Unasur está de vuelta

Algunos dicen que la unidad de Sudamérica tuvo sentido hasta la Comunidad de Estados de América del Sur, realizada en el Cuzco el año 2002. De allí en adelante, llevados por la retórica del presidente Chávez, se transformó rápidamente en Unasur en la Isla Margarita, se alejó de sus objetivos originales, compitió con la OEA y esas diferencias políticas derivaron en una excesiva ideologización, y finalmente llegó a su quiebre en el año 2017. En el centro de la disputa estaba la crisis social y política de Venezuela.

El quiebre del bloque fue protagonizado por gobiernos de derecha, que no dudaron en reemplazar a Unasur por Prosur, en su objetivo por remover todas aquellas estructuras que resultaran obsoletas para su propio proyecto político. Un intento refundacional del organismo sobre bases ideológicas neoliberales y contrapuestas al progresismo. El año pasado, el Presidente Gabriel Boric suspendió la participación de Chile en el organismo.

Pero la Unasur está de vuelta en las cancillerías del sur. El retorno de Argentina y Brasil a Unasur es una señal de la consideración prioritaria que ambos gobiernos le otorgan a la vinculación con la región. El acuerdo que llevan adelante es el fomento de un nuevo diálogo intrarregional, que busca ratificar un proceso de construcción colectiva en el tercer intento de integración en América del Sur.

Las notas de prensa señalaron que ambos países analizaron sus prioridades en materia de cooperación tales como salud, defensa, tráfico transfronterizo, integración de cadenas productivas e infraestructura. Sobre este último tema se analizaron las ventajas y logros que ofrece la iniciativa IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), como un foro privilegiado para la conectividad y el transporte entre los países del sur. Un organismo del que Chile participa.

Como señaló el canciller Santiago Cafiero, el gobierno argentino busca la "consolidación de una región cada vez más integrada, con mayor comercio intrazona y mejores niveles de cooperación en pos de su desarrollo". La acción de ambos países promete reducir al mínimo posible las discordias internas, dadas las discrepancias públicas entre varios de los mandatarios sudamericanos. Promueven una nueva versión Unasur, de carácter más bien "técnico y con menores implicaciones ideológicas". Lo que resulta un camino realista para consolidar el organismo.

Argentina está motivada por la idea que sólo actuando en bloque los gobiernos de la región podrán responder mejor a los controles externos: al mismo tiempo, podrán mejorar sus términos de negociación con actores foráneos con las que hoy resulta difícil llegar a acuerdos o, directamente, poder dialogar.

Brasil está de vuelta. Como ayer en la I Cumbre Presidencial de América del Sur, Brasil busca liderar un proyecto que puede modificar el mapa económico sudamericano, siempre que logre el involucramiento de un conjunto de naciones dispuesta a encarar los desafíos de una nueva institucionalidad para América del Sur.

La incógnita está todavía en si Brasil tendrá un liderazgo lo suficientemente sólido como para propiciar una transición pacífica a la democracia y el alejamiento de los militares de la política en Venezuela. O dicho en otros términos, si se reactiva la Unasur, la cuestión es qué va a pasar con Venezuela.

En Chile ya algunos se han pronunciado a favor y en contra de la integración de Chile a Unasur. Desde el retorno a la democracia, Chile practicó en la región una política de regionalismo abierto que significaba firmar acuerdos bilaterales e evitar incorporarse a un bloque regional, en la primera década.

El Presidente Lagos dio un giro esa política y Chile se incorporó a la Unasur y la Presidenta Bachelet fue la primera timonel del organismo. Sin embargo, la deriva política del mismo llevó al Presidente Piñera a persistir en la idea de asociación regional, pero con un enfoque económico y comercial, incorporando al país a un nuevo bloque al fundar la Alianza Pacífico. Gobiernos de derecha e izquierda han buscado la integración de una manera que favorezca los intereses nacionales, aunque con distinto énfasis.

Es verdad que la acción exterior debe prevenirse de los errores pasados, sobre todo, del voluntarismo político ya que si la Unasur se ideologizó, la contra respuesta del Prosur fue también ideológica. Lo cierto es que ninguna funcionó. Los gobiernos parecen haber aprendido la lección: el nuevo giro de tuerca será no solo abandonar las tradicionales trincheras, sino también una aproximación cautelosa y un reencuentro franco.

Hoy día se presenta la oportunidad para los actuales gobiernos de modelar instituciones del siglo XXI, cuyos objetivos no son de izquierda ni de derecha. Son objetivos que favorecen los derechos de las personas, de los pueblos, a la integración, al desarrollo y a la cooperación. Son permanentes y se corresponden con una acción superior al partidismo y donde los Estados otorgan continuidad a sus políticas más allá de los gobiernos. Por ello, quizá lo más importante ahora sea volver a encontrar consensos mínimos. Una tarea pendiente de la diplomacia.

Habría que volver al espíritu del Cuzco, donde se reflejó la fraternidad de una naciente comunidad de naciones vecinas y reinaba el optimismo por una integración gradual, con objetivos de rango medio y cuyo emblema era la IIRSA, que promovía la construcción de puertos, caminos internacionales, infraestructura fronteriza y cuyo objetivo es la integración física, que permite y promueve el intercambio intrarregional. El fin de las instituciones internacionales debe ser, después de todo, mejorar la vida de la gente y abrir nuevas oportunidades en un territorio compartido.

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