Vigilancia ciudadana: la mejor forma de fiscalizar

Para nadie es un misterio que existen cercos informativos que cuesta derribar y que la realidad es mucho más que el menú diario ofrecido por los medios de comunicación en los noticiarios centrales o en sus principales titulares.

Frente a estos hechos, hoy cabe destacar con alegría, los efectos que ha generado una nueva forma de comunicar , basada en la actitud proactiva de miles de ciudadanos, quienes no siendo periodistas en la mayoría de los casos, no dudan en subir a las redes sociales, de twitter y facebook principalmente, aquello que ven, protagonizan y necesitan denunciar.

Ha sido a través de estos canales cómo nos hemos informado, al minuto, de hechos noticiosos claves que han contribuido a mejorar, entre otras acciones, la función fiscalizadora parlamentaria, tal como ha ocurrido con las denuncias de la brutal represión policial en el sur del país, a través de allanamientos y enfrentamientos que difícilmente habrían sido difundidos en la prensa si no hubieran sido tema prioritario en las redes.

Las fotografías que hemos visto, elocuentes, en el caso de los niños baleados en la provincia de Malleco o las golpizas que enfrentaron los manifestantes en Aysén, o los estudiantes en sus diversas manifestaciones, han sido claves para exigir desde la Cámara y en otras instancias, nacionales e internacionales, que se proceda de acuerdo a la legalidad vigente respetando los Derechos Humanos, consagrados mundialmente.

Son pruebas irrefutables y herramientas claves en la defensa de los respectivos casos.

Si bien este fenómeno hoy se vive con fuerza en el país, es en todo el mundo donde apreciamos que esta vigilancia ciudadana ha generado cambios sociales y políticos de envergadura.

De hecho, en el año 2011, tres de los momentos informativos más importantes se transmitieron directamente a través de twitter, con más velocidad e instantaneidad que la TV: la auto-inmolación en Túnez de Mohamed Bouaziz, que desencadenó las revueltas en el mundo árabe, el asesinato de Osama Bin Laden, líder de de Al-Qaeda, por los estadounidenses y el tsunami de Japón.

Es esta vigilancia ciudadana la que hoy ha logrado cambiar la Agenda Pública y, aunque sabemos que es difícil, si aunamos esfuerzos, los medios tradicionales tendrán que incluir los temas ciudadanos, en su real dimensión; de lo contrario, comenzarán a desaparecer, en una suerte de crónica anunciada.

El poder que demostraron redes como Twitter y Facebook, en el mundo árabe, ha sido ampliamente reconocido por permitir a los ciudadanos derrocar regímenes dictatoriales y mostrar al mundo las violaciones a los Derechos Humanos que todos repudiamos. Tan efectivo ha sido el poder de las redes, especialmente en el mundo árabe, que los dictadores han recurrido a censurar su uso primero y, luego, a bloquearlo, en un abierto atropello a los derechos esenciales de expresión.

En Chile, las denuncias han sido de gran impacto e incluso han logrado modificar algunas decisiones de Gobierno, recordemos, al respecto, el polémico caso de Punta de Choros en el norte de Chile.

Las redes sociales han arrastrado una nueva ola de información en los últimos años y se han transformado en una plataforma real que, además de comunicar, permite la interacción, el feddback inmediato. Esta vigilancia de los ciudadanos, asimilada a un periodismo casi intuitivo, ha surgido, no cabe duda, como respuesta a la realidad social y a la posibilidad participativa que nos brinda la tecnología.No dudemos en utilizarla.

Así las cosas, estimados lectores, esta nueva forma de comunicar y vigilar, se ha transformado en una eficiente forma de fiscalización a los actos de Gobierno; quizás una de las más efectivas, y la que, probablemente, pueda generar cambios en las políticas, de tal forma que respondan a las verdaderas demandas públicas.

El uso de estas redes hoy es un peldaño más en el perfeccionamiento de la Democracia; no son un lujo tecnológico, sino parte esencial del sistema democrático. Vigilantes en las redes, el soberano hoy tiene medios y canales.

Desde Facebook:

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