No obstante haber llevado Donald Trump a la derrota a su partido en las elecciones presidenciales, su influencia sigue sin ser contrarrestada y la captura del Partido Republicano se proyecta sin que se vea quién pueda hacerle frente, con perspectivas de éxito, ni en liderazgo ni en la construcción de ideas alternativas.
Esta situación es muy lamentable toda vez que estilo, forma de expresarse y actuación del expresidente han comprometido el desarrollo de la democracia estadounidense. Su reacción ante la derrota dejó en evidencia su desapego con los cánones fundamentales que dan sustento al sistema político del país norteamericano.
Era posible pensar que habría una reacción significativa en las huestes republicanas para distanciarse de la figura de Trump, precisamente porque los condujo a la derrota, su gobierno no tuvo continuidad y trajo consigo tensiones inéditas en la sociedad estadounidense.
Sin embargo, no fue este análisis el que se impuso sino que, más allá de derrota, había obtenido una significativa votación y que ello tributaría a las opciones individuales de quienes enfrenten futuras elecciones como representantes o senadores e, incluso, en las elecciones estaduales de gobernadores. En síntesis, quien no sigue la línea de Trump corre el riesgo de no ser siquiera nominado como candidato republicano.
Las acciones de los últimos días han sido demostrativas de las conductas vengativas de los partidarios de Trump o de los temerosos de sus reacciones. En efecto, las medidas adoptadas contra Liz Cheney, desplazándola como presidenta de la conferencia del partido, son un claro ejemplo de que no se aceptarán las críticas ni las discrepancias, ni menos el perfilamiento de alternativas al liderazgo del ex ocupante de la Casa Blanca.
El "pecado" de Cheney fue haber expresado con valentía, el martes 11 de mayo último, en un discurso ante sus colegas representantes que no se podía "permanecer en silencio e ignorar la mentira que envalentona al mentiroso", agregando que "no participaré en eso. No me sentaré y miraré en silencio mientras otros llevan a nuestro partido por un camino que abandona el estado de derecho y se une a la cruzada del expresidente para socavar nuestra democracia".
El presidente Biden en sus primeros cuatro meses de gestión ha procurado restablecer un estilo de conducción acorde con el respeto a los componentes del sistema democrático, sin descalificaciones y con disposición al diálogo. Para que este clima prospere se hace necesario una conducta no polarizada del Partido Republicano. Es difícil lograr dicha conducta en la medida que en su seno se imponga la posición sin contrapesos del expresidente Trump.
El escenario descrito sólo es posible modificarlo si surgen más personas adherentes al republicanismo que estén dispuestos a expresarse y que la actitud de Cheney no sea aislada. En la medida que esto no ocurra, la captura del Partido Republicano por parte de Trump se hará irreversible, con consecuencias perjudiciales para esta organización política y será cada vez más difícil superar la polarización en la principal potencia económica mundial.
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