En algunas semanas se llevará a cabo en Marrakech, Marruecos, la vigésimo segunda Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático, conocida como COP22. Allí se deberán discutir, entre otros, cómo hacer el seguimiento de las promesas hechas en la COP21 sobre reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, medidas de adaptación ante el cambio climático así como otras acciones relativas a equidad, participación, transferencia, ciencia y demás.
En su intervención en la Asamblea General de la Naciones Unidas, la Presidenta Michelle Bachelet informó en septiembre de 2015 que nuestro país se comprometía, para el año 2030, a reducir sus emisiones por unidad de PIB en un 30% con respecto al nivel alcanzado en 2007, considerando un crecimiento económico futuro que permita implementar las medidas pertinentes.
La contribución de Chile también aborda el desarrollo e implementación de planes de adaptación al cambio climático así como estrategias de fortalecimiento de capacidades en el país, de tecnología para el cambio climático y de financiamiento climático.
También nuestra promesa hace mención a la reducción de carbono negro, más conocido como tizne u hollín, especialmente en el contexto de los planes de descontaminación urbanos.
Si seguimos aumentando, como lo hemos hecho, la participación de energías renovables no convencionales en nuestra matriz energética, quizás podamos lograr antes de 2030 el objetivo de mitigación y aumentar el nivel de ambición.
Por otro lado, dado que casi el 90% de los chilenos vivimos en urbes y que nuestros aires son brumosos y a menudo malos para la salud –se estima que anualmente mueren tempranamente cuatro mil chilenos por esta razón–, más nos vale hacer de nuestras ciudades lugares con buen y mayoritario transporte público con, ojalá, vehículos eléctricos y buenas ciclovías, energía limpia para calefacción (solar, bombas de calor, geotérmica de baja entalpía, etc.), edificios y viviendas mejor aislados.
Ahora, más allá de respirar un mejor aire, ciudades más vivibles resultan en una huella de carbono mucho menor. Valga recordar que más de un tercio de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero vienen del sector transporte y parte significativa de ese sirve a nuestras ciudades.
Por el lado de la adaptación, tenemos mucho más que entender de nuestras vulnerabilidades. Y como lo hemos hecho en nuestras normas de construcción, debemos internalizar el costo de nuestra vulnerabilidad climática con mejor y mayor conocimiento (ciencia), coordinación, planificación y participación ciudadana (democracia).
Una buena parte de ello deberá ocurrir en nuestras ciudades. Ojalá se manifieste en el presupuesto del futuro ministerio de Ciencia y Tecnología.
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