Chile necesita fortalecer su capacidad de fundición de cobre para hacer así un mejor aporte en la lucha contra el cambio climático. Esta afirmación, si bien puede parecer contraintuitiva, tiene sustento en los esfuerzos que se están haciendo internacionalmente para disminuir las emisiones de dióxido de carbono, con miras a detener el proceso de calentamiento global y los efectos que desde hace ya algún tiempo nos golpean como humanidad.
Los compromisos de reducción de emisiones se han traducido en el establecimiento de metas sectoriales, que en el caso de la minería son ambiciosas. Mientras a nivel global la industria está apuntando a lograr la carbono neutralidad a más tardar el año 2050; en Chile -en el marco de la discusión de la Política Nacional Minera- se estableció como meta alcanzar dicho objetivo hacia 2040, lo que nos permite soñar con ser el país que marque la ruta en la producción de cobre de bajas emisiones.
En términos concretos, la actividad minera ha avanzado en la reducción de emisiones al optar por una agresiva migración hacia energías limpias, a la vez que destina recursos a acelerar transformaciones tecnológicas que permitan electrificar distintos equipos mineros que hoy operan con combustibles fósiles. Pero estos esfuerzos no son suficientes para asegurar la producción de cobre bajo en emisiones. Lo anterior porque más del 50% del cobre producido en Chile deja el territorio como concentrado, esto es, cobre sin refinar. El año 2021 Chile produjo un poco más de 5,6 millones de toneladas de cobre. De ese total, alrededor de 3 millones fueron enviadas como concentrado a fundiciones extranjeras. En ese escenario, el eventual sello de bajas emisiones del cobre chileno queda supeditado a las decisiones de descarbonización que tomen los países que lo funden y refinan, de los cuales el más importante es China.
Resolver esta dependencia requiere de la decisión estratégica de aumentar la capacidad de fundición local, para lo cual debemos mirar con atención el presente y futuro de esta actividad. Actualmente en Chile operan 7 fundiciones, 5 de ellas de propiedad estatal (4 en Codelco y 1 en Enami) y 2 de propiedad privada, todas con varias décadas de operación. El presente de la industria de fundición ha estado marcado por el anuncio del cierre de la Fundición Ventanas, de Codelco. Este anuncio puso en el centro de la discusión el impacto que las fundiciones tienen o han tenido en su entorno; sin embargo, hasta ahora no se ha dicho mucho sobre el futuro de esta industria, más allá del horizonte definido por el propio cierre de la fundidora localizada en la bahía de Quintero.
Uno de los desafíos que el Gobierno está asumiendo en minería es el de generar condiciones para que en el corto o mediano plazo se fortalezca la industria fundidora en Chile, mediante la puesta en marcha de una o más nuevas fundiciones de gran capacidad.
Demás está decir que cualquier nueva operación de estas características que se proyecte debe ser limpia, eficiente y rentable. Actualmente, existe tecnología disponible capaz de cumplir con todos estos requisitos, con los más altos estándares ambientales, tal como lo demuestra una serie de fundiciones que operan sin generar en su entorno, lo que en Chile conocemos como zonas de sacrificio.
Fortalecer la capacidad de fundición en Chile nos permitirá no solo reponer a nivel nacional la capacidad perdida con el cierre de Ventanas, sino también apuntar a reducir la dependencia que tenemos hoy de otros países para procesar y refinar nuestro cobre. Se trata de un desafío estratégico por varias razones: en primer lugar, por el impacto que tiene en la producción de cobre de bajas emisiones, pero también por la posibilidad de mostrar que es posible desarrollar capacidad industrial de gran envergadura sin generar nuevas zonas de sacrificio.
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