Son muchos los temas que surgen de la discusión sobre emprendimientos innovadores en Chile.
Por un lado, nos caracterizamos por tener altas tasas de emprendimiento per cápita, lo que en cierta medida se ha dado por el desarrollo de buenas políticas que aceleraron el proceso de formalización de las empresas, como por ejemplo, el haber disminuido el tiempo y los costos asociados a la creación de nuevas empresas (ya sea por haber disminuido el número de trámites asociados a la formalización de ésta o por ofrecer medios tecnológicos para ello, ver www.empresaenundia.cl).
Por otro lado, y pese a que tenemos muchas empresas, éstas son de tamaño pequeño y de baja probabilidad de escalar. Esto es un problema, pues son muy pocas las que logran crecer de forma dinámica y generar beneficios en nuestra economía. El principal motivo por el cual mantienen su estatus pequeño en el tiempo es por su falta de innovación y financiamiento.
Al no innovar, son poco competitivas y rara vez encuentran financiamiento que empuje su crecimiento.
En los últimos años, los distintos gobiernos han enfrentando este problema, desarrollando políticas públicas que buscan dar soporte al desarrollo de emprendimientos innovadores con alta capacidad de crecimiento en Chile. Estas políticas han incorporado las mejores prácticas de los programas propuestos en países desarrollados, donde las herramientas no sólo proveen ayuda financiera o económica, sino también asesoramiento y acompañamiento a los emprendedores.
Está demostrado que los programas que otorgan sólo financiamiento no resultan ser tan efectivos. El acompañamiento, la capacitación y el acceso a redes de contacto para un emprendedor puede ser tan o más valioso que sólo el aporte económico. Un ejemplo de ello son los formatos de los programas de Capital Semilla de Fosis, Sercotec y Corfo, los cuales incorporan la entrega de un capital inteligente a los beneficiarios de cada programa. Es decir, otorgan dinero más acompañamiento (Smart Money o Smart Capital).
El éxito de las políticas públicas de fomento productivo no resulta ser una tarea fácil. Nuestros hacedores de política pública han aprendido de las experiencias internacionales. Por ello buscan impulsar y complementar el actuar de los agentes privados para el desarrollo de empresas con capacidad de crecer, y lo hacen a través de sus políticas, expresadas en nuevas leyes y reglamentos, programas de fomento productivo y herramientas que facilitan el acceso al financiamiento de los nuevos negocios.
La evaluación de impacto de estos programas públicos no es una tarea fácil. De hecho, se requiere que transcurra tiempo, al menos seis u ocho años, para evaluar si una herramienta o programa particular genera efectos positivos, promoviendo el desarrollo de emprendimientos innovadores. Muchas veces, tener paciencia es lo que nos falta. Los cambios de gobierno o de direcciones en las agencias de desarrollo económico, también traen como consecuencia cambios en los programas y en los focos de acción.
Si bien lo anterior siempre es con buenas intenciones, tales cambios no dan tiempo para ver la maduración de cada programa y luego evaluar el impacto real de cada uno de ellos.
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