Más allá de lo que digan los eternos críticos, que nunca encuentran algo bueno y que siempre ven dobles lecturas donde no las hay, el Premio Nobel de la Paz sigue siendo un importante hito anual. No solo porque es un potente símbolo, sino que por el hecho de premiar, en forma concreta, a quienes luchan por un mejor mundo. Suena cliché, pero es real.
Sin embargo, es cierto que ciertas nominaciones o premiaciones habían generado polémica en los últimosaños.
Por ejemplo, los premios entregados a Barack Obama (2009) y la Unión Europea (2012). Junto a ellos, la nominación de Greta Thunberg en la presente versión del Premio Nobel de la Paz.
Es por eso que darle el Premio Nobel de la Paz a Abiy Ahmed, actual primer ministro de Etiopía, no solo es algo justo, sino que también un tremendo espaldarazo para esta importante institución.
Al respecto, cabe resaltar lo más evidente, es decir, Ahmed firmó la paz con la vecina Eritrea y puso término al “estado de guerra” que imperaba desde 2000. En este sentido, es necesario recordar que Etiopía y Eritrea enfrentaron una guerra entre 1998 y 2000, la cual finalizó con el Acuerdo de Argel (2000). Sin embargo, las tensiones se mantuvieron hasta 2018, año en el cual ambas partes acordaron dejar atrás décadas de conflicto y, entre otras cosas, asumir las fronteras establecidas en el Acuerdo de Argel.
Apenas ocurrido esto, algo tan básico como realizar llamadas telefónicas desde un país al otro pudo concretarse.
Después, seguirían otros hitos, como reapertura de embajadas, apertura de fronteras, creación de comisiones, visitas recíprocas, circulación de personas y, lo principal, un aire de paz en una zona (el Cuerno de África) que ha sufrido por males como el terrorismo, la sequía, las disputas fronterizas y la carencia de una integración social, política y económica.
Pero esto no fue todo, ya que los “nuevos aires” impulsados por Abiy Ahmed, quien también realizó grandes reformas internas, tendientes a democratizar al Estado etíope y a buscar un equilibro étnico, llegaron a los demás países de la región.
Es así que Eritrea y Somalía restablecieron sus relaciones diplomáticas, en tanto que Djibouti y Eritrea destrabaron su situación y, tras diez años, normalizaron sus nexos. Por si fuese poco, Eritrea, Etiopía y Somalía firmaron un acuerdo de cooperación política, económica, social, cultural y securitaria, a lo cual sumaron la generación de una comisión conjunta tripartita. Todo esto, promoviendo la paz regional.
Lo anterior ha sido acompañado por otros movimientos, los cuales han incluido avances en los vínculos bilaterales de los Estados de la región y, quizás lo principal, en los asuntos multilaterales del Cuerno de África. Y aunque ha habido algunos problemas, como la disputa marítima entre Kenya y Somalía o una polémica entre Eritrea y Djibouti (la cual fue solucionada), no se puede negar que los progresos han sido evidentes.
Además, se han creado diversos proyectos de integración, los cuales incluyen líneas ferroviarias, creación de más vuelos entre los países de la región, mayor comercio, construcción de autopistas, inversión en puertos, seguridad fronteriza, lucha contra el terrorismo y disminución de visados para los africanos.
Hoy, a pesar que falta mucho para que el Cuerno de África pueda respirar tranquilo, el trabajo de Abiy Ahmed asegura que, más allá de las dificultades que han aparecido y seguirán emergiendo, el proceso va bien encaminado. Etiopía y sus vecinos comienzan a recibir más apoyo internacional, lo cual debe ser tomado con precaución, pues las potencias ya se muestran sus dientes en la lucha geopolítica por esta importante región, y empiezan a tejer una red de vínculos diplomáticos que deberían llevarlos a fortalecer la integración regional y africana.
Eso sí, habrá que tener cuidado con las “ayudas” y los “buenos consejos” de las potencias externas y, como se ha dicho en el último tiempo, todo deberá basarse en la premisa de “buscar soluciones africanas para los problemas africanos”.
En resumen, que un conflicto histórico, como el que mantenían Eritrea y Etiopía, haya llegado a su fin es una noticia esperanzadora y, por supuesto, merecedora del reconocimiento internacional.
Por eso, a celebrar el Premio Nobel de la Paz recibido por Abiy Ahmed, el “reformista”. Que sus pares regionales se contagien e inicien la apertura, sin miedos, hacia una democratización política, social y comercial. Es lo que necesita África.
Es lo que necesita el mundo actual.
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