Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), aproximadamente un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo, lo que equivale a 1.300 millones de toneladas al año, se pierde o se desperdicia, y de éstas 1.62 millones de toneladas de alimentos se pierden en Chile. Lo anterior es realmente grave al considerar datos de 2020 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que indican que en Latinoamérica 1 de cada 3 personas estarían en condición de pobreza y 1 de cada 10 en pobreza extrema. Entre 2019 y 2020, aumentaron 22 millones de personas en pobreza, de 187 a 209 millones de personas. Estas alarmantes cifras se ven expresadas en datos del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, donde cerca del 9.2% de la población mundial (alrededor de 690 millones de personas) sufren de hambre crónica.
La concienciación y la adopción de medidas legislativas, administrativas y comunitarias concretas para reducir el desperdicio de alimentos, son esenciales para abordar esta problemática y avanzar hacia un futuro más sostenible y equitativo. Porque no solo se trata de un problema humanitario, sino que también provoca graves consecuencias económicas y ambientales.
Según el Banco Mundial, se estima que el valor económico de los alimentos desperdiciados supera el billón de dólares anuales. Esto afecta a los productores agrícolas, los comerciantes y los consumidores, ya que se desperdician recursos como mano de obra, tierra, agua y energía utilizados en la producción de alimentos. La producción de alimentos que nunca se consumen también tiene un impacto ambiental negativo. Contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero, la degradación del suelo y la pérdida de biodiversidad. Según la FAO, si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero en el mundo, después de China y Estados Unidos.
El desperdicio de alimentos no se limita a los hogares. Ocurre en todas las etapas de la cadena de suministro, desde la producción agrícola hasta la distribución y el consumo final. Según un informe de la Comisión Europea, aproximadamente 20% de los alimentos producidos en la Unión Europea se desperdicia en la etapa de distribución y venta al por menor.
Afortunadamente, en los últimos años se ha generado un aumento en la toma de conciencia sobre esta problemática. Lo que ha llevado a la implementación de diversas iniciativas a nivel global y también local. Entre los programas de redistribución de alimentos no vendidos, se encuentra el Banco de Alimentos de Cerro Navia. Una iniciativa que promueve el consumo responsable y el compromiso social sobre la importancia de reducir el desperdicio.
Un proyecto que nos llena de orgullo, porque cuando pensamos en esta estrategia era un gran anhelo para la comuna. Lo concretamos en un año complejo, 2019, pero logramos incluso enfrentar la pandemia generando lazos público-privados y fortaleciendo el trabajo comunitario con ollas comunes, siempre con la meta de ir en apoyo de quienes más lo necesitaban, en uno de los escenarios más complejos que nos ha tocado sobrellevar como país en las últimas décadas. Un proyecto que demuestra que es posible combatir el desperdicio de alimentos, el hambre y el cambio climático con desafíos significativos pero alcanzables. Solo en 2022 pudimos evitar el desperdicio de 253 toneladas de alimentos. Una muestra de que las acciones urgentes a nivel mundial, pueden partir por casa.
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