La toma de Kabul -capital de Afganistán- por parte del régimen talibán ha marcado la pauta noticiosa internacional. Luego de 20 años en que este grupo había sido controlado por parte de los Estados Unidos y las tropas aliadas, su reaparición en la arena política local provocó una alteración en el concierto internacional.
El presidente Joe Biden había dado la orden para la retirada de las tropas estadounidenses de la urbe afgana, pues consideró que el retorno de un nuevo régimen talibán era prácticamente imposible. Sin embargo, el grupo fundamentalista derrocó al gobierno de Ashraf Ghani, asestando una dura derrota política a los EE.UU. y dejando en mal pie a la administración del demócrata.
Los fantasmas de la restricción de derechos hacia las mujeres, la aplicación de una política draconiana hacia la población afgana y una rearticulación de Al Qaeda han vuelto a reaparecer, y aun cuando los voceros del régimen talibán han manifestado una postura política diferente a la de años atrás, es apresurado pensar que estamos frente a un fundamentalismo más bien soft y que hay una reformulación de su visión religiosa del islam.
Si bien el conocimiento de sus acciones sobre la población y las mujeres se conocen más rápido que hace unos 25 años, quizás esa exposición no sea suficiente para ejercer una presión sobre sus líderes y evitar que los excesos y la vulneración de los derechos de los habitantes de Afganistán ensombrezcan la geografía de ese país. Sólo el tiempo nos lo dirá.
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