La propuesta de la diputada comunista Camila Vallejos, de terminar con la costumbre de iniciar las sesiones dela Congreso "en el nombre de Dios", ha despertado airadas reacciones de algunos piadosos creyentes.
La iniciativa, lejos de ser una herética rebeldía de agnósticos y ateos, no debiera ser motivo de escándalo para un cristiano. Al contrario, debiera ser una oportunidad para superar la paganización del santo nombre de Dios, que ocurre en la práctica cuando se usa en vano.
Al respecto, hay que recordar que el mismo Dios de Moisés, Dios de judíos y cristianos, grabó en las Tablas de Ley la prohibición de usar en vano el santo nombre de Dios, estableciéndolo como el Segundo Mandamiento de la Ley Mosaica.
Hay abundante evidencia de la transgresión a este Mandamiento.
Ello ocurre cuando el nombre de Dios se usa vanamente para sacralizar lo mundano, para imponer las creencias personales en ambientes secularizados o, peor aún, para coaccionar la voluntad ajena en función de propósitos personales o grupales. Ello no solamente constituye una falta hacia la persona de Dios, sino también una falta para quienes no creen.
Muchos piensan que por multiplicar el nombre de Dios en sus palabras, en las cruces que ostentan vistosamente o en sus tradiciones, están asumiendo la gran causa del Evangelio. Lamentablemente, se equivocan porque en la vida del cristiano Dios debe hablar, ante todo, con el leguaje del testimonio personal, con el ejemplo y con las obras.
El uso indiscriminado y abusivo del nombre de Dios se convierte en motivo de escándalo y anti testimonio, cuando los hechos contradicen lo que se dice acaloradamente con la boca. Incluso, no poca increencia contemporánea es causada por la incoherencia entre fe y vida, que escandaliza a quienes no logran descubrir a Dios en el ejemplo de quienes lo profesan pasionalmente.
En una sociedad secularizada como la chilena, iniciar una sesión legislativa en el nombre de Dios pareciera sintetizar toda la hipocresía social y cultural de una cristiandad nostálgica y culposa.
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