Cada año, el Ministerio del Medio Ambiente publica su "calendario ambiental", donde se recuerdan las principales efemérides vinculadas al cuidado del planeta. Junio, en particular, concentra muchas de ellas: el Día Mundial del Medio Ambiente, el de los Océanos, la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, el día del Árbol, de la Bicicleta y del Sol e incluso el Día Mundial del Albatros. Todo un mes dedicado a la biodiversidad y la protección del planeta.
Quienes estamos vinculados a temas ambientales, o seguimos en redes sociales a instituciones dedicadas a la conservación, solemos enterarnos de estas fechas. Accedemos a imágenes, publicaciones y videos que proporcionan información. Pero la mayoría de la población no lo hace. Estas efemérides no forman parte del currículo escolar ni se abordan sistemáticamente en la educación superior. El acceso a esta información depende, en buena medida, de los algoritmos.
Tal vez confiamos demasiado en que publicar en redes sociales equivale a una difusión efectiva. Pero sabemos que las plataformas digitales nos muestran aquello que nos interesa. Si seguimos cuentas vinculadas al medioambiente, veremos contenido relacionado. Si no, es probable que jamás nos topemos con esa información.
El perfil del Ministerio del Medio Ambiente en Instagram cuenta con 172 mil seguidores; el de Ciencia, con 68 mil; y el de Educación, con 314 mil. Ladera Sur, una de las plataformas más activas en divulgación ambiental, alcanza los 500 mil seguidores y el Instituto de Ecología y Biodiversidad, 30 mil. En contraste, Cathy Barriga tiene casi un millón de seguidores; Alexis Sánchez, 17 millones; Arturo Vidal, 20 millones. Incluso una casa comercial cualquiera supera fácilmente el millón. Aunque muchas cuentas compran seguidores, y entonces puede que la comparación no sea del todo justa, la desproporción es clara: el acceso a la información ambiental sigue siendo marginal en comparación con otros contenidos masivos.
Probablemente, los seguidores de Vidal, Sánchez o Barriga no vean jamás una publicación sobre el Día del Árbol. No necesariamente porque no les interese, sino porque sus intereses no son "vistos" por el algoritmo. Si la plataforma no lo ofrece, la información pasa desapercibida.
Esta brecha debiera hacernos reflexionar. La difusión por redes es valiosa, sí, pero no reemplaza a la educación formal. No se trata solo de conmemorar el Día del Árbol o el Día del Océano; se trata de entender por qué esos temas importan. Se trata de darnos cuenta, al viajar al norte del país, de lo secos que están los cerros; de notar el avance de las dunas; de preocuparnos porque los bosques que rodean Santiago están cada vez más pardos y ralos. De entender el rol de la lluvia en los ecosistemas. De saber -y entender- que sin plantas no hay oxígeno, y que sin salud ambiental, no hay salud real.
Un estudio liderado por Roberto Fernández, magíster en Áreas Silvestres y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile, reveló que el 82% de los estudiantes de tercero medio en la Región Metropolitana no sabían que viven en un hotspot mundial de biodiversidad. Ocho de cada diez jóvenes ignoran que su territorio es una prioridad para la conservación mundial. Es un dato alarmante.
No podemos seguir confiando en que la información "fluye" por redes. Necesitamos repensar la forma en que se comunica el conocimiento científico y ambiental. Necesitamos que las efemérides ambientales salgan de las publicaciones esporádicas y entren al currículum escolar. Si no lo hacemos, la desinformación -y peor aún, la información falsa- seguirá ganando terreno y se convertirá en un enemigo cada vez más poderoso.
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