Las malditas barreras de entrada, algunas naturales, otras artificiales y en su mayoría una especie de naturaleza genéticamente modificada por el hombre, significaban hasta hace poco que, para la viabilidad de muchos negocios, era requisito esencial estar “donde las papas queman”, en la esquina llena de transeúntes con capacidad adquisitiva, ahí donde el metro cuadrado se transa a un riñón y medio. Para otra enorme porción era impensable surgir como empresa (de esas en serio) sin el beneplácito de esos pocos controladores de cadenas de distribución y canales de comercio masivo.
Según el ranking Main Streets Across the World 2019, el anhelado flujo comercial de Avenida Providencia tiene el cuarto valor más alto por metro cuadrado de Latinoamérica.
En un mundo globalizado, con márgenes cada día más acotados, sin ese flujo es muy difícil que un nuevo negocio mantenga ingresos que vayan más allá de sacar adelante una familia. Muy pocos logran pasar la vara del micro emprendimiento, del independiente.
Las cadenas de distribución y canales de venta masivos, sumados a negocios con espalda financiera que acaparan esquinas, son responsables de este valle de oferta donde los negocios medianos, o en crecimiento, son una especie extraña. Pero llegó Covid.
Las esquinas de la querida Web tienen costos accesibles, las redes sociales y tiendas online llegaron de coladas a la fiesta de los supermercados y multitiendas, pero son demasiado populares y bonitas para echarlas.
Las cadenas de distribución tradicionales no dan abasto con el enjambre de productos viajando para satisfacer a los confinados y así nuevos distribuidores, con plataformas digitales y económicas afloran por doquier. “¡Aquí tienen!”, pienso, aunque no soy emprendedor (pero fui), mientras veo crecer, sorprendidos, a muchos de lomo partido que no entienden por qué, si todo es un desastre económico, ellos están creciendo.
De hecho, un estudio de Kawésqar Lab reveló que, producto de la pandemia, un 25% de los chilenos compraron por Internet por primera vez en su vida en mayo de este año. Una cuarta parte del mercado, que para los grandes es bueno, pero para los pequeños es un nuevo rayado de cancha. Asimismo, el sondeo señala que los consumidores han preferido comprar a través de tiendas de pequeños emprendedores, por sobre las grandes tiendas.
La ocupación (natural y artificial) de canales comerciales y distributivos, que sólo a veces se lograba sortear con capital y mucho menos con suerte y esfuerzo, es el Leviatán del emprendimiento, que recibió estos meses un derechazo al mentón en favor de la libre competencia. Mantengámoslo así.
A modo “disclaimer”, no quiero ser insensible. El COVID es, ante todo, una catástrofe que nos quitó a muchos familiares, amigos y colegas. Pero como toda calamidad humana deja aprendizajes y a veces oportunidades, ésta es una de ellas.
Esperemos que la reapertura sea símbolo de reactivación económica y del empleo, pero depende de nosotros, los consumidores, mantener abajo las barreras que separan a los micro-independientes de los mega gigantescos. Así como muchos aprendimos nuevas formas de producir, también conservemos las nuevas formas de consumir.
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