Con ocasión de la Séptima Conferencia Internacional de Psicología Comunitaria a realizarse en Santiago de Chile entre el 4 y 7 octubre próximo y ante la realidad migratoria que está viviendo nuestro país, surge una cuestión fundamental relacionada con la vida de estas personas y sus familias, algo que ha sido también objeto de análisis y discusión en otras naciones que han experimentado situaciones similares.
Me refiero al techo que los cobija, a los barrios que llegan a habitar, a las características de los espacios donde hacen su vida hogareña.
Si efectivamente, la vivienda que acoge a una familia determina en parte importante las dinámicas y la calidad de las relaciones al interior de ella, es imprescindible hablar, analizar y compartir con ellas lo que allí experimentan, y a partir de ello trabajar juntos para asegurar dignidad en esos espacios.
La psicología comunitaria puede dar aquí un aporte clave en este caminar, hacia el respeto a cada persona y a su núcleo familiar desde el lugar que habitan.
Las autoridades han afirmado que son más de un millón los extranjeros residentes en Chile, en el Censo 2017 la cifra alcanzó a 784.685 personas proviniendo el 80% de seis países (cinco de Sudamérica y uno del Caribe), un 25% han llegado desde Perú y cerca de un 10% desde Haití, el resto de los países se mueven entre el 15 y 10% aproximadamente (Colombia, Venezuela, Bolivia y Argentina).
El impacto desde el 2010 ha sido elevado ya que el 66% reconoce haber llegado a partir de ese año (a inicios de los ’90 la inmigración no superaba el 1%, hoy es superior al 4%, Censo 2017).
Este es un cambio muy acelerado a nivel nacional pero que se desarrolla de manera diferenciada dependiendo de las regiones, ciudades y comunas donde la presencia extranjera en la última década es de mayor densidad. Es decir, tiene un desenvolvimiento comunitario singular en relación al territorio y por supuesto también de acuerdo con sus costumbres, tradiciones y creencias.
Techo-Chile ha investigado de manera más detenida la realidad habitacional de las personas y familias inmigrantes, haciendo uso de la CASEN 2015 evidenció que un 25,5% viven hacinados (2,5 o más personas por dormitorio), la región de Antofagasta encabeza la estadística con un 33,8% y la sigue Tarapacá con un 31,8%.
En el caso de la región Metropolitana el hacinamiento afecta a un 27,9% de ellos, siendo las comunas de Santiago y Estación Central lugares habituales de llegada para las familias y donde se experimenta particularmente en los cité condiciones miserables de existencia, a los que se suman aquellos que están en condiciones similares en Quilicura y Renca; además las comunas de Lampa y Colina aumentaron en campamentos con presencia de inmigrantes. Los datos - acerca de las familias chilenas - muestran que un 10% de ellas sufren el hacinamiento.
El Centro de Investigación Social (CIS, Techo-Chile) realizó un análisis también de la realidad de las familias inmigrantes que habitan en campamentos, el 53% de las ellas viven en la región de Tarapacá, un 17% en Antofagasta y un 16% en Atacama. La procedencia es predominantemente boliviana, luego colombiana y por último peruana, y la gran mayoría llega a instalarse en un campamento debido a los elevados valores de los arriendos (cuyo precio mensual varía entre un 40% y un 80% de sus ingresos).
Esta es parte de la realidad en la que habitan los inmigrantes. De este modo se han ido formando nuestras comunas y ciudades, con mayor heterogeneidad e importantes cambios culturales.
Este acelerado proceso ha implicado transformaciones que no siempre han ido de la mano del respeto a la dignidad de las personas que inmigran.
En efecto, este respeto parte por la ‘aceptación y admiración’ hacia una cultura diferente que nos trae la inmigración, pero los avances de éste tienen una evolución particular ya que son muchos los actores e instituciones involucradas, por recordar algunos: barrios, escuelas, iglesias, trabajo, transporte público, servicios de salud, servicios sociales municipales.
El cúmulo de prejuicios y la consecuente discriminación que les afecta, ha llevado a construir una desigualdad en el trato que se asocia a la percepción generalizada que ‘un tipo de inmigración nos trae pobreza y problemas’ y por lo tanto son rechazados (aporofobia), asociándose dicho rechazo a las desigualdades en las relaciones que marcan los vínculos hacia los más excluidos en nuestra sociedad chilena (Desiguales, PNUD 2017).
¿Cómo podemos comprender la vida de personas y familias si no lo hacemos desde su mismo contexto social?
¿Cómo es posible diseñar y ejecutar políticas públicas y programas sin la cercanía y participación de sus protagonistas?
El enfoque comunitario, específicamente aquel que proporciona la psicología, es un aporte para avanzar en una profundidad de análisis que salvaguarde la dignidad de las personas implicadas y permita respetarla en las acciones que se emprendan para que éstas sean fuente de auténtica promoción.
La psicología comunitaria está en deuda con su aporte a las políticas públicas en este ámbito. Aún tiene mucho que entregar para el diseño, ejecución y evaluación de las acciones que se emprenden desde el Estado, los privados y las propias organizaciones en los territorios donde se experimenta con crudeza los efectos de la exclusión social, de la pobreza de ingresos económicos, la carencia de oportunidades dignas.
Esto solo es posible comenzar a realizarlo desde la ‘proximidad y el encuentro’ con las personas y comunidades oprimidas, excluidas y privadas de dignidad.
El contacto es el primer gran paso, es lo que permite que la mirada que tenemos de los demás sea de dignidad y como consecuencia el vínculo se construya desde la igualdad, y las acciones desde la psicología - y desde la totalidad de las profesiones - sean de justicia, no humillen ni empobrezcan más a las personas, a sus familias y comunidades.
La Conferencia Internacional de Psicología Comunitaria es una invaluable oportunidad de conversar, escuchar, discutir, confrontar, aprender y reflexionar en conjunto, acerca de ‘dónde’ nos encontramos y hacia que ‘dirección’ es necesario avanzar para dar aquello que la sociedad espera del aporte de la psicología comunitaria en los procesos de liberación social, de progreso y promoción.
Con mayor razón para Chile, el continente y el mundo, en medio de la gran movilización migratoria que experimentamos desde el dolor, la violencia y la discriminación, donde el habitar otros territorios se transforma - para muchas personas y familia s- en una nueva usurpación de su dignidad con la constitución de tugurios o prácticas vejatorias por parte del resto de la sociedad donde llegan.
En el contexto latinoamericano tenemos un gran maestro al respecto que dejó una semilla que requerimos hacer crecer, me refiero al asesinado psicólogo Ignacio Martin-Baro quien planteó una psicología de la liberación desde una realidad opresora y mutilante.
En un texto de 1980 da luces acerca de la labor profesional en medio de los fuertes cambios que urgen a El Salvador y América Latina.
Dice, el psicólogo tendrá que anticipar los problemas que irán surgiendo, para facilitar y humanizar el paso a la nueva sociedad. A las inmediatas, toca atender los “traumas” del conflicto y la desintegración social. A mediano y largo plazo, toca colaborar en la edificación social de un hombre nuevo, basado en necesidades menos individualistas y en objetivos de justa solidaridad.
Plantea la necesidad de un ‘psicólogo del pueblo’ y señala que tendrá que realizar su papel con humildad, sin pretender imponerse desde su saber, sino cooperando en el aminar histórico del pueblo salvadoreño. Hay trabajo por hacer.
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