Régimen acústico

Cristóbal Fernández Suárez
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Cuando elegimos un destino (o varios) para nuestras vacaciones, queremos disfrutar al máximo, con la familia o los amigos, el lugar que visitamos. Cada paraje nos invita a conocerlo desde innumerables formas, ya sea la ciudad o un pueblito, el bosque, la cordillera, un río o el mar, cada uno de estos lugares ofrece atracciones que se involucran con nuestro cuerpo, es decir, con nuestros sentidos.

Sus aromas, comidas tradicionales, flora y fauna, y sus artesanías, entre muchos otros, nos ayudan a configurar una pequeña radiografía del entorno que estamos habitando. El concepto de régimen acústico nos orienta para saber descubrir los sonidos que le dan forma y entregan una pieza del rompecabezas en la identidad del lugar. El régimen acústico vendría siendo el canto de las aves tradicionales de la zona, sonidos que provienen del puerto, artistas callejeros, vendedores de todo tipo, invitaciones para el circo desde un parlante, el ruido que proviene de la caleta o de la bohemia nocturna del balneario, como también las olas del mar o una cascada.

Si nos enfocamos solamente en los aspectos aurales (sonoros), tenemos un espacio rico en estímulos para constituir la identidad del lugar. En Chile tenemos innumerables regímenes acústicos: la música de las bandas de bronces ensayando para las fiestas religiosas del norte; la música folklórica, en vivo y/o envasada, que suena para Fiestas Patrias en todo el territorio nacional; la Parada Militar con sus bandas y aviones sobrevolando la capital; los conciertos o partidos de fútbol del Estadio Nacional; el carnaval de Arica, etc.

¿Pero qué pasa si los sonidos que quiero disfrutar son anulados durante largos momentos por música que proviene desde un parlante? Ya tenemos bastante contaminación acústica en las grandes ciudades como para encontrarnos con ruidos molestos e interminables en espacios de relajo y merecida tranquilidad. Podemos detestar el ruido de fin de semana de un vecino con su taladro, pero son ruidos con los que debemos lidiar en el transcurso de nuestra vida, sin embargo, muy distinto es tener que aceptar de manera sistemática y egoísta sonidos, ruidos o músicas que no permiten disfrutar esos otros sonidos que constituyen la identidad de los espacios veraniegos.

Escuchar al otro es un acto de respeto que nos engrandece a todos, y aprender a escuchar cada entorno nos hace conocer, valorar y posteriormente si fuese necesario defender aquello que pueda estar en peligro de extinción, porque sí, los sonidos también pueden desaparecer para siempre.

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