El año que termina trajo nuevas versiones fílmicas de creaturas esperpénticas clásicas, desde el inmortal vampiro transilvano al nuevo Prometeo creado por Mary Shelley en su competencia nocturna de 1816 con Byron y Polidori. Esta proliferación monstruosa no es simple coincidencia para un acontecer global marcado por la incertidumbre de una transición -la crisis de interregno dónde según Gramsci aparecen los fenómenos mórbidos-, con ribetes multipolares, un escenario que para el realismo defensivo es más peligroso que otros.
En dicha línea, uno de los mayores especialistas en Drácula, Clive Leatherdale, -además de experto en Geopolítica- dijera, "los seres humanos creamos nuestros propios monstruos a partir de nuestros deseos y ansiedades" (1985). Así, hacia 1935 la III Internacional consideró a los partidos socialistas europeos y socialdemócrata alemán como social-fascistas o "fascistas camuflados" -al decir de Giovanni Gentile (2019)- una elongación conceptual que apuntaba a fobias hoy renovadas por la angustia a repetir los años '30 bajo la égida de una nueva derecha radical y populista. Algo parecido puede decirse de escritos interesados en relevar en términos absolutos las similitudes del nazismo y el comunismo, detrás de lo cual está la peregrina idea que el fascismo es de izquierda (sin desconocer las específicas hibridaciones "rojipardas").
El miedo es la razón de estas perspectivas, de cual Stephen King dijo en su ensayo "Danza Macabra" (1981) que "todas las historias de horror pueden dividirse en dos grupos, aquellas en las que el horror es consecuencia de un acto de propia y libre voluntad, y aquellas en las que el horror está predestinado y llega del exterior como un relámpago". En el primer caso aparece la noción de mal interior, como aquél de la creatura de Víctor Frankenstein, y el segundo a otros reatos donde el mal adviene externamente, con vampiros y licántropos. Esto último es lo que cree ver el sociólogo Roger Baltra en el "Mito del Hombre lobo" (2023), cuando idéntica a Putin con la réplica del príncipe de Vseslav de Pólotsk, cuya leyenda conecta con un hombre lobo que asedió Kiev en el siglo XI.
En el caso del horror interior a otros casos conocidos como el de la Operación Ciclón, un programa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense para asistir a radicales islamistas (muyahidines) en su enfrentamiento al Ejército Rojo soviético (1979-1989), implicando un financiamiento que alcanzó los 630 millones de dólares anuales hacia 1987. Según Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente Jimmy Carter, fue "la oportunidad de darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam", pero también significó una relación colaborativa con al líder rebelde Gulbuddin Hekmatyar, y a través de éste con Osama bin Laden, vinculo concluido recién en 1985 cuando las presiones de Argelia, Arabia Saudí, Egipto, Marruecos, y Túnez fueron finalmente escuchadas. Lo que viene después es digno de la novela de Shelley o un cuento de King respecto de la creación de tus propios monstruos: en 1991 el yihadista saudí fundó Al Qaeda; organización terrorista responsable de los atentados de agosto de 1998 contra las embajadas de los Estados Unidos en Nairobi (Kenia) y en Dar es Salaam (Tanzania), que dejó 224 víctimas fatales;y más tarde del ataque contra el World Trade Center del 11 de septiembre de 2001, que registró 2 996 muertes. La respuesta fue la Guerra Global contra el Terror y la designación de un Eje del Mal -originalmente integrado por Irak, Irán y Corea del Norte- que a su vez dio cobertura a la invasión al Irak de Sadam Hussein, resultando en una inestabilidad que propició la emergencia de una filial de Al Qaeda, denominada Ejército Islámico o ISIS (daesh).
Hoy las prioridades son otras, con el fentanilo matando aproximadamente 100 mil personas al año en Estados Unidos, la administración de Trump 2.0 ha declarado oficialmente la Guerra contra el Narcoterrorismo, un tipo de terror vinculado con el tráfico de drogas del que recaba su financiamiento. Aunque sus orígenes se remontan a la "guerra contra las drogas" de la administración Nixon en 1971, dicho enfoque emergió con el presidente Ronald Reagan, quien designó como representante de su gobierno ante Bogotá al antiguo ingeniero civil de la Estándar Oil en Venezuela Lewis Tambs, autor intelectual de la ecuación que asimiló a la insurgencia de izquierda con los traficantes de drogas: "Marihuana y marxistas, cocaína y comunismo" era su lema. Cuando los recursos de La Habana dejaron de llegar, el incremento de la dependencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de otro tipo de recursos, como el cultivo de droga, fueron de la mano de la ampliación de actividades a otro métodos: secuestro, extorsión y el asesinato político. Aunque dicho fenómeno fue efectivo, para Bruce Hoffman ("A mano Armada", 1999) desvió la atención de un nuevo foco, la emergencia de organizaciones completamente criminales en alianza estratégica con la guerrilla o empleando la violencia con fines políticos.
Desde 1994 Washington instaló la guerra contra el narco en el marco de su política interamericana, recibida por la región en la Cumbre de las Américas de 1994. Posteriormente vinieron el Plan Colombia y el Plan Mérida, estableciendo al narcotráfico como una amenaza asimétrica. Para Hoffman se trató de la actualización de las viejas teorías del conspiracionismo de entre guerras practicadas desde el Tercer Reich a Moscú -y que agregó más tarde replicaría la caza de brujas del macartismo-, es decir una amenaza que aunque se atribuye al exterior, tiene una base doméstica en el consumo. En 1990 Rachel Ehrenfeld lo singularizó académicamente como "la utilización del tráfico de drogas para impulsar los objetivos de ciertos gobiernos", identificados en "los regímenes marxistas-leninistas de la Unión Soviética, Cuba, Bulgaria y Nicaragua".
Más tarde la ola rosada significó un nuevo impulso a una nueva izquierda que accedió al poder, por lo que la política bélica antinarcóticos estadounidense tuvo un nuevo brío frente a Venezuela o Cuba, aunque nunca de la manera que la actual operación "Lanza del Sur" en el Caribe. Sin embargo, los resultados de una operación militar que no atienda "al día después" pueden incoar una situación de ingobernabilidad venezolana e inestabilidad regional de altos costes. Un Golem de caos y furia que ni siquiera obedezca las instrucciones de su creador.
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