En la economía existen cargas tributarias explícitas a las que todos estamos obligados. Sin embargo, en Chile hay un problema creciente que afecta a las familias y la clase media: los impuestos invisibles. Aunque no se mencionan en la Operación Renta ni en los recibos de pago, su impacto se nota en la calidad de vida de la gente, erosionando silenciosamente el poder adquisitivo y la seguridad económica de los hogares.
Los impuestos invisibles aparecen en diferentes formas, siendo la inseguridad y la informalidad los más evidentes. Los gastos para enfrentar la seguridad del hogar y de los bienes pueden afectar los ingresos disponibles de las familias. A ello hay que agregar la informalidad laboral que tampoco es visible, e impone un impuesto al negar protección social y beneficios laborales a muchos trabajadores, quienes luego tienen que soportar solos los costos de su salud y bienestar, que deberían ser responsabilidad del empleo formal y establece una competencia desleal con quienes hacen un esfuerzo enorme para cumplir con el pago de impuestos y leyes sociales.
En otras palabras, estos impuestos escondidos significan un deterioro en la calidad de vida, ya que cada peso extra gastado por la inseguridad o pagar la falta de una cobertura social decente es un peso menos para la casa propia, la educación, la salud, la recreación o los ahorros. También aumenta la desigualdad, ya que recae de manera desproporcionada sobre los individuos con menos recursos, quienes necesitan gastar un porcentaje mayor de sus ingresos en estas cargas no reconocidas.
¿La solución? Un esfuerzo entre gobierno, sector privado y sociedad civil. Necesitamos políticas que enfrenten la seguridad y la formalización del empleo, para reducir el impacto que estos impuestos invisibles significan. Además, repensar el sistema tributario para que capte efectivamente las necesidades reales de la población, especialmente de la clase media y las familias más vulnerables.
Recuperar Chile implica hacer visible lo invisible. Reconocer y actuar sobre estas cargas ocultas que no solo frenan el progreso del país, sino que nos han hecho retroceder. Solo así aseguraremos un país con calles en donde las personas no sientan temor de recorrer y que trabajar en paz no sea un privilegio de pocos, sino derechos garantizados para todos.
La mayoría silenciosa ha demostrado, una y otra vez, su rechazo a los extremos y su deseo de un centro político robusto que se enfoque en las soluciones concretas a los reales dolores de las personas. Es tiempo de que el Gobierno escuche finalmente esa voz, que exige menos ideología y más práctica, recuperando el orden y asegurando salir de la decadencia.
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