Hace unas semanas, en el centro de Santiago unos vecinos quemaron los enseres de una persona en situación de calle por considerarlos un posible foco de contagio, dejándolo sin nada y con un claro sentimiento de abandono no sólo por parte del Estado, sino de su propia comunidad.
En un condominio que agrupa a varios departamentos en el sector oriente, los vecinos en sus chats se muestran espantados porque en un paso bajo nivel cercano, ha instalado su ruco un hombre.
El laboratorio de Carabineros se afana tratando de discriminar las causas de las muertes producidas en calle en medio de la pandemia. “Padecía de tuberculosis, además de síntomas de coronavirus”, dice uno de esos partes, a propósito del hallazgo del cuerpo de un hombre de 38 años, que murió cerca de una estación del Metro.
La pandemia ha hecho aparecer con fuerza a la luz la realidad de las personas en situación de calle, haciéndolas visibles incluso en sectores de la ciudad donde no suelen moverse habitualmente. Y esto implica que aumentarán en todas partes. No sabemos si de manera temporal o prolongada.
Pero sí tenemos claro que será en peores condiciones de vida que las que conocíamos hasta ahora con las previsibles consecuencias en su salud: riesgo de contraer el coronavirus y fallecer de Covid-19, a causa de un sistema inmune debilitado, falta de una vivienda donde cumplir el confinamiento y de los servicios básicos necesarios para mantener una higiene adecuada.
El coronavirus ha hecho más patente que nunca el deterioro y el abandono de las personas en situación de calle, y la necesaria cuarentena los ha dejado desprovistos de sus precarias fuentes de ingreso.
Y, ahora, que estamos en la víspera del solsticio de invierno, a la espera de la noche más larga del año, con anuncios meteorológicos de lluvia y fríos extremos desde Coquimbo al sur, serán muchos los que se mojarán y quizás enfermen. En especial los que arrastran TBC, VIH, trastornos mentales, consumo problemático de alcohol y de otras drogas, que son víctimas potenciales del SARS COV 2.
Una sociedad consciente pone en ellos, en los que tienen una mayor dificultad para obtener recursos básicos como comida e ingresos, su mayor esfuerzo de ayuda social, no con paliativos, sino con políticas que contribuyan a sacarlos de la calle y, en este momento particular, a salvarles la vida. De eso se trata ahora. De actuar en consecuencia con el grado de vulnerabilidad de cada uno.
Las poblaciones más excluidas, las personas en situación de calle, serán las más golpeadas por la pandemia y la consecuente contracción económica, porque son también las más precarizadas en lo laboral, las que cuentan con menos activos para hacerle frente.
Aunque las políticas públicas en torno al tema han mejorado considerablemente, como se refleja en el diseño de programas sociales y estudios para expandir el conocimiento sobre esta realidad, la ausencia de respuestas orientadas a la prevención y a la superación de la vida en calle seguirán siendo un desafío país, mucho mayor que antes de la pandemia, dado el inevitable incremento de personas en esta situación.
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