A 50 años de "Nos habíamos amado tanto", homenaje a la amistad, la historia y el cine

Hay películas que, más allá de su calidad objetiva, si es que es posible encontrar objetividad en un análisis fílmico, son capaces de transformarse en verdaderos íconos de la industria cinematográfica, muchas veces trascendiendo sus méritos estrictamente estéticos, su temática o sus alcances discursivos. Son películas que logran traspasar ciertos límites para convertirse en clásicos de para el gran público, objeto de estudio para la academia o piezas de culto para los más cinéfilos. A lo anterior sumaría la condición de ser películas que logran captar la fibra emotiva de personas -como uno- que se conectan con la historia y sus eventuales pretensiones expresivas. La lista de esas películas puede ser tan larga como los criterios que escojamos para elegirlas.

Pues bien, un 21 de diciembre de 1974, hace exactos 50 años, se estrenó en Italia "Nos habíamos amado tanto", del director italiano nacido en Trevico Ettore Scola, una de esas cintas que se ubica para mí en la cumbre del gran cine, una película que me despertó -desde que la vi por primera vez- la necesidad de ver y disfrutar el cine con otros ojos, y por supuesto, iniciar una frenética ambición de conocer más el cine, de su historia, de sus movimientos estilísticos, de los grandes autores o de una mejor comprensión de un lenguaje de infinitas dimensiones estéticas, poder conectarse con los personajes, el relato y la historia, y finalmente el disfrutar y comprender el mensaje conectado emocionalmente con nuestros sentidos.

Antonioni, Lumet, Godard, Truffaut, Ford Coppola, Herzog, Fassbinder, Peckinpah, Fellini, Saura, Huston, Ford, Leone, Risi, Montaldo, Tarkowsky, Resnais o Bergman fueron algunos de los directores que despertaron mi primer interés desde entonces, y luego alternando con los cines comerciales de la época asistí a cuanto festival pude, ciclos de cine arte en el Normandie, pero también en Espaciocal, ese teatro boutique que había en Lo Castillo, o los ciclos nacionales de los centros culturales del Goethe, el Francés o la Facultad de Artes de la Chile o los que organizaba cualquier otra universidad. Eran tiempos de una hermosa juventud que contrastaba con la opacidad de los tiempos de la dictadura.

Recuerdo que la primera vez que vi la película fue a fines de 1979, precisamente en ese viejo e inolvidable cine Normandie de la Alameda, epicentro de mis goces cinematográficos en los años '80. Pero luego la he visto decenas de veces, y cada vez que la veo me emociono más que la primera vez, descubro nuevos matices expresivos, me conecto más profundamente con las actuaciones de los protagonistas y le encuentro mucho más sentido a lo que Scola quiso decirnos respecto de la sociedad, la política, las relaciones humanas y el amor. Quizás sea, que uno con los años, es capaz de entender mejor ciertos códigos que la de un adolescente de 17 años que le permita descifrar mejor los esquivos recovecos de la propia existencia.

En "Nos habíamos amado tanto", Scola realiza una comedia aparentemente inserta en la tradición de la commedia italiana, de la que el propio Scola ha sido protagonista como guionista o director durante los años '60 y '70, pero más allá de ese tono humorístico y trágico, sarcástico y burlesco, a veces grotesco de una comedia social que describe lo mejor y lo peor de la condición italiana, Scola se atreve a ir más allá en la construcción de personajes contradictorios, a veces incluso fallidos, en sus alcances morales y sin embargo, sentirlos tan humanos y queribles. Pero como decía, el mérito de Scola no es quedarse en los elementos tradicionales del lenguaje de la comedia sino adentrarse en otros estilos, o la capacidad de tomar de otras fuentes del cine, los elementos lingüísticos necesarios para convertir la película en un verdadero fresco de época, también en una pieza de reflexiones filosóficas más profundas, con el propio cine como telón de fondo o la compleja construcción de la Europa de posguerra

En el filme podemos encontrar una herencia indisimulada a las corrientes neorrealistas el cine de De Sica o Rosselini, o Pietrangoli y Antonioni, a quienes homenajea en la película, pero también explora con la misma soltura y convicción el lenguaje de la Nueva Ola francesa, y aunque no llega al existencialismo bergmaniano, se arriesga a explorar la psique de cada uno de sus personajes sin compasión ni ambigüedades. A mi juicio, puede que "Nos habíamos amado tanto" sea una de las películas más hermosas de la década, y alguna de esas piezas únicas de la cinematografía mundial, y no se trata de una película perfecta ni mucho menos, pero exuda una honestidad conmovedora que logra momentos mágicos y de extraordinaria belleza.

