Hace unos días se dieron a conocer los principales resultados de un estudio del equipo de investigadores liderado por el profesor Dante Cáceres de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, que alerta sobre el posible efecto que a futuro puede tener en la salud de los niños la exposición a altas concentraciones de metales pesados contenidos en sedimentos y material particulado respirable producto de relaves mineros, especialmente transportados por el viento desde la playa hacia la ciudad de Chañaral.
Estas evidencias se suman a otros resultados de investigaciones previas y en curso, que por lo menos sugieren que éste es un problema que debe ser retomado con fuerza por la comunidad científica, eventualmente con apoyo de la industria, y sobre todo por el Estado, que de ningún modo se terminó con el simbólico baño del entonces presidente Lagos en aquella playa el año 2003.
La bahía de Chañaral de las Ánimas recibió directamente desechos de relaves mineros por casi cuatro décadas, entre 1938 y 1975, desde las labores de Potrerillos y El Salvador, entonces de la Estadounidense Andes Copper Mining Company, situación que además contribuyó a un drástico cambio en la geomorfología de su línea de costa. Las capas geológicas que evidencian esta situación fueron expuestas por los socavones que dejó el aluvión de marzo de 2015, que causó su drástica erosión, dejando al descubierto no sólo el material producto del vertido de los relaves, sino también evidencias de aluviones previos ocurridos en la zona.
Pero lo más preocupante es la inquietud e incertidumbre en que se encuentra la población en relación a este tema, sobretodo ante la información diversa y grave a que ha sido expuesta; una comunidad que debiera más bien ser escuchada e integrada como parte del proceso que promueva una solución sostenible tanto en el corto como en el largo plazo, y no sólo ser mirada como parte afectada del problema.
Los sistemas naturales son meta estables, es decir, se les puede considerar en un equilibrio que puesto en perspectiva es sólo transitorio pues se encuentran en constante cambio, y ante situaciones dramáticas necesariamente evolucionarán a una condición distinta.
Un enfoque similar se podría aplicar a los sistemas socio ambientales. Desde esta perspectiva, las comunidades de Chañaral y la quebrada del río Salado se encuentran hoy en una transiente, es decir, en pleno proceso de cambio luego del dramático impacto sufrido el año pasado - que volvió a poner en evidencia problemas históricos - cuyos efectos están patentes y continúan desarrollándose.
Chañaral no puede engrosar la lista de las mal llamadas “zonas de sacrificio ambiental”, un concepto que por lo demás debiera abandonarse para cualquier localidad por nefasto e indigno.
Nefasto, pues predispone a la sumisión, al sometimiento, a la aceptación, casi religiosa, de una realidad de deterioro socio ambiental como impuesta por algo superior, como si fuera un precio o culpa, que necesariamente tenemos que pagar si queremos dar el pretendido salto al desarrollo.
Indigno, pues sugiere soterradamente la posibilidad del abandono o de medidas simplemente paliativas en el corto plazo, desconociendo el profundo arraigo de las comunidades a la tierra, desechando o dilatando la posibilidad de una real recuperación.
La naturaleza se recupera y las comunidades persisten, así por lo menos lo demuestran las evidencias geológicas, arqueológicas e históricas de ese desierto indómito de Atacama, el más árido del planeta.
Las ciencias sociales, naturales y la ingeniería pueden aportar enormemente a la solución para catalizar un proceso que conlleve a una evolución y no a una retrogradación de la calidad de vida de las personas y el medio ambiente, o a una invisibilización de los problemas que los afectan. El rol activo y articulador del Estado es esencial para ello.
¿Qué debemos hacer entonces para recuperar Chañaral, potenciar su gente, dignificar nuestra sociedad? Escuchar, responder y trabajar junto a las personas es fundamental para recomponer las confianzas.
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