incendios, como comprueban a diario de modo heroico bomberos, conductores de maquinaria y aeronaves y especialmente los brigadistas forestales. Resulta impresionante observar el trabajo de estos últimos, cuando se dejan caer de a parejas por un costado de quebradas cubiertas de vegetación, a pocos centenares de metros del incendio que avanza arrasador hacia ellos, abriéndose paso hacia abajo, a una veintena de metros uno del otro, despejando el camino con increíble rapidez, usando motosierras que son potenciales bombas molotov, hasta unir ambas sendas abiertas en el fondo de la quebrada.

Luego otros brigadistas provistos de lanzallamas proceden a quemar la vegetación de la ladera al interior de la senda con forma de U abierta por los primeros. Combaten de este modo el fuego con fuego, puesto que el incendio controlado provocado con los lanzallamas consume bastante oxígeno y hace perder fuerza al foco principal. Al mismo tiempo, interponen de ese modo un cortafuego que dilata el avance del incendio o lo detiene en ese frente.

Es difícil que exista un trabajo más arriesgado, sucio, incómodo y agotador que ese, sin embargo los brigadistas forestales lo realizan sin pausa a lo largo del día, y cuando se oscurece, disminuye el viento y el incendio amaina, continúan apagando los focos uno por uno hasta bien entrada la noche. Lo hacen un día y otro día, a lo largo de semanas y meses, sin descanso.

Son gente anónima del pueblo, que ganan el salario mínimo y no tienen trabajo estable ni carrera funcionaria. Auténticos héroes, cuyo reconocimiento público es quizás el primer paso para galvanizar una reacción valerosa y decidida de todo el pueblo frente a la catástrofe.

El que los incendios forestales una vez desatados resulten difícilmente controlables, al igual que las erupciones, maremotos y terremotos, que a menudo asolan el territorio nacional, no quiere decir que ellos no se puedan prevenir. Del mismo modo que las rigurosas normas de construcción antisísmica chilenas permiten que los daños provocados por estos últimos resultan asombrosamente limitados en relación a su frecuencia y magnitud, resulta necesario asumir con todas sus implicaciones el que somos también un país de incendios forestales y que su riesgo ha  recrudecido de modo geométrico con el cambio climático.

Es necesario imponer normas antiincendios forestales, como cortafuegos y muchas otras que se conocen, tan estrictas como las de construcción antisísmica. Al mismo tiempo, establecer prohibiciones estrictas y elevadas penas a los infractores, en lo que respecta a la provocación de incendios. Y dotar al país de las instituciones, equipamientos e infraestructura, requeridos para combatirlos con la mejor tecnología disponible. Normas como éstas han logrado impedir la repetición de los incendios que arrasaban periódicamente a todas las ciudades medioevales hasta hace dos siglos y que no se conocen en las ciudades modernas.

Sin duda, el país debe por lo mismo acentuar su política de colaborar al máximo para reducir las emisiones que provocan el calentamiento global, que es la causa última del cambio climático que a todas luces está provocando el recrudecimiento de los incendios forestales.

Sólo de este modo, apuntando y actuando de manera racional y certera sobre las causas profundas de los fenómenos que provocan el terror, mostrando que es posible sobreponerse a estos fenómenos, por costoso, difícil y prolongado que ello resulte, es posible recuperar la esperanza y confianza del pueblo en que se pueden enfrentar y aún erradicarlas. Los chilenos lo hemos logrado con los fenómenos telúricos y también podremos hacerlo con los incendios forestales. Tenemos la experiencia, inteligencia, coraje y unidad, requeridos para tener éxito.

Sin embargo, para enfrentar el terror no basta con predicar una reacción racional. Junto a ello es necesario reprimir de manera implacable a quienes en medio de la emergencia esparcen de modo inconsciente o deliberado el terror en la población. Al respecto no se pueden tener contemplaciones. Para eso existe el llamado estado de sitio, cuyo propósito desde tiempos inmemoriales, consiste precisamente en reprimir drásticamente a quienes promueven el diversionismo, el desaliento, o la inquietud, en una palabra, a quienes propalan el terror, en una ciudad o país sitiado. Como bien se sabe, en circunstancias extremas a los responsables de tales comportamientos se los fusila sin más.

Para enfrentar con éxito al terror, lo único que hay que temer es al temor mismo. Esa es la regla de oro que repetía Franklin Délano Roosevelt, el sabio, democrático, liberal, pero a la vez valeroso, resuelto y hábil, Presidente de los Estados Unidos, que junto a sus aliados que pensaban en forma muy diferente a él, guió a ese país y al mundo entero a la victoria sobre el mayor peligro que ha enfrentado la humanidad hasta ahora.

No hay que engañarse, estamos de regreso en aquellos tiempos. Como entonces, una Kakocracia, el gobierno de los peores, la hez de la sociedad, se ha enseñoreado en la principal potencia militar y económica del mundo. La causa profunda de este mal es que las corruptas, egoístas y decadentes élites globales, no han sido capaces de enfrentar a los grandes intereses, principalmente el capital financiero y los grandes rentistas, que han impedido hasta el momento que se tomen las medidas indispensables para salir adelante de una vez por todas de la crisis mundial que ellos mismos precipitaron en primer lugar.

Como resultado de ello, tres de cada cuatro estadounidenses, de todas las condiciones sociales y económicas, edades, sexos, razas y preferencias religiosas y políticas, se manifestaron de acuerdo con la afirmación “Se necesita un liderazgo fuerte para recuperar el país de los ricos y poderosos”. Es precisamente lo que pretendidamente ofrece la Kakocracia actualmente en el poder, que para mantenerse allí entre sus planes tiene conducir al mundo a una guerra de proporciones inimaginables. Ese liderazgo es precisamente lo que tiene que ofrecer una amplia coalición democrática, con la decisión requerida.

En esas anda el mundo por estos días. Como en otras ocasiones, sabremos salir adelante. Para lograrlo, todos debemos tomar conciencia de la gravedad de la situación y actuar en consecuencia.

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