Para algunos, fue el último conflicto de la Guerra Fría, mientras otros consideran que se trató del primero de la llamada Pos guerra Fría. Sin embargo, más allá de ese debate, lo cierto es que la Primera Guerra del Golfo marcó un punto de inflexión a fines del siglo XX.
Cuando hace treinta años (el 2 de agosto de 1990) Irak atacó el pequeño emirato de Kuwait, Saddam Hussein justificó la invasión a partir de disputas fronterizas y el control de reservas petroleras. Y, probablemente, pensó que anexar de facto a su vecino como una nueva provincia iraquí no tendría consecuencias más allá de Medio Oriente. Pero estaba muy equivocado.
La aventura militarista de Hussein se produjo en el marco de la progresiva y compleja distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que en ese entonces ya muchos veían como la antesala definitiva al término de más de cuarenta años de Guerra Fría y el nacimiento de un orden mundial diferente, uno en el que acciones de fuerza como la invasión a Kuwait no podían tener cabida.
Por eso, el presidente George H.W. Bush - que en 1989 había ordenado la invasión de Panamá para capturar a Manuel Antonio Noriega - no dudó en impulsar sanciones económicas sobre Irak, que golpearon directamente a su industria petrolera. Pero, además, planteó la necesidad de estar preparados para una acción militar en contra de Hussein e inició un despliegue de tropas y equipo militar en la vecina Arabia Saudita.
Paralelamente, Mijaíl Gorbachov, líder de la Unión Soviética, eligió un camino diferente, apostando por conducir gestiones diplomáticas que lograran convencer al dictador iraquí de retirarse de manera voluntaria de Kuwait.
Finalmente, cuando el 15 de enero de 1991 expiró el último plazo dado por el Consejo de Seguridad de la ONU para que Hussein replegara sus fuerzas, se dio “luz verde” a la Operación Tormenta del Desierto, que lanzó demoledores ataques aéreos contra blancos en Irak y en el ocupado Kuwait. Luego, fue el turno de las fuerzas terrestres.
La guerra fue breve y para el 28 de febrero Estados Unidos confirmó que las tropas iraquíes habían sido expulsadas del emirato. El costo en vidas no fue menor: la coalición internacional tuvo cerca de 400 efectivos fallecidos, mientras que Irak sumó entre 25 mil y 30 mil soldados muertos.
Y aunque muchos en el Pentágono abogaron por “terminar el trabajo” y derrocar a Hussein, Bush se apegó al mandato del Consejo de Seguridad: el uso de la fuerza militar solo había sido autorizado para liberar Kuwait.
A pesar de eso, la aplastante derrota de Irak se convirtió en la victoria que le permitió a EE.UU. enterrar en las arenas del Golfo Pérsico a los fantasmas de la Guerra de Vietnam. Y a partir de ese momento, Washington capitalizó este desenlace de conflicto como una muestra de su superioridad.
Pero en Moscú el balance fue muy distinto. La estrategia diplomática de Mijaíl Gorbachov había sido aprovechada por Hussein solo como una manera de ganar tiempo frente a la comunidad internacional. Además, el equipamiento militar soviético en manos iraquíes (tanques, aviones, misiles) había quedado “humillado” frente a las armas de Estados Unidos y sus aliados.
De esta forma, el pobre desempeño de la Unión Soviética en la Guerra del Golfo se transformó en un elemento más para que los sectores más conservadores del Partido Comunista llevaran adelante el fallido golpe de Estado en contra de Gorbachov, en agosto de 1991. Y que precipitó el fin de la URSS.
¿Qué habría ocurrido si Saddam Hussein no hubiera invadido Kuwait? Es probable que las negociaciones entre Washington y Moscú hubiesen acabado con la firma de un conjunto de tratados que pusieran término oficial a la Guerra Fría. Y la Unión Soviética habría seguido existiendo algunos años más.
Asimismo, Estados Unidos no habría llegado a proclamar el nacimiento de un orden mundial unipolar, como lo planteó tras la desaparición de la URSS. Y quizás no hubiese invadido Irak en 2003, la Segunda Guerra del Golfo, con todas sus consecuencias para ese país y Medio Oriente.
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