Es claro que Chile requiere incrementar en forma importante el ritmo de crecimiento de su economía. Y la forma de hacerlo no puede radicar solo en aumentar la cantidad de factores productivos involucrados en la generación de nuestro producto - trabajo, capital, uso de recursos naturales - sino en combinarlos en forma más inteligente y creativa.
Es decir, hace falta aumentar significativamente nuestra productividad. Y en Chile no solo los niveles medios de productividad están muy por debajo de los países con mayor nivel de desarrollo, sino que las brechas de productividad entre empresas pequeñas y grandes en nuestro país son mucho mayores.
Y sin profundizar en la vasta literatura que relaciona el desarrollo tecnológico con el incremento de la productividad, baste decir que la relación virtuosa entre estas dos variables es ampliamente conocida. Dicho de otro modo, una forma privilegiada de elevar la productividad de nuestra economía es elevar el nivel y la dinámica de la innovación tecnológica de sus empresas.
Por mucho tiempo se sostuvo que la forma privilegiada de abordar este desafío era concentrarse en un núcleo potente y activo de empresas con potencial para innovar sistemáticamente, especialmente en tecnologías de alto nivel, creando con ellas una “masa crítica” que arrastraría al resto de la economía en una espiral creciente de desarrollo tecnológico.
Este efecto virtuoso se lograría a través del fortalecimiento de los encadenamientos productivos que estas empresas generarían con otras empresas nacionales, a lo que se añadiría un efecto demostración en virtud del cual muchas otras empresas imitarían estos comportamientos innovadores.
Durante las últimas dos décadas una parte muy importante de los programas públicos de apoyo a la innovación estuvieron orientados por esta visión. Y no es que las Pymes hubieran estado descuidadas, pero para ellas los apoyos no estaban, por lo general, destinados a elevar su nivel tecnológico, sino más bien a introducir buenas prácticas en los planos organizativo y comercial.
En mi opinión, la estrategia anterior es claramente insuficiente. Chile no necesita solo campeones de la innovación, sino también elevar masiva y directamente el nivel tecnológico de nuestras empresas, mayoritariamente pequeñas y medianas.
Solo así logrará aprovechar al máximo los beneficios del desarrollo científico-tecnológico de las empresas pioneras. El beneficio de elevar los niveles tecnológicos de las Pymes no recaerá solo en ellas mismas, sino también en las grandes empresas que se vinculan con las anteriores en una relación cliente-proveedor.
Según datos de la 9a Encuesta de Innovación levantada por el ministerio de Economía con datos de los años 2013 y 2014, a nivel general las tasas de innovación de las empresas pequeñas son inferiores a la mitad de las mismas tasas en las empresas grandes (14,5% vs. 31,9%).
Estas cifras se refieren tanto a innovaciones tecnológicas (productos y procesos) como a las no tecnológicas (gestión organizativa y marketing). Si nos enfocamos sólo en las innovaciones tecnológicas, la brecha entre empresas grandes y pequeñas se ensancha aún más, pues la tasa de innovación tecnológica de las grandes es del 22,7%, en tanto la tasa equivalente de las pequeñas empresas se empina al 9,7%.
¿Qué consecuencias tiene la anterior situación para las personas? Esbozaremos solo una, corriendo el riesgo de sobre simplificar el análisis. Es sabido que la evolución de la productividad media de la empresa está directamente relacionada con la variación de los ingresos medios (del trabajo y del capital), por lo que la elevación del nivel tecnológico de las pequeñas empresas, al impactar sobre sus niveles de productividad también será una contribución a reducir las enormes desigualdades en los ingresos de los chilenos.
Lo anterior implica la necesidad de diseñar e implementar programas públicos que se orienten directamente a elevar el nivel tecnológico de las pequeñas empresas. Por supuesto que este desafío es gigantesco y nadie puede pretender abordarlo en forma simplista o ingenua.
Al margen de la gran cantidad y diversidad de empresas involucradas y del enorme caudal de recursos que requeriría un esfuerzo como este, de ninguna manera bastaría con poner tecnologías al alcance de las empresas, sino que esto requeriría de importantes acciones en el ámbito de la formación y de la capacitación, sin mencionar el nada despreciable aspecto del acceso al financiamiento para nuevas tecnologías.
No hay que desconocer que algo de esto se está abordando a través de programas impulsados por la CORFO (centros de extensionismo) y por SERCOTEC (Centros de Desarrollo de Negocios). No obstante, estos programas tienen limitaciones de cobertura, de financiamiento y de tiempo que los hacen accesibles solo a una pequeña fracción de los potenciales usuarios.
Propongo, para una posterior reflexión y estudio, un programa - que puede comenzar con una experiencia piloto - basado en la incorporación de profesionales jóvenes de diferentes especialidades que quieran realizar, al menos por un año, una experiencia de extensionistas tecnológicos.
Esto incluiría un plan de formación para los profesionales extensionistas, ocupando parte de su tiempo durante este primer año. Los contenidos de este plan de formación girarían en torno a las tecnologías a ser transferidas y a métodos de difusión tecnológica.
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