El gran terremoto de México: los ingredientes de una tragedia

Este 2025 estamos conmemorando un año especial. Hace 40, en 1985, hubo tres grandes tragedias en nuestro continente. Desde Valparaíso vino un gran terremoto que se sintió con fuerza en Chile central, ya hemos hablado de esto.

En Colombia, el Nevado del Ruiz hizo erupción provocando un enorme flujo de roca y lava, el calor derritió un gran glaciar, que a su vez desató uno de los más temibles fenómenos que conocemos: un flujo roca, lava, barro, restos de plantas y cuanto más hay. Los llamamos lahares y son devastadores. El flujo se dirigió hacia el pueblo de Armero, acabado con 20000 de los 29000 habitantes, es una tragedia difícil de describir.

México también fue sitio de un desastre. En la costa del Pacífico, la placa de Cocos se hundió bajo el continente. El 19 de septiembre de 1985, frente al Estado de Michoacán, un gran terremoto cerró una brecha bien conocida por los científicos. Se sintió con mucha fuerza en la capital, Ciudad de México. Se perdieron hasta 3.300 edificios, hubo 8.000 muertos o desaparecidos, 30.000 heridos y hasta 50.000 personas sin casa.

¿Si los científicos ya especulaban de este terremoto, no cabría esperar una mejor preparación? Creo que este es un ejemplo de cómo aprendemos. Lamentablemente, hay infinitos factores y escenarios, podemos mejorar, pero siempre tendremos que recibir lecciones. Quizás lo que mejor podemos hacer en este espacio es contar qué sucedió.

Ocurre que en esta tragedia hay tres factores que jugaron un rol. En secuencia temporal son el terremoto mismo, el camino y el sitio. El terremoto mismo es una fuente de magnitud 8.1, sin duda un terremoto grande. El camino es un recorrido de 350 km a la capital, espacio suficiente para desarrollar un fenómeno que ocurren en los cuerpos que tienen bordes. O sea, cuando un fenómeno es muy pequeño comparado con el cuerpo que lo aloja, podemos suponer que hay todo el espacio que se necesite, en la práctica hablamos de un cuerpo infinitamente extendido, salvo el hecho que es sólo una idea, es una muy útil. A pesar de ser infinito, nada nos impide cortarlo por la mitad, en este caso aparece un nuevo cuerpo, tan grande como el anterior, pero ahora hay un borde. Acá viene lo especial. Ocurre que cuando el cuerpo es infinitamente extendido, sin bordes, los terremotos propagan dos tipos de ondas, unas rápidas y otras lentas. Ahora, si el cuerpo tiene borde, se suma un tercer tren de ondas, que llevan el nombre de ondas de Rayleigh. Son más lentas aún, pero tienen gran amplitud y son capaces de viajar largas distancias sin perder fuerza.

Las ondas de Rayleigh que se formaron en el camino entre la costa mexicana y la capital oscilaban fundamentalmente entre 1 y 3 segundos.

El sitio de Ciudad de México es la última pieza de esta tragedia. Levantada sobre material lacustre, la ciudad está en un sitio muy irregular y de mala calidad. En la ruleta de la vida pasa que este material tiende a vibrar fundamentalmente en intervalos de 1 a 3 segundos, el mismo período de las ondas que viajan por la superficie.

Al juntar estos tres ingredientes se cuaja la tragedia. El encargado de hacer la mezcla fue el fenómeno de resonancia. Al llegar el tren de ondas final, debido a su lenta velocidad, los sedimentos de Ciudad de México progresivamente capturaron la energía, una y otra vez en un baile perfectamente sincronizado. No había estructuras pensadas para esta danza fatal. Muchas colapsaron.

¿Se podría haber evitado el desastre? Difícil saberlo, lo que sabemos, lo sabemos por la existencia de instrumentos puestos por científicos y profesionales con visión, gente que pudo mirar más allá. Eso hay que continuarlo. No tengo mucho más, aparte de eso, tengo claro que conmemorar significa hacer presente la memoria, y eso explica por qué recordamos esta tragedia, para aprender las lecciones y poder mirar adelante.

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