En los últimos años en que el mundo ha evidenciado una fuerte crisis económica, se ha considerado la importancia de ciertas economías emergentes como motor de desarrollo, incluidas las de varios países de América Latina. No obstante, no resulta tan claro que exista un aumento de la productividad en los países de nuestra región, y menos que este aumento provenga de mayor innovación o del desarrollo de actividades emprendedoras de alto impacto.
Un estudio del Banco Mundial (Lederman et al., 2014), muestra la gran distancia que existe entre los países latinoamericanos y otros más desarrollados, en términos de innovación y productividad. Muchas empresas y poca innovación es parte del título de este estudio.
Si bien la aparición de nuevas empresas en los distintos mercados latinoamericanos es una constante, tanto es así que la gran mayoría de los gobiernos están impulsando fuertemente la actividad emprendedora, a través de sus políticas públicas, el problema podría estar asociado al tipo de emprendimiento que se fomenta.
Éste muchas veces resulta más cercano a ser definido como emprendimiento por necesidad, es decir, de muy bajo impacto económico, por sobre emprendimientos dinámicos, o de alto crecimiento, que son aquellos que requieren de mayor inversión en investigación y desarrollo (I+D), mayor innovación, e incluso mayor especialización y know how de los agentes que participan de los procesos productivos y de comercialización.
Si comparamos a las empresas en América Latina con las de países desarrollados, vemos que las nuestras invierten muy poco en actividades de I+D y al mismo tiempo, participan poco en el comercio exterior.
Por ejemplo, sin considerar a Brasil, que invierte el 1,2 por ciento de su PIB en Investigación y Desarrollo (I+D), la región invierte por debajo del 0,65 por ciento (Argentina 0,64, México 0,45, Uruguay 0,43, Chile 0,37, Ecuador 0,26), cifras que están muy por debajo de la inversión que realizan las grandes economías del globo, las cuales lo están haciendo sobre el 2,1 por ciento de su PIB.
Este dato es aún más dramático, si vemos que a diferencia de las grandes economías, donde esta inversión la realizan principalmente privados, en América Latina son los gobiernos quienes más invierten. Más de dos tercios de la inversión en I+D es con recursos públicos, siendo menos de un tercio en los países desarrollados. En cuanto al comercio exterior de la región, incluso los principales países exportadores, como Chile, Colombia y México, el porcentaje de empresas que eligen exportar es mucho menor que lo esperado dado su nivel de desarrollo.
Lo anterior es bastante claro. Si nuestras empresas en promedio no participan en procesos de innovación, ni en mejoras en productividad, y tampoco crean productos y servicios con valor agregado, difícilmente podrán desarrollar nuevos negocios con potencial de crecimiento, que generen un derrame de beneficios en nuestras economías. El resultado es evidente: lo común de nuestras empresas en América Latina es que, de sobrevivir, no crecerán tanto.
Dado lo anterior, surgen una serie de preguntas que, sin duda, serán difíciles de responder.
¿Qué hacer para aumentar la competitividad de nuestras empresas si están invirtiendo muy poco en I+D?
¿Cómo podríamos tener un mayor número de emprendimientos dinámicos si resulta tan limitada nuestra capacidad de innovación en productos y procesos?
¿Cuál es el foco de las políticas públicas en nuestras economías para apoyar el desarrollo de emprendimientos innovadores?
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