La incorporación de la ciudadanía digital en el currículo educativo chileno a partir del año 2019 refleja un escenario intrincado que subraya la necesidad de una perspectiva que reconozca la esencia sociotécnica del tema y, al mismo tiempo, integre conocimientos, actitudes y valores destinados a cultivar entornos digitales más justos, inclusivos y éticos. Sin embargo, esta implementación requiere una reflexión más profunda sobre cómo articulamos esta formación con el desarrollo del pensamiento computacional, entendiendo que no se trata simplemente de enseñar a usar herramientas digitales, sino de cultivar una comprensión crítica de los sistemas algorítmicos que moldean nuestra realidad cotidiana.
El pensamiento computacional, concebido como la capacidad de descomponer problemas complejos, reconocer patrones y diseñar soluciones sistemáticas, constituye el andamiaje cognitivo fundamental para navegar en entornos digitales mediados por algoritmos. No obstante, nuestra educación tiende a separar artificialmente estas competencias de la reflexión ética y política que demanda la ciudadanía digital. Esta fragmentación pedagógica resulta problemática cuando enfrentamos los desafíos de la inteligencia artificial y la desinformación algorítmica que caracterizan nuestro horizonte sociotécnico.
Consideremos cómo las y los estudiantes interactúan con las plataformas digitales. No basta con advertirles sobre los peligros de la desinformación; necesitan comprender la lógica algorítmica que determina qué contenido visualizan y cómo se construyen las burbujas informativas. El pensamiento computacional les permite descifrar estos patrones de recomendación y los mecanismos de filtrado, mientras que la ciudadanía digital les proporciona el marco ético para cuestionar sus implicancias sociopolíticas. Ambas dimensiones son inseparables en la práctica, aunque nuestro sistema educativo insista en tratarlas como compartimentos estancos.
La formación docente emerge como el nudo crítico de esta articulación sociotécnica. Las y los profesores enfrentan el desafío de mediar entre generaciones que experimentan la tecnología de maneras radicalmente distintas. Mientras sus estudiantes habitan un ecosistema digital desde su nacimiento, muchos docentes todavía conciben la tecnología como una herramienta externa a los procesos educativos fundamentales. Esta brecha generacional no se resuelve con capacitaciones técnicas superficiales, sino mediante una reconceptualización profunda del rol docente en la era algorítmica que reconozca las dinámicas de poder inherentes a las infraestructuras digitales.
El sistema educativo chileno enfrenta tensiones no resueltas entre la perspectiva instrumental y la crítica en su abordaje de lo digital. La implementación práctica revela contradicciones fundamentales: ¿Cómo enseñamos pensamiento algorítmico sin reducirlo a programación mecánica? ¿Cómo desarrollamos la capacidad crítica para cuestionar sistemas automatizados cuando la misma educación depende crecientemente de plataformas digitales corporativas que operan con lógicas opacas? Estas preguntas evidencian la complejidad de articular una formación digital que trascienda lo meramente operativo.
La inteligencia artificial intensifica estas contradicciones sociotécnicas. Las y los estudiantes utilizan cotidianamente herramientas de IA generativa, pero raramente reflexionan sobre los sesgos incorporados en estos sistemas o las implicancias éticas de delegar procesos cognitivos a máquinas. El pensamiento computacional debería permitirles comprender cómo funcionan estos modelos, mientras que la ciudadanía digital les proporcionaría las herramientas críticas para evaluar su impacto en la distribución del poder y el conocimiento.
La experiencia internacional sugiere que los países exitosos en esta integración son aquellos que abandonan la falsa dicotomía entre lo técnico y lo humanístico. Finlandia integra el pensamiento computacional transversalmente; Estonia articula programación con ciudadanía digital desde primer grado; Singapur enfatiza las implicancias éticas de la automatización; mientras que Nueva Zelanda contextualiza culturalmente su currículo digital. Estos modelos demuestran que la aproximación holística permite desarrollar simultáneamente habilidades técnicas y conciencia crítica sobre las redes de poder en el panorama digital.
Chile tiene la oportunidad de liderar en América Latina una reconceptualización de la educación digital que supere tanto el determinismo tecnológico como el escepticismo paralizante. La ciudadanía digital y el pensamiento computacional no son competencias opcionales; constituyen alfabetizaciones fundamentales para participar plenamente en la sociedad contemporánea. Su articulación efectiva determinará si formamos usuarios pasivos o ciudadanos capaces de comprender, cuestionar y transformar los sistemas sociotécnicos que configuran nuestro futuro colectivo.
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