Interferencia destructiva

Manuel Riesco
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Las bolsas mundiales experimentaron su peor Navidad de la historia. Luego rebotarán, pero vale la pena aprovechar la tranquilidad de estos días de fiesta para reflexionar acerca de lo que parece estar sucediendo.

Se habla de “interferencia destructiva” cuando dos ondas que se propagan por un mismo medio en armonía, es decir con la misma frecuencia, y dirección y sentido, pero con diferentes amplitudes y a contrafase, es decir, cuando una sube la otra baja.

Imagine además que ambas ondas no son líneas continuas sino a su vez ondas, conformadas por una sucesión de oscilaciones más breves y de menor amplitud, que a veces se suceden unas a otras hacia arriba y en otras ocasiones hacia abajo, y que también se interfieren, pero de modo constructivo, es decir en fase, cuando una sube o baja la otra también pero amplificada por la primera, de modo que, vista de lejos, su trayectoria mutua resulta a contrafase.

De ese modo complejo vienen danzando hace a lo menos medio siglo las economías desarrolladas y emergentes, al ritmo de los ciclos cortos y secular de las primeras.

Para complicar aún más las cosas, este último puede a su vez estar determinado por la sucesiva aparición de las segundas siguiendo el caprichoso curso de la urbanización a nivel planetario. Ambas inmersas en el medio de los flujos y reflujos seculares de mercancías, pero especialmente del capital.

Desde hace un siglo y medio las economías desarrolladas han venido repitiendo, más o menos cada siete años en promedio, una oscilación corta, con sus fases de crisis, depresión, crecimiento lento, crecimiento rápido, exuberancia irracional y… nueva crisis. Se registran más de veinte desde 1870 y unas treinta en total desde 1825 cuando sucedió la primera.

Dichas oscilaciones se han venido sucediendo unas a otras generalmente hacia arriba, es decir cada máximo alcanza mayor altura que el precedente.

Sin embargo, más o menos cada treinta años, dichas oscilaciones se hacen más violentas y en lugar de sucederse hacia arriba lo hacen hacia abajo, es decir, caen en una nueva crisis antes de superar el máximo anterior. La sucesión de estas oscilaciones más breves describen de ese modo una trayectoria a su vez cíclica, secular.

Lo anterior se sabe desde hace tiempo, sólo que la última crisis secular lo ha venido a confirmar sin apelación. Lo nuevo es la constatación, al menos en los dos últimos ciclos seculares, del comportamiento de las economías emergentes.

Antes nadie las tomaba en cuenta porque eran muy pequeñas, pero ahora que han adquirido un peso mucho mayor a medida que las regiones más pobladas del mundo se urbanizan rápidamente, han mostrado un comportamiento asombroso.

Sus ciclos cortos parecen ser un reflejo amplificado de los que experimentan las economías desarrolladas, oscilan más o menos al mismo tiempo y en fase, es decir, cuando las primeras suben o bajan, las otras también, aunque de modo más violento. Hasta ahí nada que llame la atención.

Lo más impresionante es que, como resultado de lo anterior, la trayectoria secular de ambas se ha movido en sincronía pero a contrafase. Parece haberse acumulado suficiente evidencia que, al menos en últimos dos ciclos, las economías emergentes han seguido una trayectoria armónica en el tiempo, sólo que exactamente al revés, a contrafase.

En efecto, las economías emergentes capearon sin problemas e incluso rozaron el cielo las dos últimas crisis seculares que atribulan a las economías desarrolladas. En cambio se han venido al suelo cuando éstas han estado en recuperación y auge.

Es quizás la principal lección que ha develado a la teoría económica la crisis mundial que se inició con el siglo. Ha acumulado evidencia suficiente para verificar el ciclo secular de las economías desarrolladas pero, además y esto es lo nuevo, la manera en que éste se refleja, al revés como en un espejo, en el superciclo de materias primas, bolsas, monedas, endeudamiento y actividad general de las economías emergentes.

Este extraño comportamiento parece estar determinado por el sentido de los flujos seculares de capital de las desarrolladas hacia las emergentes. Pero éste interfiere asimismo de retorno en el curso de las primeras, crecientemente a medida que la amplitud de las economías emergentes es cada vez mayor.

Gigantesco avance para la ciencia económica y buenos augurios para las economías desarrolladas que van de recuperación larga tras la década de crisis con que iniciaron el siglo XXI. Aunque con fuertes barquinazos como el que ahorita está mostrando las orejas sobre el horizonte, inevitables para corregir desequilibrios pendientes como la sobre valoración de activos financieros.

Pero, nada bueno para las economías emergentes. Capearon la tormentosa primera década del siglo, en jauja por las masas de capital sobrante del Norte en crisis que bajaron en busca de mejor clima en el Sur.

Al revés, las emergentes se vienen ahogando una tras otra en la medida que sus dichosas golondrinas vuelan de retorno a casa en reparación, durante la década en curso. Ésta amenaza terminar para ellas tan perdida como la de 1980 y la mala racha extenderse a lo largo de otra más, como sucedió en los años 1990, al menos en lo que precios de materias primas respecta.

No se puede simplemente observar como esta interferencia destructiva, cuyo medio principal son los flujos de capital especulativo, amenaza nuestro bienestar.

Algo hay que hacer al respecto, por ejemplo, empezar por reintroducir de urgencia el encaje Zahler y French-Davis de los años ‘90. 

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