El Principito, ese personaje entrañable que decide viajar para instruirse y para elaborar una dolorosa pena de amor, visita 7 asteroides, cada uno habitado por personajes que muestran los distintos rostros de la naturaleza humana: la soledad del poder, el narcisismo tras la vanidad, la tristeza del bebedor, el absurdo del acumulador de dinero o del geógrafo… la ocupación del farolero. Y llega a una conclusión, que plantea así: “El farolero sería despreciado por los otros: por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo”.
En nuestra sociedad actual podemos distinguir claramente al que domina desde el poder, al que se enriquece sin límites, al que ahoga su insatisfacción en alcohol, etc., pero ¿quiénes son hoy los faroleros, aquellos que no se ocupan de sí mismos?
No es difícil descubrirlos; entre ellos están los que realizan oficios de utilidad para otros, el personal de salud y … los docentes de escuela. No solo están unidos por el rasgo que destaca el Principito, ocuparse de otros, sino porque efectivamente son ignorados por el resto; ignorar a los docentes de escuela se refleja en sus precarios salarios; en la hostilidad y desdén que les muestran muchos apoderados; en el progresivo deterioro de su identidad profesional.
Y durante esta pandemia y sus consecuencias, entre ellas la enseñanza remota, los docentes de escuela no solo han seguido siendo ignorados, a pesar de que no solo han llevado sobre sus hombros el peso de una tarea descomunal, también han sido cuestionados.
Se ha dicho que están cómodos en sus casas, que están recibiendo sus sueldos sin hacer mérito, que los alumnos han aprendido poco o nada y que probablemente este año estará perdido desde lo académico. Los docentes de escuela han dado todo por hacer bien su trabajo; durante las primeras semanas de pedagogía a distancia enseñaban y al mismo tiempo aprendían; continúan día a día descubriendo recursos nuevos, activando toda su creatividad y sobrellevando a duras penas el cansancio de estar durante horas frente a una pantalla o caminando kilómetros para llevar las guías a los caseríos rurales.
Transcurridos meses de desafíos impensables, muchos docentes, especialmente mujeres, muestran ya los signos físicos y psicológicos del agobio, mientras una minoría comprueba que poseía una fortaleza desconocida y recursos de creatividad sorprendentes.
A partir de agosto muchos docentes agobiados recibieron un salvavidas de parte de MINEDUC y la Agencia de Calidad de la Educación: la posibilidad de asistir como observadores a las clases remotas impartidas por docentes de excelencia y también a través de reuniones virtuales entre un establecimiento con prácticas destacadas y tres con prácticas débiles. No son estas solo experiencias de modelamiento pedagógico, similares a las que reciben muchos docentes principiantes de parte de mentores; estas experiencias conforman un potente núcleo afectivo, de acompañamiento emocional, por cuanto se crean redes colaborativas que favorecen un sentimiento de comunidad, de no estar solos, sentimiento crucial cuando muchos sienten que van perdiendo fuerzas y les abandona el optimismo.
Los faroleros de la educación en Chile son los únicos que no son ridículos, porque durante medio año han estado olvidados de sí mismos para seguir afirmando un magisterio que desde hace ya mucho tambalea, y lo han hecho con enorme compromiso. No podemos dejarlos solos, porque en sus manos hemos puesto” lo mejor del mundo”, como afirma el poeta portugués Fernando Pessoa : los niños.
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