La Educación es la más noble de las disciplinas. Me parece que su nobleza se juega hoy, en última instancia, en resocializar la cultura. Frente a la plaga del individualismo predominante, se hace necesario recuperar la senda de la fraternidad social perdida. Las causas del individualismo son muchas. La misma Educación lo es, cuando premia más el mérito individual que el colectivo, la competencia en vez de la colaboración.
La Escuela es el ámbito en el que los niños aprenden a ser “compañeros”. Más allá de la reminiscencia política del término, feliz para unos e infeliz para otros, conviene observar en la etimología de la palabra uno de los valores que la Educación puede ofrecer. “Compañero” significa comer con otro de un mismo pan. Si los niños en la Escuela comparten el pan, comparten el estuche y comparten sus amigos, podrán entender que hay responsabilidades sociales, políticas y medioambientales que asumir en compañía.
A fin de resocializar la cultura, las disciplinas más importantes en la Escuela pueden ser la historia y la filosofía. La historia, porque puede ayudar a los niños a entender que las desigualdades que la sociedad ha creado para justificar su funcionamiento no son naturales. La historia muestra que ha habido formas muy variadas de organizar la economía. Y la filosofía, porque capacita para pensar cómo se articulan los bienes particulares con los colectivos, y qué sentido puede tener la vida para aquellos cuya vida parece no tener sentido.
Habría que agregar las artes. Pues estas desarrollan en los estudiantes un sensus alter, el sentido del prójimo y el sentido la naturaleza, y estimulan el gozo con los demás y la responsabilidad con los que sufren.
Además de estas tres disciplinas, las universidades podrían exigir una cuarta: un curso de bien común en todas las carreras.
Este pudiera orientar a los estudiantes para amar su país y vacunarlos contra la codicia que comienza con el “cartoncito” y termina haciéndoles creer que no le deben nada a nadie. Un curso de bien común debiera dedicar un capítulo a valorar, por ejemplo, la sindicalización de los trabajadores, el pago de impuestos y la copropiedad en las empresas.
Pero las disciplinas escolares o universitarias no son suficientes. Ellas necesitan ser inspiradas y amalgamadas por algún tipo de mística que las una y las conjugue.
Resocializar la cultura requiere de una mística, pero no de una cualquiera. No una de evasión de la realidad. Es necesario, creo, una mística social, política y cósmica. La tarea que tiene la Escuela y la Universidad y, para qué decir las familias, es realizar una verdadera iniciación que libere a los niños del egoísmo, motivándolos a adquirir costumbres y obligaciones solidarias.
Los y las pedagogas, en este sentido, deben conducir a los niños, esto significa pedagogía, en su crecimiento como lo hacía en la antigüedad griega un “mistés” en los grandes “misterios” de la vida. ¿Cuáles?
Mi opinión es que el misterio más profundo de la vida es el amor. Es, esto convencido, tendría que ser el objetivo más alto de la Educación. Esta puede, debe, tendría que iniciar a los niños y los jóvenes en una mística amorosa que les haga pensar en sus compañeros y co-ciudadanos antes que en si mismos, y que les facilite la experiencia de saberse amados por una sociedad que, además, les confía su futuro y la razón de ser de su descendencia.
La nobleza de la Educación comienza con el amor de los maestros y maestras por sus niños. Nunca la Escuela ha debido consistir solo en acumular saberes y aptitudes, buenas calificaciones y mera preparación preuniversitaria.
¿Es claro hoy en el proceso de enseñanza que el aprendizaje es la fragua de saberes e intereses de la que depende un bien social, y no solo de intereses particulares? En la actualidad esta nobleza estriba en enseñar a los niños a sentir y a aprender que la humanidad y la Madre tierra son un don que les antecede, que los engendró, a la que pertenecen y que les sobrevivirá.
A propósito, ¿pudiera inscribirse una resocialización de la Educación en la nueva constitución? Que la Educación llegue a ser reconocida y financiada como un derecho social constitucional, no basta para que ella cumpla su objetivo socializador ulterior.
Aunque, si los egresados saben que el país se hace cargo de ellos, probablemente entenderán que un día ellos mismos tendrán que contribuir al pago de los estudios de los que les sigan los pasos.
Un Estado que los cuide con cariño, en fin, podrá motivarlos para ejercer su profesión en beneficio de quienes no tengan con qué cancelar sus servicios. Este tipo de profesionales existe. Son muchos los que no trabajan por plata. Hay también algunos que arriesgan la vida por salvar la de los demás, como se ha visto últimamente.
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