Durante años, las universidades han construido puentes con la comunidad con la idea de que el conocimiento debía "extenderse" hacia fuera. Pero hoy, gracias a metodologías vinculadas al medio, como el Aprendizaje y Servicio (A+S), ese puente se recorre en ambos sentidos. Ya no se trata solo de estudiantes llevando conocimientos al territorio, sino de emprendedores que traen experiencia, saberes y expectativas al aula. La comunidad ha dejado de ser una receptora pasiva: hoy es coformadora.
Este cambio de paradigma se hace evidente en experiencias desarrolladas en cursos de Contabilidad y Costos en universidades chilenas, donde emprendedores -mayoritariamente mujeres jefas de hogar-, se integran como socias comunitarias en proyectos de A+S. Ellas no solo abren sus negocios para recibir asesorías, también comparten sus desafíos, sus formas de organización, sus limitaciones tecnológicas y sus saberes prácticos. En ese intercambio, se produce aprendizaje auténtico, sensible, ético y transformador, tanto para el estudiantado como para el propio entorno universitario.
Las investigaciones demuestran que estos socios comunitarios valoran tanto los conocimientos técnicos como el vínculo humano. Si bien las herramientas proporcionadas, como planillas de costos o análisis de presupuestos o inicio de actividades, son útiles, lo que más destacan es la relación horizontal que se forma con el estudiantado, que involucra valores como el respeto mutuo, la empatía y la planificación compartida. Esa reciprocidad les permite verse como actores legítimos del proceso educativo, capaces de enseñar y aprender en igual medida.
Desde la universidad, reconocerlos como coformadores implica un cambio profundo. Ya no son solo "usuarios" de un servicio académico, sino que agentes activos que inciden en el diseño, implementación y evaluación de los proyectos. Su rol es clave para asegurar la pertinencia, la sostenibilidad y el impacto real del A+S. Son ellos quienes plantean necesidades concretas, validan la aplicabilidad de los productos, y retroalimentan los procesos.
Este giro nos obliga a abandonar el asistencialismo. No se trata de "ayudar" a la comunidad, sino de construir con ella. Y, en ese camino, la universidad también se transforma. Aprende a escuchar, a adaptar su lenguaje, a flexibilizar sus tiempos, pero sobre todo, que el conocimiento no es exclusivo, sino que se construye también en la comunidad.
Aceptar a los emprendedores como coformadores implica reconocer la dignidad y el valor de otros saberes, muchas veces invisibilizados. Implica confiar en que la enseñanza no solo se transmite, sino que se teje en el encuentro con otros. Y que ese tejido, cuando se hace con respeto y cariño, genera aprendizajes profundos, memorables y socialmente relevantes.
Hoy más que nunca, las universidades deben mirar a la comunidad no como un escenario de intervención, sino como un espacio de co-creación. Cuando los emprendedores entran al aula, no solo aportan a la formación de profesionales; nos recuerdan que educar también es construir juntos una sociedad más justa, colaborativa y con sentido.
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