En el mundo de un perro, la confianza es el cimiento sobre el cual se construyen sus vínculos sociales, entre especie y también con los humanos. Desde el primer momento, el perro entrega toda su confianza de manera incondicional, esperando que su tutor corresponda con cuidado, atención y coherencia. Sin embargo, cuando las rutinas no se cumplen, los momentos de interacción son mínimos o el castigo se vuelve desproporcionado, esa confianza puede erosionarse. A pesar de ello, los perros, en su nobleza, suelen perdonar y renovar su entrega. Pero si el maltrato persiste, el vínculo se quiebra, y con él, la relación que daba sentido a esa convivencia.
Este principio de confianza no es exclusivo del perro hacia su tutor. Los humanos también depositan expectativas en sus mascotas: que los reciban con entusiasmo, que sean leales y que estén siempre disponibles para brindar afecto. Cuando, por variadas circunstancias o contextos, un perro reacciona de forma inesperadamente agresiva, la confianza del humano puede tambalearse, poniendo en riesgo la relación.
A diferencia de las complejas relaciones humanas, donde la confianza se entrelaza con expectativas, proyectos comunes, admiración y construcciones sociales, el vínculo con nuestras mascotas se basa prácticamente en la sinceridad y la coherencia. Los perros no fingen, no manipulan; su comportamiento es un reflejo directo de su estado emocional y de la calidad del vínculo que mantienen con su tutor.
Nuestra sociedad ha comenzado a avanzar hacia el reconocimiento de este lazo profundo. En Chile, la Ley 21.020 sobre Tenencia Responsable de Mascotas marcó un hito al establecer obligaciones concretas para el bienestar de las mascotas, al tiempo que se han incorporado normativas específicas para animales de asistencia y de apoyo emocional. Estos avances legales son reflejo de una transformación social que entiende que las mascotas no son cosas ni propiedad, sino compañeros con quienes compartimos afectos, rutinas y, muchas veces, procesos de sanación. El cuidado, la empatía y el reconocimiento del vínculo interespecie ya no son temas secundarios, sino parte del debate ético, médico y legislativo del presente.
Y aun así, ellos nos siguen enseñando más de lo que nosotros comprendemos. Porque el perro, con su entrega constante, su honestidad radical, su capacidad de vivir el presente y de amar sin condiciones, es un espejo de lo que podríamos ser. Nos muestran una forma de vida más coherente, más simple, más conectada con lo esencial. Quizás, si creemos que venimos a este mundo a evolucionar, podríamos mirar hacia ellos como verdaderos maestros. Para aprender a perdonar, a ser leales, a no guardar rencor. Para aprender a disfrutar lo cotidiano, a ser sinceros, a vivir desde el amor. Tal vez el perro vino a enseñarnos precisamente eso: cómo volver a lo básico, a lo natural, a lo que de verdad importa.
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