Educar para transformar

Fabiola Quiroga Villagra
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Los niños y niñas tienen en promedio 38 semanas de clases, un aproximado de 182 días y si eso lo llevamos a 12 años promedio de escolarización tenemos la nada despreciable cantidad de más de 2 millares de días que están juntos en el espacio escolar, esto claro suponiendo que es el mismo curso y compañeros que los recibe es aquel que los despide.

En este camino, que a veces pareciera marcha rápida consonante y sonante, y en otras ocasiones procesión penitente, devota y azarosa de la vida escolar; hay cursos que han perdurado y otros que se van construyendo; algunos que se desarman a favor de la estabilidad; y aunque pueda sonar paradójico, no hay nada mas bello que la calma después de la tormenta, y eso no depende de la composición, sino de los componentes.

La historia de las y los alumnos va pasando por sumas, restas, descubrimientos, ejercicios, poemas y un sin fin de saberes, pero sobre todo de experiencias, de amistades y del crecimiento más holístico que pueda existir, el del ser humano.

Mirando mi propia historia escolar no recuerdo nítidamente a mis compañeras de colegio, fui a un solo de mujeres, eso ya es muy extraño y hasta poco pedagógico, recuerdo a algunas, pero la mayoría se desvanece rápidamente de mis memorias, evoco a ciertas profesoras queridas hasta hoy, situaciones del día a día, y a compinches que se transformaron en amigas escogidas de la vida con la fraternidad que entrega la familia, pero hay tantos rostros y nombres que he olvidado que me gustaría poder reconocer, remembrar y atesorar.

La escolaridad no tiene solamente un componente de aprender contenidos, sino que hay aprendizajes humanos, que son los que nos van marcando y ayudando a esta madeja de nudos donde se atan lanas rústicas, de algodones y sintéticas, que nos llevan a creaciones impensadas, que somos nosotros mismos. Por eso encuentro tan importante intensificar los encuentros entre estudiantes y remirarnos desde nuestras historias, desde lo singular que nos convierte en individuos únicos y desde lo colectivo que nos integra al grupo.

Si podemos lograr que nuestros estudiantes se conozcan, más y mejor, lograremos que cuando se miren no sólo vean al compañero de puesto, vean a una persona que es el resultado de conjunto de acciones y consecuencias de lo que ha vivido, es momento de humanizar los espacios educativos, de aprender a poner el valor en el otro, así como debemos ponerlo en nosotros mismo.

Julio Cortázar decía "el problema de la realidad no se enfrenta con suspiros". Es la razón por la cual debemos acompañar a los cursos intensificando los lazos afectivos, que reducen significativamente las inasistencias crónicas, dan más protagonismo distribuido, disminuye las siempre odiosas brechas de género, y generar un clima de convivencia desde el sentir, la responsabilidad afectiva y el respeto. Suspirar en solitario se desvanece, no se escucha, no se siente, sin embargo, si suspiramos en conjunto podemos producir la teoría del caos y ese suspiro colectivo que parece inocuo aleteo de mariposa, tendrá como efecto posible la generación del cambio.

Quiero que los niños y niñas que veo hoy en las aulas puedan reconocerse y permanecer en los recuerdos, que compartan historias y anécdotas, cargadas de cariño y lejos del matonaje, bulling y angustia que me ha tocado observar en el último tiempo.

Si queremos ciudadanos capaces de transformar el mundo, hoy es el momento de reflejar los anhelos en estos niños, niñas y jóvenes, que aprendan a reconocerse y sentirse en el otro desde las propias inseguridades para trabajar en conjunto las fortalezas del mañana.

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