Cultura en las zonas extremas: Diplomacia patrimonial e interés nacional

Coescrita con Rodrigo Del Río, licenciado en Literatura UC y doctor en Lenguas y Literaturas Romances, Universidad de Harvard

La polémica por los paneles solares entre Chile y Argentina, la crisis migratoria y el intento de golpe en Bolivia son todos índices de que vienen tiempos difíciles para la estabilidad de la región. Hay un instrumento que no ha sido suficientemente explorado por nuestra política internacional: la referencia a un pasado común, o como lo llamamos modernamente, nuestro patrimonio.

El pasado común siempre ha sido un lugar de la política. El saqueo de obras grecorromanas hizo que imperios llenaran sus museos de antiguas esculturas para asimilarse al poder de Roma. La permanencia desde el siglo XVI de la lengua portuguesa en la ciudad de Macau, hoy puerto chino, ha logrado la creación de un Foro de Cooperación Económica y Comercial especial entre China y los países de habla portuguesa. No sería demasiado decir que los sitios de las primeras universidades (Boloña en Italia, Oxford en Inglaterra y París en Francia) permitieron que persistiera hasta hoy una idea común de Europa que incluso el Brexit no ha podido suprimir por completo.

Controlar el pasado común no es solo el control de un relato sino también el control de un territorio. Nada casual es que el dictador mexicano Porfirio Díaz haya sido el primero en oficializar las ruinas precolombinas, a pesar de su intento de cultivar una imagen cosmopolita y amante de Europa. Las ruinas arqueológicas resolvían un problema de soberanía a un gobierno presionado por recientes intervenciones extranjeras de Francia y Estados Unidos, pero también en su vocación de ocupación de tierras indígenas al interior del país. Establecer que los restos arqueológicos eran mexicanas era decir que existía hace siglos y que los extranjeros estaban invadiendo un antiguo y consolidado territorio nacional. También, y paradójicamente, le permitió al gobierno de Porfirio afirmar que los pueblos originarios estaban en el pasado, legitimando su avance sobre territorios indígenas. Una famosa foto muestra al dictador en 1910 posando con el calendario azteca; el mismo año que una revuelta campesina, formada por cuadros de los mismos pueblos expropiados, acabaría con su gobierno.

Este viejo vínculo entre soberanía y patrimonio se ha vuelto más crucial en el actual contexto internacional. La Franja y la Ruta, el proyecto más ambicioso de la diplomacia china, se basa en buena medida en el pasado comercial común que aporta la historia de la Ruta de la Seda. De ahí que se construyan infraestructuras, pero también se muevan grandes capitales, a destacar la presencia de ese pasado común. Esta búsqueda de pasado se ha trasladado a los océanos donde encontrar una vasija de la dinastía Tang podría justificar derechos del gigante asiático sobre importantes franjas marítimas.

Chile tiene gran potencial de desarrollar una estrategia de diplomacia patrimonial, en especial donde se encuentra gran parte de la riqueza cultural de nuestro país y elementos esenciales de la imagen de Chile tricontinental. Pensemos en el extremo sur. Tanto Chile como Argentina cuentan con museos. Sus diferencias son importantes. Mientras que Chile cuenta con el Museo Martín Gusinde, destacando la labor del científico, o Museo de Historia Natural Río Seco, centrado en el patrimonio natural de la zona, Argentina se aboca a la geopolítica con el Museo del Fin del Mundo, antigua casa de un gobernador, el Museo Pensar Malvinas, sobre las islas en disputa con Inglaterra, y el Museo Antártico de Ushuaia, que proyecta al país al continente de los hielos eternos. El 2003, el gobierno de Ricardo Lagos innovó en este sentido al crear el Parque Marino Francisco Coloane, donde un área protegida realizaba un gesto conjunto de patrimonio y soberanía.

La construcción de un futuro Centro Antártico Internacional en Punta Arenas apunta a una profundización de políticas intersectoriales con el patrimonio como núcleo, al establecer como uno de sus objetivos explícitos el seguir "fomentando el desarrollo de una identidad cultural vinculada con Antártica, poniendo en valor el patrimonio histórico, natural y cultural de nuestra región".

Pero todavía es posible ampliar coordinación y recursos hacia otras zonas extremas. En Arica, nuestra frontera norte, cuenta tanto con el Carnaval del Sol como con las momias chinchorros, las más antiguas del mundo. Fomentar estas riquezas patrimoniales no solo aumenta el atractivo turístico de la región, sino que participa en el avance del interés nacional al crear más infraestructura y presencia, pero también estimulando una mayor descentralización y migración interna hacia nuestros extremos, donde el pasado -tanto y más que los mapas- define los límites de nuestro país.

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