“Decidme ahora, Musas, dueñas de olímpicas moradas, / pues vosotras sois diosas, estáis presentes y sabéis todo, / mientras que nosotros sólo oímos la fama y no sabemos nada, / quiénes eran los príncipes y los caudillos de los dánaos. El grueso de las tropas yo no podría enumerarlo ni nombrarlo, ni aunque tuviera diez lenguas y diez bocas…” Homero, en el canto II, de la Ilíada
Aire, mar y arena. Una hora, un día, una semana. Los elementos representativos con los cuales Christopher Nolan (1970), edifica una realidad particular y ficticia, acerca de un acontecimiento histórico y trascendental, donde se detienen el tiempo y el reloj, en el esfuerzo y en la intención creativa, de visualizar, a través del arte cinematográfico, el desesperado, pero exitoso rescata de casi medio millón de soldados británicos, y algunas huestes francesas, desde las costas nororientales del país galo, colindantes al Canal de la Mancha, que separa el continente europeo y a Inglaterra, después del inicial desastre militar.
Desde las épocas bíblicas que los narradores y contadores de historias, aspiran a internalizarse en el proceso de la acción dramática y temporal, para de esa manera, fragmentar el avance del tiempo y procurar su entendimiento desde un relato y una óptica unívoca, mediante la separación de sus principales ejes, o bien en universos de secuencialidad múltiples, desplegadas al instante.
Recordemos, por ejemplo, que en el Pentateuco del Antiguo Testamento se le concede milagrosamente al pueblo hebreo, por intermedio del profeta y líder militar Josué, la detención divina del sol, a fin de extender la luz diurna de una jornada y hora específicas, y así poder vencer en una batalla monumental al bando de los cananeos, en el proceso y la conquista de la Tierra Prometida.
La estética cronométrica expuesta por Nolan, entonces, se manifiesta casi en la división “faulkneriana” de una idéntica perspectiva de propósitos, con el objetivo de expresar, desde diferentes cámaras y perspectivas, la gesta épica de la Armada inglesa en procura de la salvación de las fuerzas expedicionarias, acorraladas entre los tanques y el agua salada, a causa del asedio constante de las milicias nazis y germanas.
De esa forma, también, la luz se explaya en una retórica audiovisual graduada de una manera pictórica y de tranquilo y de circunspecto apocalipsis, en un estilo claramente británico, que en sus fundamentos creativos rememora al Simbolismo isleño de principios del siglo XX (con Fréderick Cayley Robinson, y su lentitud, su reflexionar en el intervalo de un segundo, a la cabeza).
Una huída y resistencia desesperada, que interpreta el argumento de la supervivencia a como dé lugar. Y en ese núcleo dramático, la exposición de ese ambicioso plan de producción acerca de la subjetividad del tiempo, observada por miembros de las tres ramas de las fuerzas militares participantes en la conflagración (aviación, marina y soldados terrestres). El colectivismo y la solidaridad comunitaria, así, presentes en la sociedad inglesa, se enuncia mediante planos aéreos de difícil consecución y propuesta, en la recreación de una batalla a muerte, y en sus resultados destructivos, psicológicos y conductuales sobre un grupo de personas, ya sean civiles o miembros profesionales de las tropas en combate.
La banda sonora, hecha de música minimalista, y ofrecida por el compositor alemán Hans Zimmer, se escucha en pleno maridaje y concatenación con los hechos dramáticos que narran la cámara y el libreto formulados por Nolan.
Como Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan (1998), aquí el director inglés pronuncia los códigos estéticos y cinematográficos de una película de guerra, protagonizada exclusivamente por hombres, sin amor, sin mujeres, en un elenco donde sobresalen los nombres de Fionn Whitehead, Aneurin Barnard, Mark Rylance, Kenneth Branagh, y del actor irlandés Cillian Murphy.
El discurso de un instinto racional y a veces inmoral de la supervivencia, ocupan la poética heroica y anónima de Dunkerque (2017), en la cual los costos responden a una lógica mayor, en pos de la gesta patriótica y nacional por salvar a ese medio millar de hombres, y de resguardar recursos materiales, bélicos y anímicos, para continuar en un futuro cercano la batalla ante el bando y las naciones del Eje, comandadas por la Alemania nazi. Los significados de la entrega y del sacrificio, sin ir más lejos, se enlazan en un discurso de abstracciones políticas e históricas, que resuenan junto a los valores de la democracia liberal occidental, en franco debate armado, con las coordenadas socio históricas del totalitarismo fascista propio de la época.
La estética cronológica de la obra de Christopher Nolan, no sólo encuentra su génesis en los caminos multitudinarios abiertos por el inmortal William Faulkner en la primera mitad de la centuria pasada, sino que igualmente, se entronca, con las concepciones de una imagen cromática pensada por Raúl Ruiz en el propósito de plasmar en secuencias fílmicas, y la creación características del autor francés Marcel Proust, en su versión de En busca del tiempo perdido, que data de 1999.
En esos caminos paralelos y numerosos, circunscritos a un relato cinematográfico, inspirados al centro de un idéntico acontecimiento dramático, se encuentra lo mejor, la originalidad, y lo más novedoso, de esta proposición artística del realizador inglés. Y en esa estructura narrativa y fílmica, es que ofrece una idea literaria y salvífica acerca del heroísmo, y en torno a la edificación social y póstuma de la memoria nacional, en un factor sociológico que se conduciría, de un modo anónimo, generoso y constructivista de la sociedad, de acuerdo al texto guía, escrito asimismo por el director.
Otro filme inglés reciente, Expiación (2007), de Joe Wright, basado en la novela homónima de Ian McEwan, también recrea el operativo suscitado en las playas francesas de Dunkerque, pero bajo una óptica preferentemente vespertina, nocturna, y en la cual prevalecen el desorden, la evasión, y su búsqueda de consuelo y de enajenación narcótica, alcohólicas y paliativa.
En la mirada de Nolan, en tanto, subsisten el orden, el respeto de la línea de mando y, en general, la convicción y la creencia de que esa acción militar, obedeció a una noción de la entrega y del sacrificio personal, generosos por parte del pueblo británico, en el objetivo colectivo e hipotético, insistimos, de sentar las bases para una victoria futura del bando Aliado, dentro de los “pormenores” globales en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
Dunkerque es un título mayor en el contexto de la historia reciente del cine. Renueva el género bélico, tal como lo hicieron en su momento, y en la década de 1990, las creaciones respectivas de Steven Spielberg (por la ya citada gesta del soldado Ryan), y La delgada línea roja (1998), de su compatriota Terrence Malick.
El nombre de Nolan se añade envuelto en la oferta de un tríptico de análisis temporal, geográfico, estético, sobre el cual la cámara registra los detalles humanos, míseros y reconfortantes, globales y sencillos, que posibilitaron esa victoria “moral”, su significado trascendente en aras del triunfo final de los Aliados, justo un lustro después, y luego del Desembarco de Normandía.
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