El antisemitismo en América Latina no es solo un problema judío, es un peligro para todos

Lo que comienza con palabras de odio contra los judíos termina con violencia. Desde Chile hasta Estados Unidos, el silencio y la indiferencia permiten que una amenaza ponga en riesgo la convivencia democrática. El brutal asesinato de dos jóvenes fuera de un museo judío en Washington D. C. y el violento ataque en Boulder, Colorado, contra judíos que marchaban en favor de los rehenes que siguen retenidos en Gaza, deberían servir como una urgente llamada de atención para todos.

Estos recientes ataques no son incidentes aislados, sino el resultado predecible de años de antisemitismo cada vez más normalizado, que ha pasado de los márgenes de la sociedad a la corriente principal. Cuando el discurso antiisraelí se vuelve tan extremo que deshumaniza a los judíos, cuando las teorías de conspiración sobre el poder y la influencia de los judíos se difunden sin control en las redes sociales, cuando los campus universitarios y las aulas escolares se convierten en entornos hostiles para estudiantes judíos, es solo cuestión de tiempo para que la violencia siga.

Este preocupante patrón se extiende más allá de las fronteras de Estados Unidos. Resulta inquietante que las investigaciones muestren que 46% de la población adulta mundial, unos 2.200 millones de personas, albergan creencias antisemitas. Solamente en las últimas semanas hemos sido testigos de horribles incidentes y acontecimientos que han afectado a los judíos en la diáspora, sin recibir apenas respuesta por parte de los líderes gubernamentales o la opinión pública.

En Francia, una escuela de Lyon fue incendiada y vandalizada con esvásticas y consignas antisemitas, mientras que tres sinagogas, el Memorial de la Shoá y un restaurante kosher fueron vandalizados en París en una sola noche. Días después, un rabino fue agredido violentamente en Normandía.

En Chile, el Presidente Gabriel Boric ha contribuido de forma alarmante a la normalización del antisemitismo. En una cuenta pública reciente, se refirió al conflicto en Gaza como un caso de "limpieza étnica y genocidio". En el pasado, ha acusado a Israel de crímenes de guerra y es el único presidente desde el retorno de la democracia que no ha sostenido un encuentro oficial con la comunidad judía del país. Además, publicó este inquietante tuit, en el que comparó a Israel con "chacales", lenguaje históricamente asociado a la deshumanización del pueblo judío.

En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue acusado por el liderazgo judío local de promover una "difamación antisemita" contra Israel durante un discurso en Moscú, el 9 de mayo de 2025, en presencia del presidente ruso, Vladimir Putin. Lula acusó a Israel de atacar mujeres y niños con el pretexto de eliminar terroristas, describió la guerra contra Hamás como "un genocidio" y afirmó que el Estado judío había bombardeado hospitales donde no había presencia de miembros del grupo terrorista. La Confederación Israelita Brasileña (Conib) denunció estas afirmaciones por reproducir narrativas antisemitas que niegan el derecho de Israel a defender a su población civil.

En Colombia, los líderes políticos están adoptando cada vez con más frecuencia la retórica de los grupos antiisraelíes, enviando un peligroso mensaje de odio a su pueblo. El presidente Gustavo Petro ha utilizado repetidamente su plataforma pública para comparar a Israel con el régimen nazi y ha difundido videos a sus ocho millones de seguidores en los que se escucha: "Dispárale, acaba con él, no dejes ni un solo sucio sionista". Cuando los funcionarios electos normalizan este lenguaje antisemita, se crea un clima propicio para que prosperen las reacciones violentas.

En Canadá, un estudiante judío de escuela primaria sufrió meses de acoso e intimidación antisemita tras la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023, escuchando cánticos como "los judíos deben morir" por parte de sus compañeros. Un niño canadiense fue acosado por su fe y por un conflicto a miles de kilómetros de distancia. Y, lamentablemente, la lista continúa...

Las consecuencias de esta normalización del antisemitismo son innegables. El discurso relacionado con Israel, así como las críticas a sus líderes y sus acciones, son totalmente legítimos. Pero cuando esas críticas se convierten en demonización de los judíos o los "sionistas", del Estado judío y de quienes están asociados a él, esto lleva a la deshumanización de los judíos en todo el mundo. Esta progresión no es accidental ni inevitable. Es el resultado de nuestro fracaso colectivo como sociedades liberales, al no trazar líneas claras entre el debate aceptable y el discurso del odio peligroso.

No podemos aceptar una realidad en la que los niños judíos asistan a las escuelas rodeados de guardias armados, en la que las sinagogas requieran la presencia policial para cada servicio, en la que las instituciones judías deban esconderse tras vallas. La respuesta a la violencia antisemita no es que los judíos deban asilarse de la sociedad, sino que la sociedad garantice que los antisemitas violentos paguen un precio más alto por actuar impulsados por el odio.

Y seamos claros. La historia del antisemitismo nos enseña que el odio no se limita a los judíos. Cuando las normas democráticas se erosionan y la violencia se convierte en una respuesta aceptable a la diferencia, todos sufren las consecuencias. Por eso, la lucha contra el antisemitismo debe ser la lucha colectiva. Las comunidades religiosas, los líderes políticos, los chilenos, los estadounidenses, los colombianos o los brasileños: todos tienen interés en impedir que el odio eche raíces en nuestras sociedades.

Necesitamos que los gobiernos garanticen la protección de sus comunidades judías y que las autoridades se tomen en serio las amenazas antisemitas y las investiguen a fondo. Necesitamos que las plataformas de redes sociales apliquen de forma coherente sus propias políticas contra el discurso de odio. Necesitamos que las instituciones educativas enseñen la historia y los peligros del antisemitismo, así como de otras formas de prejuicio. Y necesitamos que los líderes políticos se pronuncien con firmeza y claridad cuando los judíos sean objeto de ataques.

Y, lo más importante, necesitamos que la gente común reconozca que sus voces sí importan. Cuando escuche bromas antisemitas o teorías de conspiración, opóngase. Cuando vea que se vandalizan o amenazan instituciones judías, apoye a sus vecinos judíos. Cuando los políticos o las figuras públicas difundan tropos antisemitas, exíjales rendir cuentas.

Los ataques en Washington D.C. y Boulder son advertencias que ignoramos bajo nuestro propio riesgo. El odio echa raíces en nuestras comunidades cuando miramos hacia otro lado; ha llegado la hora de enfrentar el antisemitismo de forma directa.

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