Con una argumento aparentemente simple, Scola nos relata la historia de tres amigos compañeros de la resistencia contra la ocupación alemana, Gianni (Vittorio Gassman), Antonio (Nino Manfredi) y Nicola (Stefano Satta Flores), que se van reencontrando años después en la Italia de los setenta tensionada por las in/definiciones de una época de grandes cambios políticos y culturales. Como eje central del reencuentro de estos viejos amigos está la insatisfacción existencial que suponen los sueños insatisfechos, la duda que invade las vidas de los personajes en cuánto a lo que es posible mantenerse fiel a sus ideales juveniles o adaptarse a las exigencias de una sociedad que no terminan por comprender. Y todo ello girando en torno a la presencia de una bellísima Luciana (Stefania Sandrelli) que, como los tres amigos que la pretenden, deambula angelical, frágil y confundida tratando de amar y ser amada y conquistar sus propias quimeras acaso también lejanas o imposibles.

Pero el filme es también una espléndida metáfora de la historia del siglo XX, la historia de las tensiones de la Guerra Fría y las incertidumbre que producía la construcción de un nuevo modelo de sociedad en paralelo con el derrotero de la propia historia del cine, con la recreación por ejemplo, de la escena de la escala de Odessa, del filme "Acorazado Potemkin" de Sergei Einsenstein, o la escena magnífica de la Fontana de Trevi de la película de Federico Fellini "La Dolce Vita", con los cameos del propio Fellini y Marcello Mastroiani, como doble actor de la película, que actúa actuándose a sí mismo en la de Scola y como Marcello Rubini en la de Fellini, y la Sandrelli en un efecto abismo de narrativas. A ambas puestas en escena se suman los homenajes a "Ladrón de bicicletas" o a películas como las de Godard cuando Antonio (Manfredi) le habla a la cámara rompiendo el infranqueable e invisible telón del cuarto espacio que separa las realidades de la diégesis y del espectador como nosotros, a quienes Antonio interpela. Este recurso, la del actor dirigiéndose al espectador del cine, se logra magistralmente también, con el efecto teatral de congelar y oscurecer al resto de los personajes para dejar que el protagonista realice un monólogo reflexivo como si los demás no lo escucharan, es un instante profílmico inspirado en una obra de teatro de Eugene O´Neill a la que asisten Antonio y Luciana, escenas que se repiten en dos niveles diegéticos, uno como actuación dentro de la actuación (en la calle de Roma a las afueras de la sala de teatro) y la otra como recurso fílmico del director (en la trattoria "El Rey de la Media Porción" en la Piazza della Consolazione).

Roma es la Roma reconocible y a la vez, una ciudad universal; es la Roma con sus calles, monumentos y rincones identificables, pero es también cualquier ciudad del mundo, también la escenografía de una película; es ficción y realidad, es lo que es y lo que pretende ser como recurso expresivo fílmico. La ciudad se transforma desde un fresco documental en blanco y negro con audios de radio y televisión de época, y el colorido de la Europa de los nuevos tiempos; la transición de un mundo que quizás desaparece y, junto a ello, también las sinuosas utopías de la juventud que evoluciona y se transforma, temáticas que también advertimos en las películas de Luchino Visconti "El gattopardo" (1963) y "Grupo de familia" (1974).

Más allá de contexto social y cultural de época, y pese al registro aparentemente documental del filme, Scola también incorpora al relato elementos propios de la literatura del Realismo mágico latinoamericano, tan en boga en esos años, como son el diálogo de Gianni y Elide (Giovanna Ralli, en una actuación memorable) en el cementerio de autos (¿qué querrá decir esa metáfora?), o el grotesco Rómolo Cattenacci (un extraordinario Aldo Fabrizi) como cruda constatación de aquellos personajes oscuros pero humanos, víctimas de una época y de un sistema hecho para corromper a hombres sin convicción.

Las imágenes documentales dan realismo a la cinta, pero las transiciones (raccords) y la forma de fragmentar el relato con grandes elipsis y raccontos representan simbólicamente un nivel distinto de interpretación de las ideas asociadas al contexto histórico, que pareciera que todo lo determina; esa forma de filmar (y montar) nos sumerge en el ethos íntimo de los personajes, en los procesos internos del paso del tiempo, en la toma de conciencia del cambio. La forma en presentarnos el relato en la primera escena de la película, antes del gran salto al pasado, pareciera decirnos que en la interpretación de la historia es posible encontrar diversas miradas, ninguna mejor que otra, y probablemente todas complementarias.

Las actuaciones son tan entrañables y llenas de matices que es imposible no empatizar con los personajes; Nino Manfredi y Vittorio Gasmann ofrecen probablemente algunas de sus mejores actuaciones cinematográficas, que por supuesto, no es poco decir, y la música de Armando Trovaioli, eterno colaborador de Scola, con su colorido tímbrico y melódico funciona impecable como telón de fondo de una época.

En la universalidad de "Nos habíamos amado tanto" Scola nos permite descubrir siempre nuevos detalles, pequeñas joyas narrativas que en sus delicadas capas expresivas nos conectan, finalmente, con lo más recóndito de nuestra conciencia salpicada de temores y esperanzas y nos advierte que esta fragilidad existencial nos ofrece una perspectiva profundamente humana en la capacidad del reencuentro amable y amoroso con uno mismo y sólo a partir de aquello, de una lección de vida estrechamente vinculada al devenir de la realidad histórica y social que nos define y para la cual existimos.

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