La fuerza

La filosofa chilena Lucy Oporto señala una interrogante sobre la violencia en Chile en el marco de una entrevista. Ella declara: "El punto es si la barbarie en Chile es superable o no, en virtud de un auténtico desarrollo de la conciencia: una pregunta que permanece abierta". Esta hizo emerger una reflexión no nueva sobre "la fuerza". Esta dice relación con el hecho de que el Estado en Chile nace de una experiencia bélica, tal como lo explica el historiador chileno Mario Góngora. La guerra que hace del Estado de Chile a partir de una capitanía general un forjador de nación.

A la luz de la pregunta de Lucy Oporto, me surge la siguiente línea reflexiva: El Estado al abandonar su esencia original, es decir la experiencia bélica, abandona su proceso constante de creación de comunidad nacional. En otras palabras, que los continuos gobiernos desde el 2000 en adelante se hayan preocupado de prescindir del Estado como entidad que monopoliza el ejercicio de la violencia legítima produjo un proceso creciente de disolución de la cohesión nacional, derivando con ello a un estado de "barbarie". Este punto es clave para entender el apabullante triunfo del Rechazo. Y, acudiendo nuevamente a una afirmación de Lucy Oporto respecto de lo que explica fundamental el triunfo de la opción Rechazo, ella afirma: "Tiendo a intuir que aquí actuaron otras fuerzas, provenientes de los laberintos del inconsciente colectivo chileno: una memoria antigua, tal vez relativa a las guerras de siglos anteriores." Esta idea sólo podría decirla un chileno, alguien que porta naturalmente el espíritu nacional y lo entiende razonablemente.

A la luz de lo anterior, el triunfo del Rechazo se entiende fundamentalmente por el inconsciente colectivo chileno de que es el Estado el forjador de la nación y el único representante de la experiencia bélica y del ejercicio legítimo de la violencia. Es aquí que la fuerza se concibe como protectora del derecho. En conclusión, ante la ausencia de un efectivo Estado de Derecho, el líder protege el derecho, al no haber un líder protector, la fuerza recurre al poder originario, el pueblo que es quién confirma al Estado como portador de la guerra y forjador de la nación.

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